domingo, 21 de noviembre de 2010

Hablando sola hasta por los codos.

La penumbra reinaba en el ambiente, una tonalidad gris azulada banaba el reino de las brome lías, orquídeas, rosas y demás follajes que a ellos le gustaba tener por familia A ella le gustaba saborear esa intimidad que le cobijaba el cuerpo y el alma. Se arropo en ese manto vegetal que refrescaba el aire y le daba un toque de perdición total. No era que estuviera perdida, todo lo contrario, tenía en sus manos las riendas de su vida, sentía placer, una suerte de orgullo al reconocer que la vida le había jugada la carta mas difícil que hasta ahora le había lanzado sobre un tapete de rosas y espinos. Como la existencia misma. Ella se abandonaba a una suerte de vivir con la ausencia del amor marital.

La señora vida le visitaba y con total seguridad le encontraba con los guantes puestos. Se acomodo en su viejo sillón de roble, una madera dura como ella misma, al menos así le gustaba comentarles a sus viejas amigas, su mecedora y ella tenían mucho en común, su fondillo amplio y regordete amenazaba con acabar la historia que esa desvencijada poltrona había acumulado a lo larga de su historia en la prestación de servicios a ella y a las culonas de toda su parentela.

La había heredado, había estado al servicio de una afamada lista de mujeres que habían encontrado la paz y el sitio ideal para acunar a sus hijos, tejer, leer, charlar, y contar sus historias. Este tesoro formaba parte de su patrimonio personal, la tenía inventariada como al resto de sus tarecos más queridos. Sobre este tema tenía sus inquietudes justo pensaba a quien le dejaría sus objetos personales, y entre ellos su amada y leal mecedora. No es que fueran costosos, ni que en una de esas tiendas de antigüedades le darían esta vida y la otra por ellos, no, pero eso sí, el valor emocional que cada uno tenía trascendía el podio de cualquier subasta, eran testigos de la felicidad e infelicidad familiar. Todos los recién nacidos habían sido amamantados bajo el meneo monótono de este sillón. Era una reliquia a prueba de los avatares que había presenciado. En silencio pero dándole movimiento a la congoja que ella ahora mismo intentaba poner en blanco y negro le acompañaba.

No era acariciada desde hacia medio siglo, lo bueno de perder la memoria es que vas olvidando el placer de ser explorada desde adentro hacia afuera o desde la periferia hacia la cavidad mas intima de tu ser. Se estaba secando, perdiendo sus líquidos vitales. Padecía de una sequia que amenazaba con marchitar su alma.

Una de sus confidentes mas allegadas, su amiga Alma entre platica y platica, entre chisme y chisme, le había aconsejado que ante este abandono irremediable que padecían ambas su curandero de cabecera le recomendó que para no perder justamente la cabeza había que comenzar a practicar el cariño hacia sí mismo, solo eso le había dicho, no había remedio ante esta dolencia le dijo, y dio por terminada la consulta. No entendía mucho como hacer esto, venia de una familia donde no se practicaba así a plena luz del día el amor en nombre propio. Se quería a los demás, a los padres, hermanos, hijos y así a todo el árbol genealógico y al resto de los semejantes como indicaba la oración.

Se consideraba hasta de mal gusto estar pendiente de la voz interior, de ese cuchicheo constante que amenaza cualquier otra charla, que atenta contra la concentración en otro tema, en estar pendiente de la idea ajena, del pensamiento del otro. Pero estaba intentando seguir al pie de la letra todo consejo que recibía, ponía a prueba todas los consejillos que pudieran aligerar el peso de su alma en pena. Y se decía constantemente que nunca era tarde si la dicha era buena, no había olvidado los refranes, era bien dicharachera, para todo tenia una de esas frases clásicas que resumen la sapiencia de la gente de pueblo, sencillas y llena de sabiduría.

Sus párpados caían de a poco sobre esos ojos grandes, rasgados , ojos pardos profundamente discretos había tenido suerte con el color de sus ojazos, eran como los gatos pardos de noche que no se ven eran como dos faroles que en sus noches de viudez le devolvían el amante perdido y le ayudaban a encontrarlo al mismo tiempo, bajo la misma luna y en el mismo planeta, en el confín del mundo, partida en dos por su perdida y de paso por la línea equinoccial donde vivía.

Corría el mes de noviembre, sus primeros días, días donde se rendía homenaje a los que ya estaban del lado de allá como decía su abuela materna, recordar que es una forma de re vivir a los muertos, a los difuntos. Y como noviembre corría se preguntaba cómo serle fiel a su difunto. Era tan suertuda como decía su amiga a la cual su marido le había dejado hacia algún tiempo, había desaparecido con el ultimo mal tiempo que azoto el pueblo. La última vez que le vieron fue envuelto en un remolino de hojas secas. A ella sin embargo no la habían abandonado por razones tan cuestionadas, todo lo contrario. Su bien amado había sido traicionado por lo mejor que tenia, había sido víctima de su buen corazón.

Esta amiga le decía una y otra vez, la suerte que la vida le regalaba, según ella era mejor y mucho mejor ser viuda que ser dejada. Aun ella no entendía mucho la diferencia , no tenia punto de vista sobre este tema , ni la más remota idea , entre otras cosas porque aun no se enteraba que era viuda, estaba sentada escondida , protegida por la escasa luz esperándole, sentía que en cualquier momento llegaría, más o menos a las seis o seis y media de la tarde, cuando aun la noche no caía y los rayos de los últimos soles se despedían, en cualquier momento sentiría que la puerta se abriría y con su sonrisa de todos los tiempos le contaría como había sido su día. Las sombras y el blues se hacían presentes a toda hora en la vida de esta candidata a padecer la carencia de un buen riego viril por el resto de sus futuras décadas.

Se preguntaba cómo esperaba una viuda a su esposo, o no tenía el derecho de esperar porque ya no vendría, había muchas formas de esperar, de regresar, de hacerse presente o de ausentarse, por ejemplo ella misma estaba ahí y no estaba, el no estaba de cuerpo presente pero estaba, sus fotos estaban por todas partes, su espíritu llegaba abría las puertas, le traía las fuerzas para que ella que odiaba hacerse el primer café de sus mañanas se levantara al amanecer y se lo tomara desde el mirador de su dormitorio, la ciudad a sus pies. De siempre el hacia la primera colada del néctar tinto mientras ella esperaba a que se lo ofreciera. Era capaz de sentir sus sonidos típicos al soplarse la nariz, un ruido que ella disfrutaba desde lejos mientras él se preparaba para salir a su oficina, su figura llegaba y se perdía. Era un constante flujo entre lo divino, lo místico y lo imaginado.

Cómo espera una esposa abandonada como su amiga a su esposo, o acaso no cabía la posibilidad de un retorno, de mantener viva la esperanza de que un buen tiempo, un buen clima trajera de regreso al hombre que se fue fugaz como un tornado, o al otro al que fue llevado por un corazón en paro. No guardaban luto, ninguna de las dos, habían acordado vestirse de verde, el color que según cuentan simboliza la esperanza, así que compraban tejidos en el mercado, puro algodón africano y como parte de la espera su amiga que era dada a las manualidades se sentaba en su máquina italiana traída desde los más lejanos confines a coser sus trajes de seda fina. Mientras ella rodeada de cuadernos comenzaba a escribir.

Le había prometido a su esposo no dejar de escribir, andaba en todo momento pensando y haciendo reciclar sus recuerdos. Era parte del tratamiento indicado, ella y su comadre lo seguían al pie de la letra , no dejen de amarse, y cuando no puedan hacerlo comiencen a anotar todo, en esas andanzas andaban este par de solitarias , las unía la perdida, estaban amarradas a la misma ancla, se hacían compañía una a la, una cosía y la otra escriba. El onceavo mes del calendario era declarado como un momento para llorar, recordar y conmemorar al ser querido, ella en eso estaba en desacuerdo, pensaba que no había fecha exacta para reír, llorar o patalear.

Pero así era la costumbre y más vale no ir en contra de las tradiciones establecidas por la humanidad porque se corre el riesgo de quedarse sin la posibilidad de que el dolor sea declarado sentimiento posible de expresar y menos de verbalizar. La tradición apuntaba acompañar la pena con una buena colada morada, típica bebida hecha de frutas, especies y otros cuyo color de un intenso fucsia asemejaba al color de la pasión hecha caldo caliente. Cada noviembre se dan cita: el tributo a los ausentes y la reunión entre amigos y familiares para degustar el morado de la cocina quiteña.

Había tomado durante muchos años la colada morada, no cualquiera, solo la que preparaba la madrina de su primogénita, con productos frescos, que iba comprando mucho antes para poder someterlos al proceso de una mezcla inusual, a fuego lento en un caldero profundo y con toda la paciencia del mundo hasta lograr la densidad perfecta, el aroma deseado y el punto que pocas familias pueden presumir al ofrecer este platillo tan tradicional como la muerte misma. Era su primera coladita de viuda, en esta ocasión a diferencia de las anteriores, su marido no estaba junto a ella, no le tomaba de la mano. Estaba degustando el sabroso brebaje al mismo tiempo que lucía una viudez singular. El estaba por llegar. Ella siguió balanceándose.

Se recordaba a ella misma como una mujer que no era tímida, más bien todo lo contrario, charlona por excelencia, extrovertida y con un buen verbo a flor de piel. Aun así le atemorizaba compartir sus ideas, pensamientos, desnudarse frente a una persona desconocida no le era nada fácil. Quedar a merced de un interlocutor desconocido nunca lo había mantenido como una posibilidad para despejar un poco su estado mental que dicho sea de paso en los últimos tiempos, últimos anos no era el más saludable. Tenía la cita, su primera entrevista con este hombre con el cual nunca había cruzada palabra y ahora de repente, sentada frente a él debía responder a sus preguntas un poco veladas, un poco insinuando una respuesta esperada.

No le gustaban las salas de espera. Estaba ahí sentada, permanecía lo más cómoda posible, abrió su bolso, extrajo su esferográfico preferido, uno bien viejo marca Parker tan antiguo como la cinta para escribir en una Olivetti mecánica, se sentía protegida teniendo objetos queridos cerca de ella, en su bolso podía encontrar todo lo necesario para enfrentar una emergencia, si fuera el caso , una barra de galleta la consideraba tan necesarias como los cinturones de seguridad, salvan vidas. Uno de esos blobs de post in para escribir, anotaba constantemente cuanta historia le pasaba por la cabeza. Un pastillero, una de esas cajitas monas donde caben con la justa par de píldoras, las imprescindibles para una jaqueca, cepillo y pasta de dientes, comía y tenía que lavarse a toda costa. Tenía horror a que los residuos de la comida le quedaran expuestos al sonreírle a la vida. Y esta se espantara. Más otras cosillas, lo usual en una cartera, cosmético, identidad, dinero, pañuelos de papel. Sus mentas preferidas y su abanico andaluz para combatir las olas de calor intenso que sufría debido a la sequia de su medio ambiente. Había tenido un buen marido y tenía un buen bolso, ambos siempre colgados de su existencia.

Sostenía el bolso pegado a ella, había decidido pedir ayuda y ahí estaba en el salón de espera del mata sano. No tenía ninguna expectativa acerca de lo que aquella visita le aportaría, era su primera vez, pero sabía a que se enfrentaba. Iba solo por una recomendación puntual acerca de tomar algún medicamento que le ayudara enfrentar a aquella sensación de calambre que le recorría sus hombros y sus brazos, aquella sensación de pérdida total. Quería alguna idea concreta para amarse a sí misma.. Era una sala pequeña, con un sofá de dos plazas, no había nadie. Ella sola esperando y escribiendo por estas fechas hacia dos años decidió no desechar sus experiencias y colgarlas en su puerto.

Le molestaba terriblemente la idea de pagar tanto dinero por ir a contarle a un desconocido lo que pasaba por su mente ausente, gran parte de sus neuromas estaban jubiladas, otras medio muertas, y otras en paro. Con este panorama neuronal era bien difícil poner en claro su divagues pero sabía lo que le pasaba. Había hecho una minuta, un esquema de su realidad emocional y sus últimos cambios y la repercusión que obviamente estos habían causado en ella. La edad ya comenzaba a pasarle una mala jugada y todo parecía andar patas arriba. Estaba dispuesta a llenar a aquel formulario con datos generales que debía llenar, y así lo hizo le entrego a la señorita que hacía de asistente y volvió a su puesto.

Tenía el control de la información. No pensaba hacer comentarios comprometedores sobre sí misma. Escucho una voz lejana que le llamaba: Sra. Juana de los Palotes, así se llama ella, la estaban llamando, nunca le gusto su nombre y menos el apellido. Su abuela paterna en plena riña con su madre decidió bautizarla así, pensando que Juana seria un nombre con carga de guerrera por lo de la de Arcos. Y su apellido por el pueblo natal llamado de Los Palotes, los nacidos allí obviaba por ley los apellidos de sus padres y en honor a su tierra adoptaban semejante apelativo. No estaba tan mal, después de todo, no pertenecía a nadie, solo era de los Palos hechos más prolongados de ahí la terminación otes. Sacudió la cabeza y entro decidida, con paso firme, extendió la mano y tomo asiento. La introducción de rigor una panorámica, un resumen de su último medio siglo, acontecimientos, hechos y las consecuencias. Los ajustes hechos para poder seguir adelante y por ultimo un breve retrato de su familia. Pretendía ella misma, por si sola asumir la terapia, buscar los recursos, pertrecharse de fuerza y asumir los cambios que tenía que asumir. Ya había logrado poner el huevo como se dice, tenía el nido, sus cosas, pero no su media naranja. El estaría por llegar.
Habían hecho el camino del Inca, habían entrado por la gran puerta del sol. Caminaba y caminaban, no se detenían desde siempre marchar le había equilibrado, era una manera de sentir la respuesta de su cuerpo a sus exigencia físicas. Y mirándole bien, cuando sudaba de alguna manera echaba afuera sus toxinas emocionales, no quería padecer de una intoxicación emocional. Transpirar era una buena manera de sacar pa’ fuera su envenenamiento pasional. Las temperaturas bajas no ayudaban a sudar la gota gorda. Con su carta astral y los augurios de una muerte segura por falta de amor se enfrento a la figura que sentada le estrecho su mano. Creyó que le susurro algo así como que nombre tan asombroso ella tenía. Se burlaba? O realmente era una denominación de origen. De esas que como a los buenos jamones ibéricos le dan prestigio y categoría.

Estaba comprometida con ella misma en reciclar todas sus historias, pensamientos ideas, las iba separando minuciosamente, no desechaba nada en lo absoluto, hablaba con ella misma en una charla imperturbable, las clasificaba por intensidad, por repetición, por color. Las más difíciles de rehusar, las negras, las mas perturbadoras, esas iban tomando forma de cuentos ajenos, por eso escribía sin cesar. El movimiento de su mecedora le ayudaba a perderse en sus fantasías y darle forma. La sombra del recuerdo siempre llegaba sin ser llamada. Coleccionaba apuntes, notas, escritos, iba de alguna manera como su amiga dando puntadas con hilo fino sobre las costuras de su deshilachada vestidura emocional. Tenía la impresión que se estaba haciendo el mejor modelo de todos los que había diseñado anteriormente. Los remates los ataba bien unidos al tejido para lograr que su infancia, adolescencia, juventud y viudez se prendieran de una sola vez, mojaba con su saliva la punta de la madeja del hilo verde como la palmera de su isla querida y una sobre otra iba uniendo fuertemente sus emociones, las iba pegando una sobre otra, sobre las lagrimas colocaba el agradecimiento de lo vivido, de lo recibido y así una sobre otra.

Así había llenado muchos cuadernos que dejaría al amor de su vida, a su hija que la conocía como a nadie pero que leyendo su apretada letra aprendía a beber del manantial de su amor.

No estaba sola ni en su salón, ni en la sala de espera, ni en ningún otro sitio. Era acompañada por su sombra que aguardaba como ella el milagro del regreso. Según los conocidos ella tenía más posibilidades de un encuentro , cuando ella se reuniera en la eternidad, no sabía cómo llegar a semejante sitio, existía se preguntaba muchas veces, había buscado varias formas de tener más información, con total seguridad le había comentado, este sitio era privilegio de los que son buenas personas, por eso estaba segura que su esposo andaba por allá, eternamente, en cambio su amiga la tenia mas difícil, se decían cosas horribles de su ex, del hombre que le dejo porque no pudo mantener los pies en la tierra. Así era la vida simplemente una huevada como decía su vecina chilena, totalmente un carrusel. Era mejor que se diera finalmente cuenta que nunca volvería a verle. Al menos que ella decidiera dejar de coser y darse cita con una tormenta tropical y que fuera llevada como el susodicho por un mal tiempo. Su amiga para referirse a su hombre hablaba sobre el difunto, aunque no tenia certeza de su muerte. Siempre había uno que otro que le decía, que no estaba muerto sino que andaba de parranda como decía la letra de esa canción tan tarareada.

Estaba con sueno, luchaba por no quedarse dormida y mucho menos debajo de un laurel. Quedarse dormida en los laureles podía ser fatal, la corriente te podía llevar y nunca más regresar. Por eso en los jardines que rodeaban la propiedad heredada había sembrado todo tipo de arboles menos laureles, eran famosos en aquella zona por hacer perder para siempre la vigilia Cerro la tapa gruesa de cuero de su ultimo cuaderno comprado en la plaza de Cusco. Seguiría con el plan de querer a todos e incluirse en la lista de sus afectos. Pediría visa para la entrada a la eternidad y ahí con total seguridad el saldría a su encuentro. Al fin podría dejar de pensar, finalmente dejaría de escribir y podría poner punto final al compromiso contraído de escribir todo lo que le pasara por su masa gris. Que a propósito ya no era gris, era verde, como el último vestido que su amiga le había confeccionado con motivo de su viaje en busca de lo eterno.