domingo, 21 de noviembre de 2010

Hablando sola hasta por los codos.

La penumbra reinaba en el ambiente, una tonalidad gris azulada banaba el reino de las brome lías, orquídeas, rosas y demás follajes que a ellos le gustaba tener por familia A ella le gustaba saborear esa intimidad que le cobijaba el cuerpo y el alma. Se arropo en ese manto vegetal que refrescaba el aire y le daba un toque de perdición total. No era que estuviera perdida, todo lo contrario, tenía en sus manos las riendas de su vida, sentía placer, una suerte de orgullo al reconocer que la vida le había jugada la carta mas difícil que hasta ahora le había lanzado sobre un tapete de rosas y espinos. Como la existencia misma. Ella se abandonaba a una suerte de vivir con la ausencia del amor marital.

La señora vida le visitaba y con total seguridad le encontraba con los guantes puestos. Se acomodo en su viejo sillón de roble, una madera dura como ella misma, al menos así le gustaba comentarles a sus viejas amigas, su mecedora y ella tenían mucho en común, su fondillo amplio y regordete amenazaba con acabar la historia que esa desvencijada poltrona había acumulado a lo larga de su historia en la prestación de servicios a ella y a las culonas de toda su parentela.

La había heredado, había estado al servicio de una afamada lista de mujeres que habían encontrado la paz y el sitio ideal para acunar a sus hijos, tejer, leer, charlar, y contar sus historias. Este tesoro formaba parte de su patrimonio personal, la tenía inventariada como al resto de sus tarecos más queridos. Sobre este tema tenía sus inquietudes justo pensaba a quien le dejaría sus objetos personales, y entre ellos su amada y leal mecedora. No es que fueran costosos, ni que en una de esas tiendas de antigüedades le darían esta vida y la otra por ellos, no, pero eso sí, el valor emocional que cada uno tenía trascendía el podio de cualquier subasta, eran testigos de la felicidad e infelicidad familiar. Todos los recién nacidos habían sido amamantados bajo el meneo monótono de este sillón. Era una reliquia a prueba de los avatares que había presenciado. En silencio pero dándole movimiento a la congoja que ella ahora mismo intentaba poner en blanco y negro le acompañaba.

No era acariciada desde hacia medio siglo, lo bueno de perder la memoria es que vas olvidando el placer de ser explorada desde adentro hacia afuera o desde la periferia hacia la cavidad mas intima de tu ser. Se estaba secando, perdiendo sus líquidos vitales. Padecía de una sequia que amenazaba con marchitar su alma.

Una de sus confidentes mas allegadas, su amiga Alma entre platica y platica, entre chisme y chisme, le había aconsejado que ante este abandono irremediable que padecían ambas su curandero de cabecera le recomendó que para no perder justamente la cabeza había que comenzar a practicar el cariño hacia sí mismo, solo eso le había dicho, no había remedio ante esta dolencia le dijo, y dio por terminada la consulta. No entendía mucho como hacer esto, venia de una familia donde no se practicaba así a plena luz del día el amor en nombre propio. Se quería a los demás, a los padres, hermanos, hijos y así a todo el árbol genealógico y al resto de los semejantes como indicaba la oración.

Se consideraba hasta de mal gusto estar pendiente de la voz interior, de ese cuchicheo constante que amenaza cualquier otra charla, que atenta contra la concentración en otro tema, en estar pendiente de la idea ajena, del pensamiento del otro. Pero estaba intentando seguir al pie de la letra todo consejo que recibía, ponía a prueba todas los consejillos que pudieran aligerar el peso de su alma en pena. Y se decía constantemente que nunca era tarde si la dicha era buena, no había olvidado los refranes, era bien dicharachera, para todo tenia una de esas frases clásicas que resumen la sapiencia de la gente de pueblo, sencillas y llena de sabiduría.

Sus párpados caían de a poco sobre esos ojos grandes, rasgados , ojos pardos profundamente discretos había tenido suerte con el color de sus ojazos, eran como los gatos pardos de noche que no se ven eran como dos faroles que en sus noches de viudez le devolvían el amante perdido y le ayudaban a encontrarlo al mismo tiempo, bajo la misma luna y en el mismo planeta, en el confín del mundo, partida en dos por su perdida y de paso por la línea equinoccial donde vivía.

Corría el mes de noviembre, sus primeros días, días donde se rendía homenaje a los que ya estaban del lado de allá como decía su abuela materna, recordar que es una forma de re vivir a los muertos, a los difuntos. Y como noviembre corría se preguntaba cómo serle fiel a su difunto. Era tan suertuda como decía su amiga a la cual su marido le había dejado hacia algún tiempo, había desaparecido con el ultimo mal tiempo que azoto el pueblo. La última vez que le vieron fue envuelto en un remolino de hojas secas. A ella sin embargo no la habían abandonado por razones tan cuestionadas, todo lo contrario. Su bien amado había sido traicionado por lo mejor que tenia, había sido víctima de su buen corazón.

Esta amiga le decía una y otra vez, la suerte que la vida le regalaba, según ella era mejor y mucho mejor ser viuda que ser dejada. Aun ella no entendía mucho la diferencia , no tenia punto de vista sobre este tema , ni la más remota idea , entre otras cosas porque aun no se enteraba que era viuda, estaba sentada escondida , protegida por la escasa luz esperándole, sentía que en cualquier momento llegaría, más o menos a las seis o seis y media de la tarde, cuando aun la noche no caía y los rayos de los últimos soles se despedían, en cualquier momento sentiría que la puerta se abriría y con su sonrisa de todos los tiempos le contaría como había sido su día. Las sombras y el blues se hacían presentes a toda hora en la vida de esta candidata a padecer la carencia de un buen riego viril por el resto de sus futuras décadas.

Se preguntaba cómo esperaba una viuda a su esposo, o no tenía el derecho de esperar porque ya no vendría, había muchas formas de esperar, de regresar, de hacerse presente o de ausentarse, por ejemplo ella misma estaba ahí y no estaba, el no estaba de cuerpo presente pero estaba, sus fotos estaban por todas partes, su espíritu llegaba abría las puertas, le traía las fuerzas para que ella que odiaba hacerse el primer café de sus mañanas se levantara al amanecer y se lo tomara desde el mirador de su dormitorio, la ciudad a sus pies. De siempre el hacia la primera colada del néctar tinto mientras ella esperaba a que se lo ofreciera. Era capaz de sentir sus sonidos típicos al soplarse la nariz, un ruido que ella disfrutaba desde lejos mientras él se preparaba para salir a su oficina, su figura llegaba y se perdía. Era un constante flujo entre lo divino, lo místico y lo imaginado.

Cómo espera una esposa abandonada como su amiga a su esposo, o acaso no cabía la posibilidad de un retorno, de mantener viva la esperanza de que un buen tiempo, un buen clima trajera de regreso al hombre que se fue fugaz como un tornado, o al otro al que fue llevado por un corazón en paro. No guardaban luto, ninguna de las dos, habían acordado vestirse de verde, el color que según cuentan simboliza la esperanza, así que compraban tejidos en el mercado, puro algodón africano y como parte de la espera su amiga que era dada a las manualidades se sentaba en su máquina italiana traída desde los más lejanos confines a coser sus trajes de seda fina. Mientras ella rodeada de cuadernos comenzaba a escribir.

Le había prometido a su esposo no dejar de escribir, andaba en todo momento pensando y haciendo reciclar sus recuerdos. Era parte del tratamiento indicado, ella y su comadre lo seguían al pie de la letra , no dejen de amarse, y cuando no puedan hacerlo comiencen a anotar todo, en esas andanzas andaban este par de solitarias , las unía la perdida, estaban amarradas a la misma ancla, se hacían compañía una a la, una cosía y la otra escriba. El onceavo mes del calendario era declarado como un momento para llorar, recordar y conmemorar al ser querido, ella en eso estaba en desacuerdo, pensaba que no había fecha exacta para reír, llorar o patalear.

Pero así era la costumbre y más vale no ir en contra de las tradiciones establecidas por la humanidad porque se corre el riesgo de quedarse sin la posibilidad de que el dolor sea declarado sentimiento posible de expresar y menos de verbalizar. La tradición apuntaba acompañar la pena con una buena colada morada, típica bebida hecha de frutas, especies y otros cuyo color de un intenso fucsia asemejaba al color de la pasión hecha caldo caliente. Cada noviembre se dan cita: el tributo a los ausentes y la reunión entre amigos y familiares para degustar el morado de la cocina quiteña.

Había tomado durante muchos años la colada morada, no cualquiera, solo la que preparaba la madrina de su primogénita, con productos frescos, que iba comprando mucho antes para poder someterlos al proceso de una mezcla inusual, a fuego lento en un caldero profundo y con toda la paciencia del mundo hasta lograr la densidad perfecta, el aroma deseado y el punto que pocas familias pueden presumir al ofrecer este platillo tan tradicional como la muerte misma. Era su primera coladita de viuda, en esta ocasión a diferencia de las anteriores, su marido no estaba junto a ella, no le tomaba de la mano. Estaba degustando el sabroso brebaje al mismo tiempo que lucía una viudez singular. El estaba por llegar. Ella siguió balanceándose.

Se recordaba a ella misma como una mujer que no era tímida, más bien todo lo contrario, charlona por excelencia, extrovertida y con un buen verbo a flor de piel. Aun así le atemorizaba compartir sus ideas, pensamientos, desnudarse frente a una persona desconocida no le era nada fácil. Quedar a merced de un interlocutor desconocido nunca lo había mantenido como una posibilidad para despejar un poco su estado mental que dicho sea de paso en los últimos tiempos, últimos anos no era el más saludable. Tenía la cita, su primera entrevista con este hombre con el cual nunca había cruzada palabra y ahora de repente, sentada frente a él debía responder a sus preguntas un poco veladas, un poco insinuando una respuesta esperada.

No le gustaban las salas de espera. Estaba ahí sentada, permanecía lo más cómoda posible, abrió su bolso, extrajo su esferográfico preferido, uno bien viejo marca Parker tan antiguo como la cinta para escribir en una Olivetti mecánica, se sentía protegida teniendo objetos queridos cerca de ella, en su bolso podía encontrar todo lo necesario para enfrentar una emergencia, si fuera el caso , una barra de galleta la consideraba tan necesarias como los cinturones de seguridad, salvan vidas. Uno de esos blobs de post in para escribir, anotaba constantemente cuanta historia le pasaba por la cabeza. Un pastillero, una de esas cajitas monas donde caben con la justa par de píldoras, las imprescindibles para una jaqueca, cepillo y pasta de dientes, comía y tenía que lavarse a toda costa. Tenía horror a que los residuos de la comida le quedaran expuestos al sonreírle a la vida. Y esta se espantara. Más otras cosillas, lo usual en una cartera, cosmético, identidad, dinero, pañuelos de papel. Sus mentas preferidas y su abanico andaluz para combatir las olas de calor intenso que sufría debido a la sequia de su medio ambiente. Había tenido un buen marido y tenía un buen bolso, ambos siempre colgados de su existencia.

Sostenía el bolso pegado a ella, había decidido pedir ayuda y ahí estaba en el salón de espera del mata sano. No tenía ninguna expectativa acerca de lo que aquella visita le aportaría, era su primera vez, pero sabía a que se enfrentaba. Iba solo por una recomendación puntual acerca de tomar algún medicamento que le ayudara enfrentar a aquella sensación de calambre que le recorría sus hombros y sus brazos, aquella sensación de pérdida total. Quería alguna idea concreta para amarse a sí misma.. Era una sala pequeña, con un sofá de dos plazas, no había nadie. Ella sola esperando y escribiendo por estas fechas hacia dos años decidió no desechar sus experiencias y colgarlas en su puerto.

Le molestaba terriblemente la idea de pagar tanto dinero por ir a contarle a un desconocido lo que pasaba por su mente ausente, gran parte de sus neuromas estaban jubiladas, otras medio muertas, y otras en paro. Con este panorama neuronal era bien difícil poner en claro su divagues pero sabía lo que le pasaba. Había hecho una minuta, un esquema de su realidad emocional y sus últimos cambios y la repercusión que obviamente estos habían causado en ella. La edad ya comenzaba a pasarle una mala jugada y todo parecía andar patas arriba. Estaba dispuesta a llenar a aquel formulario con datos generales que debía llenar, y así lo hizo le entrego a la señorita que hacía de asistente y volvió a su puesto.

Tenía el control de la información. No pensaba hacer comentarios comprometedores sobre sí misma. Escucho una voz lejana que le llamaba: Sra. Juana de los Palotes, así se llama ella, la estaban llamando, nunca le gusto su nombre y menos el apellido. Su abuela paterna en plena riña con su madre decidió bautizarla así, pensando que Juana seria un nombre con carga de guerrera por lo de la de Arcos. Y su apellido por el pueblo natal llamado de Los Palotes, los nacidos allí obviaba por ley los apellidos de sus padres y en honor a su tierra adoptaban semejante apelativo. No estaba tan mal, después de todo, no pertenecía a nadie, solo era de los Palos hechos más prolongados de ahí la terminación otes. Sacudió la cabeza y entro decidida, con paso firme, extendió la mano y tomo asiento. La introducción de rigor una panorámica, un resumen de su último medio siglo, acontecimientos, hechos y las consecuencias. Los ajustes hechos para poder seguir adelante y por ultimo un breve retrato de su familia. Pretendía ella misma, por si sola asumir la terapia, buscar los recursos, pertrecharse de fuerza y asumir los cambios que tenía que asumir. Ya había logrado poner el huevo como se dice, tenía el nido, sus cosas, pero no su media naranja. El estaría por llegar.
Habían hecho el camino del Inca, habían entrado por la gran puerta del sol. Caminaba y caminaban, no se detenían desde siempre marchar le había equilibrado, era una manera de sentir la respuesta de su cuerpo a sus exigencia físicas. Y mirándole bien, cuando sudaba de alguna manera echaba afuera sus toxinas emocionales, no quería padecer de una intoxicación emocional. Transpirar era una buena manera de sacar pa’ fuera su envenenamiento pasional. Las temperaturas bajas no ayudaban a sudar la gota gorda. Con su carta astral y los augurios de una muerte segura por falta de amor se enfrento a la figura que sentada le estrecho su mano. Creyó que le susurro algo así como que nombre tan asombroso ella tenía. Se burlaba? O realmente era una denominación de origen. De esas que como a los buenos jamones ibéricos le dan prestigio y categoría.

Estaba comprometida con ella misma en reciclar todas sus historias, pensamientos ideas, las iba separando minuciosamente, no desechaba nada en lo absoluto, hablaba con ella misma en una charla imperturbable, las clasificaba por intensidad, por repetición, por color. Las más difíciles de rehusar, las negras, las mas perturbadoras, esas iban tomando forma de cuentos ajenos, por eso escribía sin cesar. El movimiento de su mecedora le ayudaba a perderse en sus fantasías y darle forma. La sombra del recuerdo siempre llegaba sin ser llamada. Coleccionaba apuntes, notas, escritos, iba de alguna manera como su amiga dando puntadas con hilo fino sobre las costuras de su deshilachada vestidura emocional. Tenía la impresión que se estaba haciendo el mejor modelo de todos los que había diseñado anteriormente. Los remates los ataba bien unidos al tejido para lograr que su infancia, adolescencia, juventud y viudez se prendieran de una sola vez, mojaba con su saliva la punta de la madeja del hilo verde como la palmera de su isla querida y una sobre otra iba uniendo fuertemente sus emociones, las iba pegando una sobre otra, sobre las lagrimas colocaba el agradecimiento de lo vivido, de lo recibido y así una sobre otra.

Así había llenado muchos cuadernos que dejaría al amor de su vida, a su hija que la conocía como a nadie pero que leyendo su apretada letra aprendía a beber del manantial de su amor.

No estaba sola ni en su salón, ni en la sala de espera, ni en ningún otro sitio. Era acompañada por su sombra que aguardaba como ella el milagro del regreso. Según los conocidos ella tenía más posibilidades de un encuentro , cuando ella se reuniera en la eternidad, no sabía cómo llegar a semejante sitio, existía se preguntaba muchas veces, había buscado varias formas de tener más información, con total seguridad le había comentado, este sitio era privilegio de los que son buenas personas, por eso estaba segura que su esposo andaba por allá, eternamente, en cambio su amiga la tenia mas difícil, se decían cosas horribles de su ex, del hombre que le dejo porque no pudo mantener los pies en la tierra. Así era la vida simplemente una huevada como decía su vecina chilena, totalmente un carrusel. Era mejor que se diera finalmente cuenta que nunca volvería a verle. Al menos que ella decidiera dejar de coser y darse cita con una tormenta tropical y que fuera llevada como el susodicho por un mal tiempo. Su amiga para referirse a su hombre hablaba sobre el difunto, aunque no tenia certeza de su muerte. Siempre había uno que otro que le decía, que no estaba muerto sino que andaba de parranda como decía la letra de esa canción tan tarareada.

Estaba con sueno, luchaba por no quedarse dormida y mucho menos debajo de un laurel. Quedarse dormida en los laureles podía ser fatal, la corriente te podía llevar y nunca más regresar. Por eso en los jardines que rodeaban la propiedad heredada había sembrado todo tipo de arboles menos laureles, eran famosos en aquella zona por hacer perder para siempre la vigilia Cerro la tapa gruesa de cuero de su ultimo cuaderno comprado en la plaza de Cusco. Seguiría con el plan de querer a todos e incluirse en la lista de sus afectos. Pediría visa para la entrada a la eternidad y ahí con total seguridad el saldría a su encuentro. Al fin podría dejar de pensar, finalmente dejaría de escribir y podría poner punto final al compromiso contraído de escribir todo lo que le pasara por su masa gris. Que a propósito ya no era gris, era verde, como el último vestido que su amiga le había confeccionado con motivo de su viaje en busca de lo eterno.

viernes, 1 de octubre de 2010

Vestida para vivir.

Se desperezo con total desfachatez ,un gran bostezo corporal, primero las piernas sin prisas, una primero y muy lentamente la otra, su lado derecho el privilegiado por naturaleza, el más diestro y el más dispuesto ante cualquier exigencia y aun mas en el momento de descansar le aportaban cierto descaro , cierta falta de pudor al estar echada , su tórax delgado y corto daba paso a sus brazos broceados y fuertes, su piel blanca ausente de cualquier presencia de maltrato por el sol que amenazaba con hacer perder el poco juicio que el verano eterno permitía tener.

Era una condena fatal, todo era eterno, todo era para siempre, nunca se acaba nada porque entre otras cosas nunca había nada. Su espalda marcada por una de esos lunares planos, oscuro, un circulo que vino con su nacimiento y que era un patrimonio familiar, unas los tienen por aquí y otras por allá, a ella le toco en el centro de su columna, lo llevaba con cierto orgullo, quizás con una tímida arrogancia, era la presencia de su lado maternal, todas los poseían.

Echada de bruces sobre un lecho sin pretensiones pero con una seguridad que se mesclaba con su sudorosa silueta. Eran las tres de la tarde, la hora en que se decía habían matao a Lola, ella respetaba y mucho esas historias que nunca se han comprobado, pero que son parte de la mala suerte con que algunas mujeres son bautizadas. No había que tener reloj para saber la hora que era, los rayos caían de puntas, como dardos sobre aquella dizque ciudad donde por amor hasta se dejaba de amar. No era ni fin de semana, ni día entre semana, era cualquier momento sin fecha exacta, ni marcada en el almanaque, ella y todos se refugiaban justo a esa hora fatal, las tres de la tarde. Hora que dividía la vida de la muerte. No se podía esperar nada bueno cuando se aproximaban las manecillas a ese número impar para las Lolas, para todas las féminas estuvieran donde estuvieran, se llamaran como se llamaran estaban amenazadas mortalmente.

Le gustaba remolonear, disfrutaba fantasear y quedarse un poco mas escuchando los ruidos tan familiares que llegaban con la brisa, era dormilona por excelencia. Descansaba sobre sus harapientas sabanas, medio amarillentas de tanto uso, su cuerpo relajado disfrutaba de su posición favorita, boca abajo , su pierna , brazo y todo su lado izquierdo muy pegado a su sudada ropa de cama, su pierna derecha flexionada formando una perfecta ele , su mano derecha bajo una almohada suave, sus senos pegados y transpirados , medios aplastados pero con suficiente espacio para permitirle sentir que ese era su sitio ideal , su cabeza ladeada buscando la presencia de la vida , su vista perdida por aquella ventana, que le permitía visitar un cielo claro y juguetear con las nubes, su cabello topaba un cuello corto que sostenía una melena medio rojiza que le distinguía desde su niñez entre todas. No necesitaba mucho para ser feliz, solo un marco que acogiera a cualquier ciudad propia o ajena para sus devaneos.

La ventana totalmente abierta permitiendo entrar una ligero vientito con sabor a juventud que llegaba justo a tiempo para sofocar una ausencia eterna. Que privilegio el de aquella criatura que no temía ser vista por un par de ojos indiscretos, se vecino más cercano era el infinito, el horizonte, su más cercano asechador era una música suave, pegajosa, rítmica que la abrazaba y le llevaba en brazos hasta donde ella decidía. Siempre había sido así. Ella era una mujer firme de ideas y aun de carne. Esta ultima comenzaba a tener una que otra grieta por aquí y por allá, pero sus pensamientos, no eso sí que no. Era libre, volaba, viajaba, se daba cita con el bien y con el mal en cuestión de un suspiro. Sus suspiros le delataban. Sus pensamientos le guiaban.

Tenía su sexto sentido bien ejercitado, entrenado, sus premoniciones daban fe de ello. Conocía a su corazón intuitivo y le obedecía, era una brújula que hasta ahora le ayudaba a sobrevivir a cuanta desdicha o dicha le sorprendía, gozaba de buena salud y sus cinco sentidos le funcionaban a toda hora, especialmente cuando Morfeo le poseía , había sido dotada con unas fosas nasales a prueba de olvido. Su nariz le llevaba por caminos insospechados. Era su aliada. El olor al amor lo había descubierto y perdido al mismo tiempo. La esencia del amor perdido es inconfundible. Solo existe en tus remembranzas, en tus recuerdos, el olor amorfo. El cómplice perfume propio de cada quien.

Sabía que estaba condenada a morir de amor. Ese diagnostico se lo había dado a su madre una santera una mujer regordeta que echada sobre su corpulento cuerpo y con un montón de caracoles en las manos que lanzaba y tenían el poder de intuir el mal ajeno entre una chupada y masticada a un tabaco que olía a rayo mientras su entrecortado mal presagio salía abrumando el ambiente. Oler a rayo era lo peor que le podía pasar a uno en su puñetera vida. Para evitarlo había que frotarse fuerte con una tal agua bendita no se sabía por quien, pero a toda costa había que conseguirla, el agua era una de las ausentes más queridas de aquella historia.

El azar quiso que desde pequeña supiera su dolencia exacta, por casualidad había ido con su madre y su tía a este barrio famoso por sus brujos o chamanes, en busca de un remedio para el mal de amores de las mujeres mayores en su familia. Y de refilón como se dice ella también salió con su alma en pena. Y dando sus primeros pasos por la vida aprendió a cargar con semejante susto. Un mal presagio. Con semejante augurio comenzó a no querer a amar. Era cuestión de sobrevivir al embrujo. Al menos así le gustaba creer. Todo lo que amaba de alguna manera lo perdería. Sus seres queridos iban y venían, morían y nacían.

A él lo estaba esperando, llevaba mucho tiempo así, no tenía prisa, sabía que los días y las noches ya no le pertenecían, era solo cuestión de perseverar y mantenerse ahí, firme, echada, estaba pendiente de cualquier sonido, movimiento que penetrara por las dos hojas abiertas de par en par, su vida se reducía a esperar. Era buena en eso. Tenía una buena dosis de paciencia, o como algunos le gusta llamarle, tenía FE. O mejor aún era positiva. Era su esperanza vestida de ensueños. No necesitaba ni moverse, podía permanecer ahí para toda la vida, con total seguridad, en algún momento el entraría, si la vida le había ensenado algo era justamente que todo tiene su momento. Que para morir de algo primero había que padecerlo y ella estaba dispuesta a padecer, a sufrir, a que la dolencia de amar le arrancara de cuajo su condición de amante fiel.

Y cantaba mientras esperaba. La melodía le era tan conocida que podía danzar sin que ningún musculo de su cuerpo se moviera, se entregaba de una, la música le acompañaba desde siempre, en todo momento, en toda ocasión, no se necesitaba estar feliz ni mucho menos para tararear, silbar e ir al son de lo que sonora. El dolor se canta, la pena se viste de ritmo y ella sabía desde siempre que eso le reconfortaba. Se estiro, su cuerpo se curvo y se adueño de todo espacio existente. Era un sitio para dos, pero ahora solo había un cuerpo, solo estaba ella y su dichosa predilección por la ventana abierta.

Nada que el viento le produjera maluqueras gripales, nada que le temiera al silbido estremecedor de los vientos de la ciudad que la envolvía, nada de alergias de eso nada. Muchos más miedo le tenía a las ventanas cerradas, no podía estar sin ver para afuera, la vida le entraba a toda hora por aquel agujero, era cuestión de vida o muerte. Nunca había sonado ni en tener cortinas, no quería tener obstáculos entre ella y los fieles testigos del amor que en aquella desvencijada habitación se encontraban. La noche, la madrugada fresca que le amaba, los amaneceres no deseados porque con ellos llegaba la hora de ponerse juiciosa, levantarse y toda esa fachada formal que la adultez tiene que asumir.

No era ni joven, ni vieja, estaba detenida en una edad en que ya no era visitada por nada ni por nadie, la vida le había dado de todo en recompensa a su pujanza bronca eterna con lo posible e imposible. Salto de la cama, camino descalza, sus pies aun no conocían las huellas de un maltrato añejado. Eran agiles ,tersos y meticulosamente limpios siempre listos para seguirla por senderos empedrados. Ella presumía entre otras cosas de tener buenos pies, fieles a sus andanzas, los había entrenado en un trote interminable, nada de detenerse, de tomar aliento, nada de eso, les cuidaba, eran sus consentidos pero les exigía un buen desempeño. Con lo cual estaba vestida para vivir, así de simple. De pies a cabeza.
Se lanzaba a la vida como aquella mulata habanera que ella vigilaba desde su ventana, al inicio sintió que moviéndose atrevidamente se salía de ella misma ,entraba en otra dimensión , ganaba otro espacio no tenía buenas curvas, pero tenía un buen culete . Y eso era ya un buen precedente en el barrio. A escondidas y frente al espejo ensaya la mejor manera de sacarle partido a su cuerpito de mujer iniciada en tales menesteres. Desplegaba uno que otro paso orquestado por aquella bendita música que salía de todas partes, que salía de aquella ciudad que tronaba a toda hora. Con facilidad remedaba a aquella silueta color café con leche que ya era ducha en menearse al compás de los muchos ojos buscones de decenas de tipos apostados por los portales de su pedazo de pueblo.
Siempre vestida para vivir, lo había conseguido a punta de golpes, eso que su madre le cantaleteaba a toda hora: los golpes ensenan. Había aprendido. Nunca se perdía, eso de no saber quién es uno, o tener que salir a encontrarse con uno mismo a ella nunca le había pasado solo lo veía en libros y películas, ella siempre sabia quien era, y como era, se conocía. Lo de mal parecida era congénito, lo de su decisión a enderezar su ruta era cuestión de los golpes. La letra entra con sangre. O con nostalgia, pero entra. Su cabeza era bien dura. O al menos siempre se lo habían dicho.

El nunca llego, ella tuvo que salir en su busca. Era una certeza, que para ella era más que una realidad, porque era un mazazo que le golpeo, una idea fija, de esas que vienen acompañadas de fiebre y reiterados sueños, una vez y así, mas de mil noches y días, y medios días y medias noches, se fue sin ella, la abandono pero dejo en la ventana su olor, sabia rastrearlo, estaba impregnado en su mucosa tras años de convivencia.

Aunque el olor se confundía con el de la gasolina que subía hasta el tercer piso donde vivían, abajo estaba esa desgracia de dispensador publico del combustible tan escaso y que amenazaba en darle fuego a sus noches pasionales, era un olor mezclado con todo, la calle donde vivían, esa esquina bulliciosa vivía a golpe de frenazos, sirenas, música, voces, gritos, tristeza y alegría, latía día y noche y ella detrás de su ventana existía a la par de esta. El salió para siempre, nunca regreso. Así paso con todo y con todos, unos para allá (obviamente al norte donde mas) y otros para el más allá. Ella se quedo hecha pedazos y como muestra de una amistad clandestina la mulata le regalo uno de esos pasos que nacen en el Caribe bajo los bongos y los habanos a modo de consuelo. La peste, el tufo maloliente de esa calle hirviendo a tiempo completo y que ella llevaba a todas partes se fundió con la añoranza hecha presagio.

Finalmente lo encontró, lo hallo después de muchos encuentros ensoñados para entonces ya no era el momento de reclamar lo no vivido, pero si el momento del reencuentro, su aspecto envejecido el resultado del paso del tiempo. Su olor el mismo. No se trataba de volver a ser feliz o de volver a amar, el punto era saber que su recuerdo no era invención de su perturbada imaginación, de su fantasía olfativa, no, el no era fruto de su vida predestinada a terminar como la niña de una poesía que en su infancia sabia declamar, esa niña de Guatemala, a las que todos conocían y que murió por causas como las que le habían pronosticado años atrás. Tenía testigos de su espera y fidelidad, lo llevo y levaba a todas partes. El ir y venir de su mente fantasiosa le daba la oportunidad de congelar y descongelar lo acontecido. Se abandono en cuerpo y alma en su ausencia.

Y cuentan que el abatimiento la trago y sucedió lo inevitable delante de los ojos de cuantos conocidos les conocían , simplemente retando al tiempo se tomaron de la mano, avanzaron hacia el abismo, la ventana como siempre, como de costumbre, totalmente abierta les abrazo , se olvidaron de todo y de todos , solo ellos pendientes de ellos mismos. Perdidos entre las estrellas, agazapados en los apagones, y enajenados por las circunstancias. Dos siluetas fundidas desafiando el presagio que se había hecho realidad, mas separados que nunca y más unidos que en cualquier situación vivida. Estando muertos pero viviendo de amor.

lunes, 6 de septiembre de 2010

En el pórtico de mi alma

Esto no es una historia. Aun no pasa, aun no sucede, lo inevitable no ha logrado detener los hechos acontecidos, he atrapado a los personajes que habitan en mi imaginación y doy rienda suelta a mi fantasía. Atrapo a cuanto recuerdo se atreve a visitarme y evitar que los días transcurran. Definitivamente es una forma de vivir, para que esforzarse en contar historias propias o ajenas nadie quiere leerlas o sí ?

Lo que escribo no pertenece a un género literario en particular, lo que toma forma de escritura son un cumulo de sentimientos, sensaciones vividas en primera persona, no es una tragedia, no es una aventura, ni un cuento, ni un relato, no tiene interés comercial. No vende al público en general, es solo un recurso emocional terapéutico.

En todo caso escribir va mas allá del compromiso de hacerlo bien o mal. Escribir pasa las fronteras, los límites de la vergüenza, traspasa el umbral de lo socialmente aceptable para convertirse en una expresión de ejercicio o entrenamiento liberador del peso con el cual cargamos. Se amasan las ideas y van tornándose en una suerte de oraciones que una tras otra se entrelazan y finalmente logran vencer el perjuicio del escritor novato y son lanzadas con tremenda osadía a la tribuna pública. No me comprometo a escribir la realidad, no quiero traicionar a quien confió en mí absoluta discreción.

No es que me contara nada en concreto, se limito a aproximarse a mi lado y así conociéndome de toda la vida me tomo del brazo, me abrazo, y en una esquina vomito sobre mi felicidad su absoluto dolor. Su calor traspaso mi epidermis y llego a mis tuétanos con absoluta impunidad, no sabría decir nada acerca de su aspecto físico, ni guapa ni fea, ni él o ella, eso si me pareció un rostro súper conocido, y que recorrerlo de pies a cabeza fue escalofriante. Se detuvo así de golpe, sin previo aviso. Su arrogancia y poderío detuvo la intensidad con la cual yo había vivido mi vida.

No sabía contar historias según me dijo, sabia acabar, poner fin a las mismas, de repente pensé creo recordar que ponerle el punto final a una vida ajena era cuestión de al menos avisar, pedir permiso, dar un aviso por escrito, una llamada, algo que de alguna forma tuviera implícito un mensaje que permitiera esquivar a esta silueta abrumadora que osaba llegar y de golpe poner fin a sueños, proyectos, compromisos y más que todo con qué derecho hacia este fatal desenlace. Por qué a mí, por qué a él, por qué a nosotros, si bien es cierto que nos parecía conocida como a todos, también es cierto que no le queríamos, no le habíamos llamado, no queríamos sentirle cerca de nosotros. Al menos por ahora.

Me susurro que no era cuestión de querer o no, como yo quería pensar, que no contaba con la aceptación de otros, que en nuestro caso nos había dado oportunidades anteriores y que ahora no estaba dispuesta a hacerlo una vez más. Que definitivamente la decisión era de su pleno poder, que lo nuestro se limitaba a verle llegar y que se alejaba epílogo en mano. Comía historias, se alimentaba de sucesos, acontecimientos, se nutria de hechos ya fueran felices o no. No me dio permiso a desnudarle delante de ustedes, según le oí decir y aun le tengo bien grabado a manera de un susurro, tenebroso y angustioso: No tengo que tener derecho para visitar a cualquiera de ustedes, ah!! Y lo saben muy bien, ha quedado demostrado, hacen el viaje conmigo, desde sus inicios vienen conmigo, pero no lo saben a ciencia cierta. Ustedes se esfuerzan en construir sus historias y yo ya sé el final de la misma, ustedes construyen desde los inicios sus senderos sabiendo que yo estaré a la vuelta de cualquier esquina esperándoles para cortar de raíz sus afanes.

Prometí no contar nada de nada. Porque decididamente nunca le vi así frente a mí. Eso si me rozo, toco lo más profundo de mi ser y siguió. Según me dijo no era mi día, no me tocaba, no era conmigo, se trataba de mi pero de forma indirecta, podía seguir caminando, según me dijo puedes seguir hasta que llegue tu turno, se aseguro que me quedara claro que nadie le conoce sin que ella se asegure de querer primero conocerte, por eso no tengo nada que decir, por momentos cierro los ojos y soy más fuerte, atraigo con total serenidad la presencia física que su presencia limito a recuerdos. Una amiga me pregunto recientemente sobre este evento en mi vida, quiso saber que se sentía al tener tan cerca, en varias ocasiones su amenaza, quizás miedo, furia, rabia, despecho, tristeza, mi amiga me pidió que le definiera el tremendo sofoco que produce la incapacidad de reaccionar ante semejante certeza.

No puedo amiga mía, se me hace imposible, le dije no puedo escribir, no puedo pensar, no quiero ser vencida, es una lucha constante entre ella que roba historias y yo que me gusta contarlas, a mí que me gusta crearlas. Las creo así como si se tratara de esos guiones de los programas de participación televisiva dizque encuentros familiares donde se dan cita mujeres y hombres de todas edades y orientación sexual. Actores y actrices auténticos. Porque al caer el telón y concluir la obra que hemos protagonizado en eso nos convertimos en protagonistas reales del guion familiar al cual le hemos dado vitalidad. Nuestra escena ha quedado expuesta parcialmente. Y yo incapacitada para creerla.

En todo caso no existe historia sin antes haber nacido, amado, vivido y muerto en cualquiera de sus formas de mostrarse. Este texto no presume ni remotamente de convertirse en algo que se ha vivido, amado y mucho menos muerto. Estas palabras una tras otra, así unidas solo por la intención de que no anden asaltándome cada minuto de mi existencia, unidas por el hecho de que se conviertan en algo más que mis pensamientos libres que asociados pueden llegar y de hecho llegan a convertirse en una bola emocional de grandes proporciones que amenace con hacer de mi vida una historia, este texto si es parte de mi esencia, es un parte, un informe que no traiciona la privacidad de lo sufrido.

No lo voy a permitir, el derecho a experimentar el dolor al máximo y en silencio es la parte de un proceso de saneamiento espiritual obligado. No se comparte, no se cuenta, solo se sobrevive llegado el momento.

Se lo perturbador que pueden llegar a ser estas ideas, perdón, me refiero a mis ideas. A las propias a esas que son el resultado de mentes entrenadas en producir pensamientos a toda costa, consciente o no. A la tendencia de conceptualizar cuanta cosa pase por el interior del océano mental. Abro esta fortaleza de mi interioridad y me replanteo el acto o la función, del misterio de la mente humana. Tantas teorías elaboradas que apuntan hoy en día a que sigamos cueste lo que cueste, yo personalmente tengo una forma de detenerme y continuar. Tengo una manera de dar vida a lo ya no existente y de no dar forma a lo que no llega, a lo pendiente, a lo que nos viene encima. Abro la puerta de lo que es mi vida, y decido vivirla mientras la escribo.

Se vive mientras se escribe y escribo mientras intento vivir, si por pedido expreso tuviera que definir que es la vida, así simplemente sin ayuda de grandes parrafadas, estoy lista para ponerla en términos gramaticales con la ayuda de un artículo y un sustantivo. Sin verbo, lo cual no implica la presencia de mucha acción. La vida para mi es una puerta. Una membrana que rompemos desde nuestro primer grito y seguimos desgarrándola hasta el adiós final.

Una puerta que en ocasiones ha dejado filtrar luz, esperanza que han venido acompañadas de alegría, juventud y proyectos. Una puerta que ha sido plácidamente atravesada. Otras ha sido una puerta entreabierta que con las justas deja pasar un rayo de optimismo. Los ojos solo logran tropezar con una oscuridad que nos hace pensar de una incertidumbre total.

Pero no me cabe la menor duda que en ambos casos, hay que atravesarla, traspasarla. Abrirla lentamente o a empujones, brutalmente. Y enfrentar la realidad que se oculta tras su forma aparente de un diseño común. Las puertas que he abierto han sido por líneas generales bien pegadas a sus postigos, solidas, fuertes, pesadas.

Se han presentado a lo largo de mi existencia una tras otras, alineadas, cercas o lejos, en periodos que en ocasiones me han permitido tomar fuerzas para seguir abriendo la siguiente, o en otros sin ninguna posibilidad de tomar una bocanada de aire fresco para poder dar el empujón final y ver que oculta la madera gruesa o el hierro forjado de las mil y una puerta que he tenido que pasar.

Estoy hoy por hoy en el umbral no de una puerta sino de un portón, de un ejemplar de esos que no son producto de un árbol noble y de buena sepa. No, estoy delante, estoy frente a uno de esos portones que están sostenidos fuertemente a su marco y que al entreabrirle se desgarra en un lamento seco y profundo, un chirrido agónico.

Porque coincidirán conmigo en que como todo hay puertas y puertas, unas de una sola hoja, otras de dos, planas, curvas, con arcos de un cuerpo o dos, con vidrios, con diseños de paneles modernos o antiguos , solidas, frágiles. Estoy atravesando este pórtico con pie de plomo. Tal cual.

Y que es pan comido el refranero de que cuando se cierra una puerta abrimos otra, pero se abre, me pregunto o nos toca sudar la gota gorda para lograr primero poner un pie, luego el otro, así medios doblados, con la pena a cuesta entrar y seguir con nuestras historias, dar un portazo y continuar. Ir de puerta en puerta no queda otra.

Estoy abriendo mi alma, con lo cual abro una de las puertas más frágiles que me permitirá no contar lo que no es un asunto a contar, a comentar. Lo prometido es deuda, confieso que rompí la promesa de no hacer de la nada una historia, pero como lo de comentar no se me da bien, al menos intento escribir que para mí y para muchos ya saben es una forma de aligerar para ganar fuerzas y seguir avanzando, no puedo seguir con tanto peso, me detengo, escribo y al día siguiente sigo traspasando la abertura de mi cotidianidad. Intento seguir siendo una mujer con una hoja de vida discretamente compartida.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Un Verano Indiferente

Ya no te traigo conmigo
Te abandono sin prisas
En total apatía.

Ya no viajas conmigo
te hemos amado entre risas
y tu inmortalidad me asfixia.

Acá te dejo, mar ingrato
No puedo llevarte sin su presencia
No quiero amarte en su ausencia.

Te veo desde mi tristeza
No escucho tu sinfonía
Tu perpetuidad hoy es mi agonía.

Fuimos dos amantes fieles a tus mareas
Yo sin él no puedo navegarte
Su mortalidad le hizo naufragar.

Ya no me acompañas
Me marcho, te doy la espalda, te abandono
Acá te dejo, sin titubeos.

Con rencor, rabia, con desamor
Mi corazón solo tiene cupo
Para el dolor.

Mar amado, mal de mar
Nos vamos él y yo
A ti te puedo abandonar
A él lo tengo que amar.

A la memoria de mi esposo

domingo, 2 de mayo de 2010

QUE MORIR POR LA PATRIA ES VIVIR

Nadó hacia lo más profundo de su alma. Sintió que estaba a salvo, su alma era un sitio seguro, que lo cobijaba, ofreciéndole seguridad , calor y la absoluta posibilidad de tomar decisiones que cambiarían radicalmente su vida. En sus entrañas sus sentimientos se daban cita amasando sus miedos, sus ideales y su proyecto de vida. Entrecerró sus parpados semi inflamados y se dijo que allí podía permanecer un buen rato, que sus inquietudes podían beber y quedar satisfechas , que sus atormentados pensamientos podían dormitar allí en las profundidades de su ser, donde la entrada estaba totalmente prohibida . Estaba dispuesto a compartir todo excepto su alma. Quería quedarse allí agazapado, protegido pero su voluntad no estaba dispuesta a ceder.
Y siguió nadando. Al inicio fueron brazadas cortas, la distancia entre una y otra le permitía sacar de cuando en cuando su rostro y aspirar el aire fresco de su espíritu renovado. La respiración era rítmica, pausada, controlada. Su cuerpo recibía cada bocanada con total agradecimiento que le ofrecía la dicha al llenarse de cierta alegría celular, de cierta buenaventura física. Era fuerte, siempre lo había sido, era prácticamente el legado que su raza a golpe de tambores le había dejado.
La salinidad enrojecía sus ojos, le pelaba sus labios, su alma ya sabía de esos sabores salinos, de esos sinsabores que vienen al degustar, al ser mordido por la amargura de los regímenes anti democráticos. Tenía llagas a flor de piel que le brotaban al asistir a tanta injusticia. La no justicia le era muy conocida, le era tan familiar que no supo cuanto de ella se le había metido, se había apoderado de su interior hasta hacerle decidir dar su vida a favor de la libertad . No era valiente, no quería demostrar lo que no era, pero si era consciente de que nadar lo alejaba de un pasado no muy lejano donde la esclavitud era tan opresora como hoy día. Había aprendido lo ensangrentado del yugo desde que sus ancestros habían llegado a la isla, encadenados y desde ese entonces decidió a través de otras vidas no vivir la vida de ellos. Decidió que esas cadenas jamás le harían perder el sentido de la vida.
Podía sentir los latidos de su corazón como látigos en su piel, al sumergirse en sus profundidades lograba sacar fuerzas para seguir adelante, había dejado de alimentarse en ocasiones anteriores, en muchos momentos ya el hambre le había visitado, había sido su huésped, se conocían. Pero ahora era diferente sentía que la sangre de un hermano de lucha le comprometía aún más a enfatizar su decisión de permanecer en huelga de hambre hasta tanto no liberaran a los 26 opositores encarcelados. En todo caso él seguiría nadando en la absoluta inanición.

Y como nunca antes padeció el desgarramiento absoluto entre lo físico y lo espiritual, eran partes del todo, pero su cuerpo se iba paralizando de a poco y su espíritu cobraba alas, alas que ya sobrevolaban ciudades, países, otras latitudes donde su denuncia proclamaba la decisión de que morir por la patria es vivir.
Cuántos muertos debe ofrecer la patria para ser escuchada, cuantas victimas deben enterrar los pueblos, cuantas madres deben sepultar a los suyos para que sea escuchada la gran patria la de todos. Con cuanto silencio somos cómplices, con cuanta indolencia masas enteras enfrentan las realidades que a gritos denuncian la violación de los derechos ciudadanos. Mientras los presidentes electos y reelectos y los dictadores ignoran que hay hombres y mujeres dispuestos a morir y a escribir en nombre de la patria.
El Sr. Guillermo Fariñas morirá si es el caso. Dara su vida por Cuba. No es el primero ni será el último opositor en hacerlo. Asistimos a su decisión de sumergirse en lo más profundo de sus convicciones para que estos le nutran, para que estos alimenten su travesía, sustenten el viaje hacia una muerte decidida y no impedida por aquellos que pueden detenerla.
Que la sumisión no nos ate al yugo de la dictadura, que vuele, que se yerga su cuerpo exhausto, que se sostenga sobre todos nosotros los que oramos porque el sacrificio de tantas vidas encuentren en la historia el testimonio que de fe de que los hombres oprimidos llegado el momento se revelan y dan muestra de lo noble de su proceder. Que su decisión sea respetada no juzgada.

Y que se le permita morir de cara al Sol. No me pongan en lo oscuro a morir como un traidor yo soy bueno y como bueno moriré de cara al sol. (José Martí)

Que la luz, el sol ilumine la hora final del Sr. Fariñas y que su decisión ayude a que la venda que ciega por decisión propia a muchos hombres y mujeres caiga ante la condena infalible del tribunal de los pueblos libres.
Mis respetos en vísperas de celebrarse el Día de la Madre el próximo domingo nueve de mayo a todas las madres cubanas que lloran la muerte de sus hijos, a las ciudades cubanas que son testigos del dolor de sus ciudadanos y a la tierra que recibe en sus pastos los cuerpos ofrendados . Porque con la muerte de cada cubano o cubana Cuba sufre y llora, sus lágrimas bañan sus costas y purifican dignamente el historial libertador que la enlutece.

jueves, 15 de abril de 2010

CUANDO UN AMIGO SE VA

Mucho antes de ser amantes, fuimos amigos. Nos unió la psicología, yo me preparaba para un examen en mi carrera y él ya era toda una autoridad en el área . Siempre fue generoso, una de sus principales virtudes, me facilitó el libro de Traviata Mujina que yo no tenía, él acababa de regresar de la Universidad de Lomonosov de Moscú al terminar su doctorado. El era mi Phd.
Mi amigo sembró arboles de la mano de su abuelo, escribió libros con su izquierda tan amada y tuvo hijos. Sus semillas perpetuarán su vida.
Me cautivaron sus zapatos unos mocasines de lona color celeste y sus dientes de conejo, totalmente expuestos al apetito femenino habanero , por lo que su boca tenía esa sonrisa dibujada a medias y su silencio cómplice de sus intimidades. De pocas palabras, las justas, las necesarias. El y su mutismo, él y su ilimitada capacidad de escucharnos.

Ha sido mi mejor amigo durante más de treinta años. De amigo a esposo, de esposo a padre de mi única hija. Consejero, un hombre que se ha ido físicamente cuando menos lo esperaba, decidió luchar por su bienestar, fuerte, valioso, alegre, chistoso, maduro, cariñoso. Su salud se quebró el once de marzo y se fue con una sonrisa de despedida, así de simple, como era. Con dolor y en total serenidad. Ecuánime hasta en su último adiós, mesurado y absolutamente hecho de esa fibra masculina que pocos ejemplares de su especie pueden alardear de poseer. El respeto hacia su familia, sus amigos, colegas y el respeto ante todo hacia lo que amaba , hacia su profesión.

Como dice Alberto Cortez . en su sabia canción, cuando Roloff se ha ido ha quedado un espacio vacío que no lo puede llenar la presencia de otro ser querido. Cuando Roloff se ha ido ha dejado un tizón encendido como una estrella que ilumina nuestros caminos. Cuando tu marido se va se detienen los caminos, el alma queda fría buscando su mano amiga. Cuando tu marido se va se queda todo contigo, los sueños, la vida compartida, las imágenes en fotografías y su presencia se esfuma consolidando su esencia divina. Cuando un amigo se va, se lleva tu juventud, tu risa, el sentido de esas pequeñas cosas que hacían de la convivencia treintañera una rutina añorada.
Cuando tu marido se va, te esfuerzas en verle en los amaneceres y atardeceres, le ves en rayos de sol de su nevado preferido, le ves en la luna llena que atraviesa los cerros quiteños . Cuando tu amigo se va te manda en forma de ensueños sus mejores deseos, te deja el dolor delirante de su pérdida tajante. El dolor no tiene color, el dolor carece de tonos, es incoloro, no permite ver lo que antes era tan calidoscópicamente evidente.

Cuando tu marido se va queda en tu piel, a la vuelta de una esquina del mall, del súper , queda sentado viendo la NBA, mi marido se ha ido pero mi amigo se aseguró de dejarme en la ciudad que amamos y que juntos con los ojos cerrados recorrimos años antes haciéndola nuestro proyecto de jubilados. Cuando tu amigo se va se asegura de dejarte con la fuerza que crees no tienes para seguir viviendo sin su calidez alimentando tus decisiones. Cuando tu marido se va te quedas sembrada de alguna manera en la realidad que construyeron juntos y gracias a Dios esas raíces, mi hija, es la que irriga mis noches, nuestra hija ha sido y es nuestra amiga. Los tres construimos nuestro escenario camaraderil.
La muerte de tu amigo va más allá de cualquier realidad sentida. La muerte de tu esposo es una certeza que te aniquila y a la vez te reta a asistir a uno de los momentos más anhelados, la graduación de nuestra hija en la universidad. Para nosotros la educación es la madre de todas las aspiraciones. Estaremos juntas el ocho de mayo sin Roloff a nuestro lado, disfrutaremos de la felicidad que se alcanza al mirar hacia atrás y ver que todos nuestros esfuerzos han convertido a una joven de veintiún años en graduada y que toga en mano dedicará el resto de su vida a honrar a su mejor amigo: Su Padre.

Cuando un amigo se va esa frase tan escuchada, trillada, que todos decimos pero que hasta que no nos toca en carne propia no sabemos cuán ajena es y que como parte del discurso del duelo se repite y se escucha: lo siento mucho, tienes que seguir adelante, puedo imaginar lo que sientes. Cómo seguir si tu amigo se llevó las ganas, las esperanzas, los anhelos , cómo seguir compartiendo sin él, el contenido de su día a día, cómo seguir a solas cocinando, nadando, escribiendo , viviendo . Mi amigo era mi faro, me detenía en él y desde su altura miraba el horizonte .

Ayer once de abril le visité. Cómo salir del cementerio dejando a tu amigo. Solo le puedo dejar allí, justamente pensando que no le he dejado, que mi marido está a mi lado, sentado, listo para revisar lo que escribo, justo para alentarme a que siga sin él, el sendero que construimos y que ahora se me hace cuesta arriba. Esta cuesta que me cuesta, y mientras escucho música, esa melodía que vibra, esa canción que tanto oía en la Habana en los años de nuestra juventud, en voz de Alberto C. declarando musicalmente que la ausencia de tu amigo es insustituible. Y que de alguna forma tu amigo eres vos, que su voz se apagó pero se quedó en mi interior para hacerme más suya, más amiga. A la memoria del mejor amigo que he tenido, que hemos tenido algunos.

A la memoria de mi esposo Gerardo Roloff.

sábado, 6 de marzo de 2010

Back to Chuta

Tener en la punta de la lengua una palabra que exprese nuestros estados de ánimo es ley para sobrevivir al estrés globalizado que corre en este siglo. En lo personal tengo preferencia por un par de ellas y particularmente por una que sin esfuerzo alguno asoma al umbral de mi cavidad bucal con absoluta facilidad. Danza a toda hora entre mi silabeo en ocasiones hostil, a ratos de reclamo y frecuentemente de felicidad.
Fui una niña bien hablada, nada de palabras malas, ni dichas ni repetidas. Lo tengo claro porque mi tia y mi madre me lo dejaron claro nada de malas palabras si quería pasear y recibir uno que otro regalo. Fui buena para entender las relaciones de negociaciones entre mayores y niños. Callar y recibir. Ya para mi juventud y fuera de la sombra familiar el lenguaje popular, lo prohibido, lo grosero se hizo presente en mi fraseo cotidiano. El sabroso “ÑO” llegó para quedarse, y hasta hoy no soy quien soy si mi alegría, mi enojo, mi contrariedad, mi asombro no se engalanan y se pasean por la pasarela bucal al ritmo de adjetivos como carajete, miér.. coles y el coño tan cubanísimo como nuestra palma real.
Mi patrón cultural así lo demanda, nada de hacerme la educada, la fina, nada de eso, no digo otras groserías, porque no me apetecen, le echo mano de manera absolutamente inconsciente a esta trilogía dizque obscena que no aplican a las ligas mayores. Para mi adultez llegué no a otro mundo, sino a la mitad de este donde obviamente la paella tiene otros ingredientes. Y desde ese momento hasta ahora una de mis preferidas, una de mis nuevas galas es chuta. Breve, sonora , llana pero no por ello pierde su fortaleza, sus curvas. Para muchos y para mi chuta resume lo habido y lo por haber.
Para algunos sudamericanos el chuta tiene varias movidas, al revisar Google supe la variedad que ofrece esta bisílaba cargada de humanismo, porque en lo personal rescato el lado antropológico de las mal llamadas malas palabras. Malas por qué? Esa tarea se las dejo, para mí son buenísimas, vienen al rescate, llegan a ofrecer a los inmigrantes como yo la posibilidad de incorporar a nuestra identidad parte del hacer cultural de los pueblos. Las clasifico como lenguaje terapéutico, cuanta energía liberamos al decir chuta, o chutaa, o chuttaa madre!!!tal cual en situaciones donde se ponen a prueba nuestros indicadores de buena o mala gente.
El chuta llegó a nuestro argot para instalarse, ha sido y es parte de mi familia durante diecinueve años. Mi hija es hija del chuta. Gracias Ecuador por darme el sinónimo del ÑO, gracias quiteños por brindarme la cadencia de decir CHUTA. Regresamos a los Andes queridos y aquí estoy de cara al Cotopaxi, al Cayambe, al Antisana, y digo chuta, mira que son hermosos estos nevados.
Solo un comentario final que para estar a la moda juvenil quiteña debo de agregarle a mi chuta querido, un FULL, porque uno de los cambios que encuentro al regresar a mi Quito es que no nos es suficiente asi solo sino que debemos decir FULL CHUTA y así es más chuta que el chuta en sí mismo. Que manera de hacer de nuestra América una América para todos. Y para rematar no hay nada mejor que escuchar de boca de una gringuita de intercambio la tan simpática frase, cuando le pregunté cómo le fue en Montañitas y me respondió sonriente : Full chuta.

Y acá estamos presa de la burocracia gubernamental esperando nuestro visado para traer nuestro contenedor porque hemos decidido vivir más cerca del chuta quiteño y aunque necesitamos visa prácticamente para todo, eso sí nos hemos ganado el permiso después de vivir acá diez años de gritar a voz en cuello: chutaa no frieguen tanto.
Sin lugar a dudas al consultar la guía al visitante uno de los tips que deben aparecer para una exitosa experiencia al aterrizar al aeropuerto Mariscal Sucre en caso de algún inconveniente con las autoridades migratorias es : ñañito qué pasa pues chuta…………………..y como decía la abuela de una amiga: chuta paciencia y buen humor para vivir en el Ecuador.
Welcome chuta, made in Ecuador