domingo, 12 de julio de 2009

Happy Birthday Donald Duck

Happy birthday to you, happy birthday to you. Happy birthday Duck Donald, happy birthday to you.

La torta está servida, luce setenta y cinco velitas invitando a un gran soplo que llegue de todas partes del mundo. Un aplauso para festejar la vida del pato más pato del universo palmípedo. Muchos nacieron antes, otros con él y algunos como yo nacimos para cuando ya Mr. Donald Duck era mayor de edad.

Para cuando yo gateaba y daba mis primeros pasos él disfrutaba de los privilegios de su fama que llega hasta los días de hoy.

Todos recordamos nuestra primera vez. Mi primera vez. Mi primera cita fue a ciegas, el encuentro del signo de dólar ($), la representación gráfica del billete verde del norte y yo fue muy animada. Fue salida directamente de las pupilas tilitantes del tío Mac Pato a mis pupilas infantiles. Mi iris quedó donaldzado.

Tuvieron que pasar muchos años en mi vida para que tuviera en mis manos los tan ansiados papelitos verdes. Para ser más exacta en mil novecientos ochenta y ocho, aún cuando la tenencia de esta moneda era ilegal en mi tierra. A escondidas tuve por horas unos quince dólares, mi gran fortuna, mi corazón latía a ritmo de una caja registradora salida de las páginas de mis queridos cartones que producía un sonido mágico con sabor a Orange Duck.

Hoy mis recuerdos se asemejan a una movie de ficción. Al igual que la Cucarachita Martina me senté a pensar qué me compraré, qué me compraré. Mis titubeos no pasaron de ser una quimera. Nunca pude comprar nada, tuve que ceder mi fortuna a una amiga para que la pasara a su vez a otra y así entrara a la cadena del mercado negro y ahí cambiarla por un par de artículos de higiene de primera necesidad que me hicieron la mujer más feliz de la Vanidad Martina.

No tuve educación ni instrucción financiera, mi mirada en esa área del desarrollo humano fue de ceguera absoluta . Era miope en el tema. Mi relación se limitaba al final de cada mes a recibir al contado un sueldo en efectivo y en moneda nacional, el peso que no equivalía ni a un dólar. Esas fueron literalmente mis entradas por más de treinta y seis años. Afortunadamente mi visión mejoró y hoy por hoy tengo veinte veinte.

Disfruté muy poco de las imágenes televisivas de los muñequitos occidentales.
Nosotros vimos desaparecer los tradicionales personajes dizque acusados de portar mensajes dañinos, tildados de pequeño burgueses. El Arca se fue a pique, con ratones, elefantes, perros, gatos, venados, peces, osos, cangrejos, pingüinos y cuanta especie del reino animal amenazara con dar el grito de la selva.

Nosotros fuimos testigos de la transformación de la ternura, la belleza y la originalidad de los cartones clásicos a formas de madera, a dibujos de palo prácticamente inanimados que contaban relatos de países de Europa oriental. Nosotros todos odiamos los muñequitos de palo como se conocían e incluso había un chiste que contaba de una madre que castigaba a su hijo por portarse mal y lo mandaba a ver los de palo.

Y así como el que vive de cuentos muere de desengaños, nuestro espíritu e imaginación infantil fueron a parar a la hoguera de la incredulidad. Nada de fantasías, nada de finales felices, nada de nada.

Vivíamos del cuento eso sí. Y sin darnos cuenta unos, y otros dándose perfecta cuenta comenzamos a escribir la fábula más increíble que el récord Guinness ha registrado: Un relato congelado en los tiempos, varado sobre un caimán, recreado en una extensa plantación y donde el personaje principal fue proclamado de caballo y el resto de los animales de camaradas. Así como en la Rebelión en la Granja.

Los siete mandamientos de la Rebelión en la Granja entraron a mi vida pasada mi adolescencia. En pleno desarrollo juvenil y con una parcial meridiana claridad (remedando al texto) y que es una expresión que durante años el hípico castrense relinchó en la explanada mayor. Los siete enanos han mandado y mandan aún en la granja menos cultivada de todas las conocidas. Y al son de los siete me hice mujer, sabiendo que todos los animales somos iguales, pero hay unos animales más iguales que otros. Yo era de las menos iguales.

Y así en esa ecuación de equidad hípico camaraderil unos no teníamos dólares y otros sí, porque todos éramos iguales, pero siempre había y hay unos animales que son más iguales. Y al final seguimos diciendo: C’est la vie.

Perdimos todo y la memoria aún más, no recordábamos, las imágenes iban alejándose cada vez más, parecían perderse entre telarañas, parecían fantasmas que se empeñaban en regresar pero que eran ahuyentados por los siete mandamientos. Todo se fue transformando, pura decadencia y los siete se multiplicaron una vez y otra y otra hasta convertirse en una lista interminable de prohibiciones para los menos iguales. Y privilegios para los más iguales. Y el carrusel dando vueltas, en su tarima solo un ejemplar relinchando y el resto de los más de diez millones de especies ahogando sus protestas onomatopéyicas.

Y aquí estoy disfrutando de una de mis imágenes preferidas , una capturada por mi cámara de fotos, que documenta que todo llega, que todo tiene su día, que mis brotes verdes florecieron . Es una foto familiar en Magic Kingdom en Disney World dándole la mano al Pato más viejo del mundo. Que no por viejo deja de ser travieso tiene una banderilla en su pata que dice: Prohibido prohibir.

Post-it La fábula que nunca debe dejar de leer a sus hijos: “ Rebelión en la Granja.” Autor : George Orwell, 1945. Para que nunca sus hijos al escuchar cuentos sufran de desengaño y que jamás sean menos iguales a los más iguales.