domingo, 8 de noviembre de 2009

El Flautist@ de Ciberni@

Internet y yo somos inseparables. Aliadas. Estamos ligadas. De los servicios que pago mensualmente este es el más valorado. De cara a la crisis creo prescindiría de cualquier otro menos de este. Y entre otras cosas es que mis afectos entran a mi vida, embellecen mi realidad, penetran en mi corazón a través de este escenario cibernético que ha llegado para tender puentes, redes que como mallas nos entrelazan burlando cualquier obstáculo, fronteras y dictadura.

Las redes sociales son para muchos incluyéndome una gran plaza expuesta al mundo, donde sus portales dizque como balcones floridos nos permiten asomarnos a plataformas multi temáticas que coadyuvan al lanzamiento a cuanta oportunidad se cree y se quiera explotar. Para explorar y explotar hay muchos destinos turísticos y en la lista de los tops se destaca uno del cual ya prácticamente la visita es más que obligada. No hay guía que no le ofrezca al visitante menos osado que navegue sus caudalosas corrientes.

Ciberni@ una de las ciudades más visitadas y pobladas de nuestros días que con sus ventanas abiertas de par en par muestra los rostros de miles de navegantes que con los remos en mano hacemos de nuestras entradas a esta capital la aventura más arriesgada. Me tomo el internet como un energético cóctel vitamínico que ingiero como parte de mi dieta emocional al abordar el crucero más movido que haya surcado los mares.

Pero no siempre ha sido así. No siempre lo he tenido tan a la mano. Guardo la imagen de mi madre siempre con una sonrisa en su dulce rostro esperando la visita dominical de su hermano menor o a su hermana mayor siendo portadores de cartas de su hermana menor. Mi tía dejó su terruño tras su única hija. Era la menor de seis hermanos, muy pero muy querida por ellos y por todos sus sobrinos. La llegada del cartero a la puerta de nuestra casa familiar era un momento de tanta felicidad que siempre lo tengo conmigo. Su presencia era anunciada con un silbato ya muy conocido y que era todo un símbolo voceando que llegaban noticias del norte.

Las novedades eran escoltadas por un caballero de sudada estampa. Con muy buena pinta y que sin ser jinete llegaba literalmente galopando. Las altas temperaturas del siempre caliente Caimán lo ponían a cabalgar. Así caminando y trotando recorría las callejuelas de barrios, pueblos y ciudades.

Cumpliendo un recorrido dictado por las coordenadas que aparecían como veletas en los sobres. Todos mezclados y que alborotados yacían en su morral descolorido. Un conocedor de cuanta dirección le exigiera dar sus recorridos y buscando la acera menos caliente, siempre buscando la sombra refrescante así se le pillaba. Ajustándose su clásica boina que le cubría el rostro de los rayos caribeños. Este gentleman aceptaba el reto de los retos: “una entrega a tiempo y en manos del destinatario”. Orgullosamente mostraba sus trofeos al tocar de puerta en puerta. De flor en flor.

Todo un personaje querido y ansiadamente esperado. Se le veía con su bolsa a cuesta o sobre uno de sus hombros , donde cargaba literalmente las penas y alegrías de muchos desconocidos que confiaban en que el correo entregará en manos propias sus misivas. Viajaban millas y millas, hacían un camino largo y sometido a un escrutinio gubernamental que violaba una de las leyes más legendarias del sistema postal: La correspondencia es privada, personal. No se profana.


Para muchas familias este servidor público formaba parte del entorno, de la rutina barrial y que decir de ese bolso con toques mágicos donde dormían hecha un amasijo la correspondencia de color esperanza y olor nostálgico que muchas familias esperaban con ansiedad compartida. Sudoroso, cansado pero sabiendo que su presencia era muy querida así llegaba uno de los servidores públicos más antiguos al servicio de la comunidad.

Mi madre lo premiaba como los cubanos reciben a sus visitas más queridas , con un vaso de agua y una taza de café recién colao!!. Y un rotundo agradecimiento. Una bienvenida humilde pero emocionada.

Una cierta complicidad, una alegría compartida delataba su llegada. Mi mamá y mi cartero hacían una pareja que de cierta forma hablaban de un secretillo al compartir vivencias de formas diferentes, sentimientos surgidos de papeles, de hojas, de noticias censuradas. Todos sabíamos de la revisión a que eran sometidas las cartas , era un secreto a voces, lo decía la “radio bemba”, así se le ha llamado al infalible sistema de comunicación que de tú a tú aún circula entre mis paisanos , el ir y venir de boca en boca de cuanta noticia o rumor circulara que como se sabe vuela o corre como la pólvora. Considerado el órgano comunicativo no gubernamental del chisme, del cotilleo, el eco bembal ha burlado al látigo oficial.

Y con un apretón de manos y el deslizamiento entre ellas del preciado tesoro así se cerraba el encuentro entre mi vieja y nuestro amigo. Nada casual ni fortuito. Todo lo contrario.

Y acto seguido entre las manos de mi madre danzaba su particular partitura, un pergamino con aroma norteño que devoraba con avidez página tras página. Ella me contaba y nos contaba a todos las buenas nuevas, la dejaba en su mesita para que la leyéramos amén de que no hacerlo era un acto de desamor, cosa que no sucedía en nuestra familia. Compartíamos el pan y las epístolas.

Atesoro esa sensación olfativa que inundaba los ambientes y que se hacía presente desde el momento en que abría el correo y ese olor se expandía, enriquecía la atmósfera, no era cualquier aroma. Era una fragancia especial, impregnada en un papiro nuevo, amarillo con líneas medio verduscas, eran aires frescos. Escrito por ambas caras, con la letra pequeña de mi tía. Por un grafito de color azul fuerte. Que bañaba de ilusiones, cariño y amor el texto. Mi madre y mis tíos intercambiaban sus cartas, unos leían la de los otros, y nosotros la de todos. No había secretos, no había falsa privacidad, era un patrimonio del clan González Cabrera.

Las cartas venían acompañadas generalmente de regalos, de fotos familiares a colores,
páginas de revistas con modelos de ropa infantil especialmente para mí. Y hojas de acero marca Gillette para afeitar los rostros varoniles, el regalo más esperado por sus hermanos. Desafortunadamente no siempre llegaban a nuestras manos tales cosillas, al ser violado el sacro sacramento de la inmunidad epistolar también era violado el derecho a la propiedad privada viniera en sobre o salida de la campiña cubana.

De siempre he amado al cartero, siempre hombre, hoy pienso por qué y no tengo respuesta, nunca una de las nuestras, una cartera. Su ausencia nos arrancaba desde una jaqueca materna hasta una que otra lágrima pensando que algo había sucedido y nosotros aún no lo sabíamos. Un mes o algo más se necesitaba para recibir noticias. Y qué decir de los famosos cables, así llamados esos textos breves, concisos que generalmente traían malas noticias.

Nada que mi cartero no tenía nada que envidiarle al del Poeta , al de Neruda. Era tan afamado y simpático como el que más. Mi cartero llamaba una , dos o más , llamaba las veces que fuera necesario. Mi cartero llamaba más de dos veces.

Mi infancia estuvo marcada por este personaje que hacía tan feliz a mi madre. Y por ello monoblogueando hoy día es mi manera de explorar, excavar en mi misma y dignificar este oficio . Me considero una mujer de letras y para las letras. Muchos años después supe en primera persona el valor de la palabra escrita, de la palabra que traía de alguna forma incrustado el salitre familiar , de mis amigos y amigas.

Cuando salí de Cuba justo en este mes de septiembre, mi aniversario de independencia, mi Grito Libertario, el cartero cobró una magnificencia en mi vida afectiva imposible de superar. Vivía en un edificio en un cuarto piso, sin ascensor, vivía en un departamento cuyas ventanas iban desde el techo hasta prácticamente el piso. Eran amplias ventanas, amplias salidas hacia fuera, un buen puesto de observación, un ojo extra para espiar la llegada de mi tan esperado flautista. Poco me faltó para salir danzando tras él degustando la dulzura de su fugaz aparición.

A veces le veía otras no, así que bajaba literalmente volando los escalones , aquellas gradas me parecían un obstáculo infinito entre las casillas y mis anhelos. Mi ansiedad era inmensa por tener entre mis manos esos sobres con los sellos que anunciaban su procedencia: un camino recorrido entre mar y tierra , desde el Caribe a los Andes. Y ahí delante de mis ojos, el papel, un papel sin olor, un papel muchas veces o casi siempre de muy mala calidad, sin líneas, de color café oscuro, grueso, ordinario, pero que la letra de mis seres queridos lo hacían hermoso, lo hacían de un valor a prueba de reciclaje.

Mi frustración era absoluta cuando al buscar en mi depósito lo encontraba en soledad, ese sentimiento de pérdida que despertaba en mí la absoluta ausencia de tan soñada visita, en muchas ocasiones solo me esperaban cuentas, pagos por hacer. Nunca sometí a mi voluntad a un ejercicio tan duro como en aquellos tiempos, me negaba la posibilidad de revisar mi casilla más de una vez al día, sabía el horario de visita del cartero, así que me hacía trampa pensando que quizás él había olvidado mi carta, y la traería más tarde.

Y otra parte de mi me decía: baja , baja. Ve en su busca. Y la otra luchando contra la primera me ordenaba déjate de tonteras y nada de bajar. Acá te quedas hasta mañana, que será otro día.

Teniendo todo esto tan presente y a la vez tan lejos, me permito declarar, me permito considerar mi adicción al internet como una terapia de auto relajación emocional. Considerar mi evolución epistolar a la nueva era de los mensajes, o a la nueva era del skype. Ser autodidacta en diferentes áreas del saber con el soporte de google y otros buscadores, es la alternativa para satisfacer cuanta interrogante que en cualquier tema me ronde.

Me niego a los análisis epidérmicos, superficiales, creo que la retrospectiva como el método de los métodos ayuda a que se profundice en los recuerdos y que el recurso del blablabla cibernético que tenemos en la actualidad no pierda su valor por su uso cotidiano. Todos los días de mi vida serán insuficientes para agradecer a los hombres y mujeres que dedicados al área de la tecnología computarizada hacen posible que la comunicación trascienda los límites impensables.

Mil gracias a que hoy día sentada cómodamente, disfrutando de mi intimidad , hablo, charlo, viajo por todos los continentes prácticamente, alabo mis encuentros, mis citas, mis oídos se regocijan cuando el sonido del skype anuncia que una persona me busca, piensa en mi, me recuerda, entra a esta pequeña habitación donde la felicidad se concretiza entre mi voz y en la de mis seres queridos.

Donde la voz da forma a los sentimientos, donde la alegría, la pena, la tristeza, la risa, las buenas y malas noticias son bienvenidas, ya no en manos de mi personaje místico, sino en mi bandeja de hotmail.com o yahoo.com

Estas bandejas, de plata , oro o cualquier otro metal. Un metal fuerte y brillante son portadoras de los andares más andariegos que el mundo ha conocido, andan, recorren y se hacen presente a una velocidad de vértigo. Llegan con banda ancha y sonora, con imágenes , con textos o sin ellos, andares que son portavoces de nuevos diseños. Encuentro respuestas a todas mis inquietudes. Encuentro en google desde la clásica pregunta de por dónde le entra el agua al coco hasta esa que aún me ronda.

Me permite hacerme presente en mi banca, ir de compras , columpiarme en portales políticos , informativos, culturales, deportivos y me ha dado la posibilidad de lanzar a su universo blogueriano mis cantares.

Y exigen que a mi edad y a otras más avanzadas hagamos los deberes, que el internet no sea una materia pendiente, todo lo contrario. Que sea nuestra mejor puntuación. Nuestra herramienta más aceitada. Solo pienso en mi madre en noches como las de hoy y cuanto le sorprendería las destrezas que su hija, las habilidades que yo su peque he desarrollado y que me permiten tener noticias frescas y libres.

Mensajes de paz y amor en cualquier tierra donde me encuentre, se sorprendería de ver como su niña, la niña de sus ojos tiene IL POSTINO EN CASA.