domingo, 28 de junio de 2009

Sonriéndole a Benedetti

Ha muerto Benedetti. Hagamos de su Himno a la Alegría nuestra melodía. Sigamos defendiéndola. Era y soy por naturaleza una mujer alegre poniendo pie en tierra y desde mi trinchera he defendido mi derecho a la felicidad.

Definir la alegría me es díficil, defenderla mucho más. Cuando pienso en ella lo hago en términos de algo fugaz y efímero. Su temporalidad es una de sus características que más me cuesta manejar. Durante mi vida la alegría me ha visitado y la he recibido como Benedetti manda: con los brazos abiertos.

La alegría y la sonrisa no necesariamente van de la mano. Aunque por así decirlo la sonrisa sería una obvia expresión de la alegría. Podemos ser felices sin sonreir, tenemos otras formas de expresar la contentura Y lo escribo porque hay quien exige como
prueba de amor un happy face. Ser obvio en ocasiones puede dejarnos sin reir.

El paso de la sonrisa al llanto y de este a ella suele ser prácticamente simultáneo. La transformación de una carcajada fuerte y estrepitosa a una cascada ocular salada es en cuestión de segundos. El dolor y la pena se conocen muy bien muy de cerca y saben coexistir con la sensación de tener el mundo a nuestros pies. Van de la mano y sin lugar a dudas esto es una premisa para la comprensión de uno de los teoremas cardinales de la vida: La vida es como es.

Beber del pozo de la tristeza y de la alegría es una práctica natural. Obligada. Son caras de la misma moneda. Tratar de mantener un estado feliz permanente es una utopía, e incluso algo sin sentido. Si no fuera por la tristeza cómo sentirnos felices y si no fuera por la melancolía cómo deleitarnos con los momentos de alegría en nuestras vidas. Entendido así se hace más llevadero. Y más fácil de incorporarlo a nuestro abc.
E incluso se va más allá cuando se dice que: “Los pueblos felices no tienen historia”
La euforia nace en lo más profundo de nuestro abatimiento. Este da paso a las más increíbles sensaciones gloriosas.

Quizás quien mejor lo expresó fue Benjamín Franklin: “ Nuestra limitada perspectiva, nuestras esperanzas y miedos, se convierten en nuestra medida de la vida, y cuando las circunstancias no se corresponden con nuestras ideas, se transforman en nuestras dificultades”

Todos buscamos la felicidad. El camino hacia ese sentimiento dulce, agradable y tan ansiado es difícil de andar. Es un sendero que más nos vale emprenderlo con grandes dosis de voluntad. Más nos vale que temprano en la mañana le demos los buenos días a la tenacidad y la perseverancia que como barricadas nos protejan de nuestras flaquezas.

En la época actual cada vez más la seriedad se apropia de nuestros rostros y corazones. Alegrarnos es un reto. Quiero que mi respeto, admiración y agradecimiento a Benedetti sean de alguna manera mi compromiso a luchar por mi alegría, la de mi familia y la de mis amigos. Combatir la frustración, el miedo, el estrés, las tensiones, centrarme en ser una mujer, una madre, una esposa, una amiga y una ciudadana proactiva hacia la producción de ideas y pensamientos optimistas. Documentemos nuestra alegría, seamos testigos de que sí se puede ser feliz, construyamos nuestra apología en pos de ella. Que quede reflejada en nuestras fotos, historias, y filmes familiares y personales. Que nuestros hijos hereden y reciban como patrimonio a padres capaces de sacar del sombrero una amplia y y genuina sonrisa. Mostrémosle las cosas tal cual, enseñémosle a convivir a ratos con una de ellas y a ratos con la otra. “No debemos buscar la felicidad a lo grande, no existe. Lo que existe es la felicidad a ratos” –Carmen Maura-

Y en esta ocasión mi buceo monologámico, mi chapuzón en aguas nacionales me obliga a lanzar mis redes en busca de una filosofía propia que rija mis actitudes afectivas. Y fiel a mi tendencia me gusta pensar, me gusta fantasear con ilusiones que giren alrededor de convertirnos en una banca afectiva. Es por eso que he hecho este ejercicio que en mi condición de amateur financiera me permito esbozar en una dizque carta de navegación. Con la ilusión de embotellarla y lanzarla a que navegue cual tesoro a compartir con todos los navegantes que surquen estas pantallas bienaventuradas.

Hagamos un giro de cuatro grados latitud familiar y otros diez grados latitud social e izar velas hacia un océano amoroso. Que nuestra política bancaria nos demande ser generosos entregando afectos declarando abierta una línea de crédito afectiva. Abramos nuestra línea de crédito emocional a nosotros mismos y a los demás. Que nuestros depósitos afectivos eleven las cifras de nuestros fondos emocionales.

Convirtamos nuestra bolsa crediticia en un escenario activo. Donde tomemos riesgos filiales y sociables que permitan que los flujos de importaciones y exportaciones de buena onda diversifiquen nuestras carteras afectivas.

Que nuestros saldos y dividendos repercutan en ganancias saludables a nuestra banca emocional. Y que nuestras inversiones sean seguras y confiables generando redes de socios activos capaces de que el tipo de cambio de sus relaciones sea favorable en ambos sentidos. No nos declaremos en bancarrota emocional. Generando emociones, sentimientos y estados de ánimos que contribuyan a una práctica del uso positivo de las relaciones humanas. Que el pago de nuestras cuotas de impuestos den fe en la construcción de escenarios felices. Que al girar nuestros cheques o nuestras transferencias emocionales estas vayan acompañadas de mensajes de apoyo y solidaridad hacia nuestros seres queridos. Que las remesas cálidas vayan al alza del producto interno bruto de cada cual y de cada quien.

Plantearnos el compromiso de que nuestros préstamos afectivos al ser cobrados no incluyan porcentajes en el uso de nuestro amor. Y que este que lo puede todo nos permita pagar nuestra deuda externa e interna. Y con la mano en nuestro corazón declaremos a Afrodita o Venus un astro que brille en nuestro firmamento para decir con toda nuestra pasión al César lo que es del César.

sábado, 20 de junio de 2009

El que quiera celeste que le cueste

Había una vez una niña que danzaba sobre el mar. Tenía el celeste rendido a sus pies y cuando alzaba sus ojos le saludaba con un guiño pícaro el celeste de su cielo, un pálido azul que la tomaba en brazos y la balanceaba en su trenzado columpio sujeto a su cabello humedecido que se enredaba a las cuerdas de su calidoscópico cometa.

Hubo una vez una niña que soñó que volaba sujeta a su papalote. La brisa veraniega era su cómplice. La tomaba en brazos y sus bocanadas de aire fresco la empujaban hacia el horizonte.

Y cuentan que con los ojos cerrados y el olor a salitre penetrándole la piel horneada en el horno materno, humeando a madre le vieron perderse más allá del aro iris.

Y que fue acunada con un manto de arena fina, blanca, suave y prometedora. El oro blanco siempre caliente y resplandeciente a punto de quemar sus pies, pero estos no dejaban huellas al danzar porque literalmente volaba atada a su barrilete.

Susurran por ahí que su abuela y su madre se lo habían construído a escondidas allá en una casucha medio desvencijada, más vieja que la propia vejez y que sólo la esperanza hacía mantenerse en pie. Las algas les habían ayudado a atar los chuecos pedazos de tabla enmohecida al tul celestial y con sus manos de mujeres pescadoras cosían sus sueños puntada tras puntada a los tejidos ensoñados.

Fue el regalo para su hija, llegaba su cumpleaños y soñaban hacer el viaje de sus vidas, enredarse en un fuerte e indestructible nudo y perderse en el infinito en pos del celeste. Teñirse de turquesa, refrescarse serenamente, quizás lograban con sus manos curtidas y sus manos nacientes atrapar ambos tonos sí ese decía la niña: el de arriba y la madre le respondía: sí ese el de abajo, fundirlos, pegarlos así no más, y correr, volar, danzar, dejando tras ellas una estela aguamarina arrastrando sus cuerpos desnudos, sin atavíos desgarrantes entrelazados a una pompa de crespas marítimas como único accesorio.

Cuentan que una vez se les vio a la madre de la madre de la hija, a la madre y a la niña desaparecer danzando sobre un desierto de sal, el agua había desaparecido, el agua se había ahogado, se había salinificado dejando como testigos de su presencia eterna profundas grietas salinas que lloraban su ausencia. Que clamaban la humedad, las lágrimas que se habían juntado así una con otra, y esta con esta, y aquella con otra y que de tanto llorar seco se había quedado.

Un océano se había esfumado, el adiós era para siempre. Ya no llegaría con sus encantos a alimentar las noches de aquellos que tenían por cena sus ensoñaciones encantadas. Dicen que reían muy unidas, que el compás de su baile lo marcaba un sonido fuerte, rítmico que en sus inicios se escuchaba como el de las olas al acariciar la orilla y que en su segundo acto llegaba como ese que produce la retirada del agua hacia lo más profundo de la noche.

Y cuchichean que quedó cosido con hilos salinos el dios de los cielos al de los vientos con el del bramar oceánico y que de ahí de esa unión nació el matiz tan ansiado que llegó arrullado por el volador más grande nunca antes visto. Que se vieron unas manitas traviesas tomadas a unas huesudas agarradas a otras regordetas que aferradas a la cuerda mágica daban altura al más preciado de todos los regalos:

La niña y la hija de la abuela y la madre de la madre de la niña se habían dado las unas a las otras: “el color de la perseverancia.”

Y colorín colorado este cuento se ha acabado, pero el tuyo no ha empezado.

jueves, 18 de junio de 2009

sábado, 13 de junio de 2009

Haciendo zapping

Con total seguridad tener el control remoto o el mando es un placer que produce las más placenteras sensaciones. Desde esa que nos viene al entrar en contacto nuestra mano con su forma rectangular que se adhiere a nuestra palma diestra así como anillo al dedo. O al sentir que es todo nuestro y por lo tanto podemos retenerlo, hacerlo prisionero y doblegarlo a nuestros deseos. Hasta la satisfacción de ir presionando botón tras botón, pasando cuanta imagen posibilite nuestro programa de TV cable sin detenernos en nada especial, mientras nuestros pensamientos danzan al ritmo de nuestras retinas tele expectativas.

Y ni hablar de esa sensación liberadora que nos posee al decidir qué vemos, qué elegimos, cuánto tiempo le damos de vida a tal o cual imagen y cuándo pasar de canal sin darle la mínima posibilidad al resto de los mortales de procesar lo que desfila delante de sus narices y que entra directamente del plasma televisivo al plasma humano. En todo caso aún recuerdo qué hacíamos antes del alumbramiento, antes de que viera la luz este facilitador del cambio por el cambio. Este pequeño objeto que su tenencia proclama a los cuatro vientos un máximo de status hogareño.

Nací iniciados los cincuenta y ya para esos abriles se disfrutaba de la presencia de la televisión en nuestro terruño, de este descubrimiento tecnológico que vino para quedarse y ser un miembro protagónico de todas las familias, que llegaba para ser muy querido, valorado y en muchos momentos portador de las más apasionadas disputas caseras, este trasmisor de las más ardientes imágenes que desatan lágrimas, risas, cólera y felicidad.

Como ningún otro aparato electrodoméstico logró desde sus inicios hasta nuestros amaneceres reunir a su alrededor a todos sus tele maníacos, bien juntitos los unos de los otros, pendiente del reloj como nunca, retando los límites de la democracia interfamiliar de decidir qué programas ver o cual no. Suscitando una votación difícil de consensuar Cuestión que era más fácil en aquel entonces cuando sólo la oferta venía en un paquete de cuatro canales. Y los controles formaban parte del diseño intrínseco a su modelo.

Permitiendo hacerse presente todo tipo de gentilezas que daban paso a actitudes más amables y que permitían que la armoníavisiva visitará la atmósfera doméstica. Se cedía a los mayores el privilegio de disfrutar de sus programas favoritos y los más jóvenes quedábamos en los segundos puestos para una espera que se hacía eterna con el riesgo total de perder la cita tan ansiada. Y los peque éramos los llamados a adelantarnos hacia la pantalla hacer el cambio manual amén de recibir por agradecimiento un buen cocotazo.

Y sin darnos cuenta este anfitrión, este dueño de casa repentinamente se fue apropiando de cuanto espacio físico y emocional le fue permitido y negado. Se ha vestido de muy diferentes galas y con una amalgama de diseños ha ido ocupando sitios muy diferentes, desde la sala originalmente cuando era compartido y mostrado como el trofeo más valioso de todos, hasta llegar a los rincones más íntimos y con los vientos que corren ha llegado a tener un ambiente propio, que la sala familiar, que el florida, que el estar son algunos de los títulos honorarios que denominan el altar para tan ilustre patrimonio familiar.

Pocos escapan a sus encantos, es un fenómeno que atrapa con sus ofertas a todos los grupos etáreos, con horarios que privilegian a unos y a otros, que hablan a favor de una tele audiencia infantil, otras más joven y otros a grupos más adultos, en todo caso su menú nos llega en una carta bien diversa que satisface a paladares multiculturales y que sus alternativas en última instancia nos ofrecen la posibilidad de elegir o no degustar sus manjares.

Y así vamos por la vida haciendo zapping, que tres enter, que veinticuatro enter, que sesenta enter, que noventa y ocho enter, y así dale que te pego. Y esta multiplicidad de variantes me lleva a pensar en un pasado no muy lejano donde personalmente sólo mi opción eran dos entradas ,seis enter, y dos enter, dos vías de acceso a programas que ya venían etiquetados, de esos prefabricados, totalmente diseñados cuyo texto, imagen y sonido hablaban del sistema y prosistema. No tuve alternativas , no tuvimos prestaciones, nada de deleitarnos primeramente con un exuberante appetizer, un apetitoso plato fuerte y un excitante postre. Y ni soñar con un refrescante cuba libre.

Al dar las seis de la tarde, hora oficial en que la programación televisiva entraba al compás de nuestra marsellesa quedaba claramente expuesto que los intereses, tendencias, inclinaciones, preferencias individuales o como nos guste llamarles quedaban sin ser saciadas, el hambre, nuestra hambre quedaba tan hambrienta que no nos quedaba otra que echarle mano a eso que dicen que a falta de pan casabe. Comí pan de yuca por treinta y seis años. Por eso hoy y todos mis días rindo homenaje a todo lo que me haga saborear la libertad que en muchos casos nos ha costado un Potosí.

Se dice que más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita. No puedo evitar que mi reflexión introspectiva se incline a celebrar todos los adjetivos que visten y dan alas a esta categoría o concepto, a esta estatua, a esta mujer que en sus primeros pujos nos tuvo a todos, somos sus hijos libertados, unos que han podido ejercerla desde sus primeros llantos y otros que la hemos conocido sin represión mucho después de haber gritado por vez primera. Y ahora con mi control remoto en mano decidiendo qué ver y que no, una acción tan simple, tan de rutina es a mi modo de ver un primer ejercicio democrático, son los cimientos para ir zapping tras zapping construyendo la coordinación pensamiento-acción que como un abanico de opciones, posibilidades, alternativas, variantes, ofertas o cuanto vocablo hable a favor de aires y vientos liberales y que permita que una vez paladees tu salto anfibio nunca más dejes de croar.

Y como la comida entra por los ojos, según dicen es menester poner ojito y cuidar de nuestra dieta mediterránea perdón batracia, que exige entre otras cosas no consumir “censura ” un ingrediente que según los especialistas entra al fluido sanguíneo produciendo los niveles altos del LDL ( colesterol malo) y de los triglicéridos.
Vaya que digo yo que estar free informado es como estar bien alimentado. Crok, Crok, Crok cantaba la rana, crok, crok debajo del agua………..