lunes, 6 de septiembre de 2010

En el pórtico de mi alma

Esto no es una historia. Aun no pasa, aun no sucede, lo inevitable no ha logrado detener los hechos acontecidos, he atrapado a los personajes que habitan en mi imaginación y doy rienda suelta a mi fantasía. Atrapo a cuanto recuerdo se atreve a visitarme y evitar que los días transcurran. Definitivamente es una forma de vivir, para que esforzarse en contar historias propias o ajenas nadie quiere leerlas o sí ?

Lo que escribo no pertenece a un género literario en particular, lo que toma forma de escritura son un cumulo de sentimientos, sensaciones vividas en primera persona, no es una tragedia, no es una aventura, ni un cuento, ni un relato, no tiene interés comercial. No vende al público en general, es solo un recurso emocional terapéutico.

En todo caso escribir va mas allá del compromiso de hacerlo bien o mal. Escribir pasa las fronteras, los límites de la vergüenza, traspasa el umbral de lo socialmente aceptable para convertirse en una expresión de ejercicio o entrenamiento liberador del peso con el cual cargamos. Se amasan las ideas y van tornándose en una suerte de oraciones que una tras otra se entrelazan y finalmente logran vencer el perjuicio del escritor novato y son lanzadas con tremenda osadía a la tribuna pública. No me comprometo a escribir la realidad, no quiero traicionar a quien confió en mí absoluta discreción.

No es que me contara nada en concreto, se limito a aproximarse a mi lado y así conociéndome de toda la vida me tomo del brazo, me abrazo, y en una esquina vomito sobre mi felicidad su absoluto dolor. Su calor traspaso mi epidermis y llego a mis tuétanos con absoluta impunidad, no sabría decir nada acerca de su aspecto físico, ni guapa ni fea, ni él o ella, eso si me pareció un rostro súper conocido, y que recorrerlo de pies a cabeza fue escalofriante. Se detuvo así de golpe, sin previo aviso. Su arrogancia y poderío detuvo la intensidad con la cual yo había vivido mi vida.

No sabía contar historias según me dijo, sabia acabar, poner fin a las mismas, de repente pensé creo recordar que ponerle el punto final a una vida ajena era cuestión de al menos avisar, pedir permiso, dar un aviso por escrito, una llamada, algo que de alguna forma tuviera implícito un mensaje que permitiera esquivar a esta silueta abrumadora que osaba llegar y de golpe poner fin a sueños, proyectos, compromisos y más que todo con qué derecho hacia este fatal desenlace. Por qué a mí, por qué a él, por qué a nosotros, si bien es cierto que nos parecía conocida como a todos, también es cierto que no le queríamos, no le habíamos llamado, no queríamos sentirle cerca de nosotros. Al menos por ahora.

Me susurro que no era cuestión de querer o no, como yo quería pensar, que no contaba con la aceptación de otros, que en nuestro caso nos había dado oportunidades anteriores y que ahora no estaba dispuesta a hacerlo una vez más. Que definitivamente la decisión era de su pleno poder, que lo nuestro se limitaba a verle llegar y que se alejaba epílogo en mano. Comía historias, se alimentaba de sucesos, acontecimientos, se nutria de hechos ya fueran felices o no. No me dio permiso a desnudarle delante de ustedes, según le oí decir y aun le tengo bien grabado a manera de un susurro, tenebroso y angustioso: No tengo que tener derecho para visitar a cualquiera de ustedes, ah!! Y lo saben muy bien, ha quedado demostrado, hacen el viaje conmigo, desde sus inicios vienen conmigo, pero no lo saben a ciencia cierta. Ustedes se esfuerzan en construir sus historias y yo ya sé el final de la misma, ustedes construyen desde los inicios sus senderos sabiendo que yo estaré a la vuelta de cualquier esquina esperándoles para cortar de raíz sus afanes.

Prometí no contar nada de nada. Porque decididamente nunca le vi así frente a mí. Eso si me rozo, toco lo más profundo de mi ser y siguió. Según me dijo no era mi día, no me tocaba, no era conmigo, se trataba de mi pero de forma indirecta, podía seguir caminando, según me dijo puedes seguir hasta que llegue tu turno, se aseguro que me quedara claro que nadie le conoce sin que ella se asegure de querer primero conocerte, por eso no tengo nada que decir, por momentos cierro los ojos y soy más fuerte, atraigo con total serenidad la presencia física que su presencia limito a recuerdos. Una amiga me pregunto recientemente sobre este evento en mi vida, quiso saber que se sentía al tener tan cerca, en varias ocasiones su amenaza, quizás miedo, furia, rabia, despecho, tristeza, mi amiga me pidió que le definiera el tremendo sofoco que produce la incapacidad de reaccionar ante semejante certeza.

No puedo amiga mía, se me hace imposible, le dije no puedo escribir, no puedo pensar, no quiero ser vencida, es una lucha constante entre ella que roba historias y yo que me gusta contarlas, a mí que me gusta crearlas. Las creo así como si se tratara de esos guiones de los programas de participación televisiva dizque encuentros familiares donde se dan cita mujeres y hombres de todas edades y orientación sexual. Actores y actrices auténticos. Porque al caer el telón y concluir la obra que hemos protagonizado en eso nos convertimos en protagonistas reales del guion familiar al cual le hemos dado vitalidad. Nuestra escena ha quedado expuesta parcialmente. Y yo incapacitada para creerla.

En todo caso no existe historia sin antes haber nacido, amado, vivido y muerto en cualquiera de sus formas de mostrarse. Este texto no presume ni remotamente de convertirse en algo que se ha vivido, amado y mucho menos muerto. Estas palabras una tras otra, así unidas solo por la intención de que no anden asaltándome cada minuto de mi existencia, unidas por el hecho de que se conviertan en algo más que mis pensamientos libres que asociados pueden llegar y de hecho llegan a convertirse en una bola emocional de grandes proporciones que amenace con hacer de mi vida una historia, este texto si es parte de mi esencia, es un parte, un informe que no traiciona la privacidad de lo sufrido.

No lo voy a permitir, el derecho a experimentar el dolor al máximo y en silencio es la parte de un proceso de saneamiento espiritual obligado. No se comparte, no se cuenta, solo se sobrevive llegado el momento.

Se lo perturbador que pueden llegar a ser estas ideas, perdón, me refiero a mis ideas. A las propias a esas que son el resultado de mentes entrenadas en producir pensamientos a toda costa, consciente o no. A la tendencia de conceptualizar cuanta cosa pase por el interior del océano mental. Abro esta fortaleza de mi interioridad y me replanteo el acto o la función, del misterio de la mente humana. Tantas teorías elaboradas que apuntan hoy en día a que sigamos cueste lo que cueste, yo personalmente tengo una forma de detenerme y continuar. Tengo una manera de dar vida a lo ya no existente y de no dar forma a lo que no llega, a lo pendiente, a lo que nos viene encima. Abro la puerta de lo que es mi vida, y decido vivirla mientras la escribo.

Se vive mientras se escribe y escribo mientras intento vivir, si por pedido expreso tuviera que definir que es la vida, así simplemente sin ayuda de grandes parrafadas, estoy lista para ponerla en términos gramaticales con la ayuda de un artículo y un sustantivo. Sin verbo, lo cual no implica la presencia de mucha acción. La vida para mi es una puerta. Una membrana que rompemos desde nuestro primer grito y seguimos desgarrándola hasta el adiós final.

Una puerta que en ocasiones ha dejado filtrar luz, esperanza que han venido acompañadas de alegría, juventud y proyectos. Una puerta que ha sido plácidamente atravesada. Otras ha sido una puerta entreabierta que con las justas deja pasar un rayo de optimismo. Los ojos solo logran tropezar con una oscuridad que nos hace pensar de una incertidumbre total.

Pero no me cabe la menor duda que en ambos casos, hay que atravesarla, traspasarla. Abrirla lentamente o a empujones, brutalmente. Y enfrentar la realidad que se oculta tras su forma aparente de un diseño común. Las puertas que he abierto han sido por líneas generales bien pegadas a sus postigos, solidas, fuertes, pesadas.

Se han presentado a lo largo de mi existencia una tras otras, alineadas, cercas o lejos, en periodos que en ocasiones me han permitido tomar fuerzas para seguir abriendo la siguiente, o en otros sin ninguna posibilidad de tomar una bocanada de aire fresco para poder dar el empujón final y ver que oculta la madera gruesa o el hierro forjado de las mil y una puerta que he tenido que pasar.

Estoy hoy por hoy en el umbral no de una puerta sino de un portón, de un ejemplar de esos que no son producto de un árbol noble y de buena sepa. No, estoy delante, estoy frente a uno de esos portones que están sostenidos fuertemente a su marco y que al entreabrirle se desgarra en un lamento seco y profundo, un chirrido agónico.

Porque coincidirán conmigo en que como todo hay puertas y puertas, unas de una sola hoja, otras de dos, planas, curvas, con arcos de un cuerpo o dos, con vidrios, con diseños de paneles modernos o antiguos , solidas, frágiles. Estoy atravesando este pórtico con pie de plomo. Tal cual.

Y que es pan comido el refranero de que cuando se cierra una puerta abrimos otra, pero se abre, me pregunto o nos toca sudar la gota gorda para lograr primero poner un pie, luego el otro, así medios doblados, con la pena a cuesta entrar y seguir con nuestras historias, dar un portazo y continuar. Ir de puerta en puerta no queda otra.

Estoy abriendo mi alma, con lo cual abro una de las puertas más frágiles que me permitirá no contar lo que no es un asunto a contar, a comentar. Lo prometido es deuda, confieso que rompí la promesa de no hacer de la nada una historia, pero como lo de comentar no se me da bien, al menos intento escribir que para mí y para muchos ya saben es una forma de aligerar para ganar fuerzas y seguir avanzando, no puedo seguir con tanto peso, me detengo, escribo y al día siguiente sigo traspasando la abertura de mi cotidianidad. Intento seguir siendo una mujer con una hoja de vida discretamente compartida.