sábado, 9 de mayo de 2009

Como Agua de Mayo

De toda la vida las aguas de mayo han sido muy esperadas. Antes mucho antes que surgieran los institutos de meteorología ya existían los sabios agricultores, los patriarcas en las comunidades multiculturales que con los sentidos en alerta como cualquier otra especie hacían los incipientes pronósticos climatológicos que dan testimonio de una sabiduría que atravesando las Puertas del Sol de las Ruinas de Machupicchu , en Perú y las Ruinas de Tiahuanaco en el Altiplano Boliviano hasta hoy día, dan fe del beneficio ancestral que en la vida animal, vegetal y mineral ha tenido el milagro de la lluvia.

De esta sapiencia prehispánica hasta hoy la cultura humana ha ido reflejando en el lenguaje más popular de cualquier idioma que son los proverbios la recurrencia de las manifestaciones lluviosas apuntando frases como estas: en abril aguas mil y en mayo hasta que se pudra el sayo. Prácticamente en todas las latitudes por estas fechas llueve, rellueve y recontrallueve a tal punto que siempre pensamos época tras época que nunca va a cesar el diluvio. Hasta la próxima caída. Nuestros mayores anhelos y ansías han quedado expresados en la clásica y conocida frase “como agua de mayo.”

La lluvia que viaja desde mares, ríos, océanos, lagunas, de nuestros pulmones verdes y es recibida en nuestro domo más universal y celestial y que nos es devuelta dando paso a esos ciclos naturales, ha sido y es un preciado regalo, que recibimos todos sin distinción. Dirigida a nosotros los habitantes de esta gran casa; a todas las especies que degustan y se benefician de sus bondades. Gratitudes especialmente gratas que se hacen presente en el quinto mes de cado año y que ya sabemos que nos traen. Somos un destinatario privilegiado: Hijos de la Pasha Mama.

Y paradójicamente este regalazo no viene empapelado, no existe empaque alguno que pueda engalanar a tal obsequio, este nos llega en su forma natural, en su máxima expresión como un manantial sanador. En ocasiones se hace presente de manera juguetona, traviesa, así como dando brinquitos o saltillos en el pasto otras, en forma de apasionadas caricias que nos abrazan y nos dejan empapados de su pasión. Otras, amenazante en gotas fuertes que van ganando en fuerza y que cuesta abajo nos hablan de un peligro inminente. Otras, nos visita así como quién no quiere las cosas, tibia, breve, triste dejando sus huellas en los vidrios de algunas ventanas nostálgicas.

Mis aguaceros se veían agasajados por risas y travesuras infantiles, de aventuras veraniegas. Mis amigos y yo salíamos a los patios y calles a recibir con los brazos abiertos el baño de los baños, a chapoletear y disfrutar de los charcos que el aguacha dejaba como muestra de su brutal presencia. Y cuando estas demoraban en caer hasta con canciones infantiles eran llamadas y aclamadas y los pequeños cantábamos: que llueva, que llueva la virgen de la cueva, los pajaritos cantan las nubes se levantan o algo así, se acuerdan ? Yo digo que sí.

Y así entre canto y canto nos empapábamos mientras nuestras madres toalla en mano nos perseguían. Y acá estoy recordando lo que no olvido, mis recuerdos son mi vida, son un diario, son mi hoja de ruta y reviven en tardes como las de hoy donde recibimos nuevamente las cascadas que me traen imágenes tan queridas. No tengo que recordar porque nunca he olvidado, todo lo contrario disfruto y comparto a manera de prosa la gratitud hacia la madre naturaleza. La naturaleza que tan sabiamente ha ido colocando los tesoros amados en los rincones más arrinconados de mi mente, en esas esquinas de mi pensamiento donde coexisten las remembranzas que las circunstancias y años han idealizado.

Nada de lo que he vivido se escapa a la idealización. Es un hecho y yo atesoro mis hechos idealizados que se entremezclan y son mi identidad, mi inventario antropológico que me permiten encontrarme con el ayer y en el hoy, con lo que viví y vivo porque las aguas siempre han sido aguas y nos han bendecido de toda la vida , no tienen pasado y siguen haciéndose presente.

Como mi madre y mi tía que amanecían mucho antes de que el astro rey les diera los buenos días, aún no aclaraba y las tinieblas eran testigos en el patio de aquella casa de cómo este par de hermanas, este dúo de madres cubanas atrapaban el preciado líquido en sus tinajas que llegaba por sorbitos sacándole ese sonido seco como un ronquido fuerte a las tuberías, a los canales de esa ciudad que había sido en sus buenos tiempos la reina de las reinas. La Villa de Guanabacoa, fundada en el siglo XVI, al norte de La Habana, fue testigo de un desarrollo económico- cultural que enorgullecía a los guanabacoenses. Pero para los sesenta ya ni este líquido quería visitarle, como todos, se había ido.

Esta ciudad donde sus casonas hablan del esplendor de días mejores. De callejuelas estrechas donde sus nombres rinden homenaje a los próceres de la independencia, de fachadas que ocultan las intimidades de una señorona ataviada con puertas y ventanas coloniales que al traspasarlas te sumergías en amplios corredores, espacios frescos. Concebida en forma de ele o de escuadra donde sus ambientes se daban cita en un patio sevillano y sus frutales llenaban de aromas las siestas de obligado disfrute. Llegaba mayo y con este el olorcillo a tierra húmeda que se colaba por las altas puertas que alegraban las tardes de verano, mientras las canaletas en los aleros de los techos se doblaban ante la fortaleza de esta ilustre visitante que quedaba presa , atesorada en cuanto balde familiar apareciera a la mano.

No se daba abasto, no alcanzaban los cubos ,ollas , baldes y todo tipo de depósitos para atesorar las lluvias, que eran utilizadas para mil menesteres y nada como una buena lavada del cabello con este champú orgánico que garantizaba el brillo en las encrespadas malezas infantiles como la mía.

Por estas fechas todo florece, los suelos se alimentan y son sembrados, las semillas nos traen esperanza de una vida, de un nuevo comienzo, las especies se reproducen, regresan a casa los trinos cantores que revolotean y con ello llegan nuevos bríos para festejar a la patria que nos enraizó, a la ciudad que nos “ciudadanizó”, a la casa que nos cobijó, a la tierra que nos sembró, al agua que nos hidrató, y a la madre que nos parió, para agasajar a la mujer que nos alumbró, que nos dio la vida a partir de algo tan valioso como una célula. Y en vísperas del segundo domingo de mayo, día que se festeja el Día de la Madre en mi querida isla y en otros lares, mi reflexión monologámica es mi tributo a las mamás de mi familia, a mis amigas, madres biológicas o adoptivas, a las solteras que han asumido la maternidad. Y más que todo es mi agradecimiento absoluto a las células madres, a las bien llamadas semillas mágicas.

A esas semillas que permiten que la luz ilumine los rostros de hijos e hijas, madres y padres que sufren enfermedades como la leucemia, el cáncer de mama o testículos, diabetes, de huesos fracturados, a los trasplantes de corazón y otras, esas semillas que regeneran órganos, que curan enfermedades, que prolongan la vida de nuestros seres queridos. Esas semillas que se crio - preservan al ser extraídas de la sangre del cordón umbilical. En este segundo domingo del quinto mes del año es a mi modo de ver justo y necesario rendir homenaje a todos aquellos que en los laboratorios hacen posible dar vida a partir de la vida. Al nacimiento que no conoce de género, de riquezas, pero que sí conoce del dolor al no tener recursos para preservarla.

A los que apuestan al debate, al riesgo, a las contradicciones, a los que apuestan que la moral y la ciencia no son antagónicas, sino arena del mismo costal, que de toda la vida la ciencia ha roto y romperá los paradigmas de sistemas enajenados por el poder que niegan la posibilidad de ir en la búsqueda de nuevos horizontes médicos que siembren de verde el pasto humedecido de todos que según dicen nacemos con el pan bajo el brazo.

Que el trigo dance como oro en la germinación, en los bulbos de oportunidades a libertades en todas las áreas de la expresión humana, y que al ser la salud el patrimonio más valioso de los seres humanos, cabe entonces dejar al margen el protagonismo de los de siempre tan conocidos opuestos al descubrimiento y a la utilización de las células embrionarias. Que vale mojarnos, comprometernos, opinar y tener opciones sobre este tema tan polémico y de poco dominio, que preocuparnos no es suficiente. Nos tenemos que ocupar. Apoyar a aquellos casos que como en España están utilizando estas semillas para tratar a pacientes con cáncer hereditario (en la web del caso) y en fechas como éstas donde homenajeamos a todas las que potencialmente de hecho y de pecho nos han dado la vida, permitamos que cultiven y crio-preserven las células madres embrionarias para que sean tan esperadas y esperanzadoras como el Agua de Maius.

Que muchos enfermos y sus familias reciban sus regalos envueltos de amor y solidaridad, bien sujeto a un lazo que los ate a la vida, a una vida sin enjuiciamientos y que sean arropados por la comprensión que sale del dolor de aquellos que padecen enfermedades terminales. Que todas las aguas, que todas las lloviznas de cualquier mes irriguen a las semillas para que broten y coadyuven al renacer.

Y, canturreando como en mi infancia cuando queríamos pasear y los torrentes lo impedían esa tonadilla que dice: “San Isidro Labrador quita el agua y pon el sol” , que queden bronceadas la patria, las ciudades, las casas, la naturaleza, las aguas, y las células madres para que la magia las hechice y se cumpla eso de que “lluvia en mayo pan para todo el año”.