viernes, 1 de octubre de 2010

Vestida para vivir.

Se desperezo con total desfachatez ,un gran bostezo corporal, primero las piernas sin prisas, una primero y muy lentamente la otra, su lado derecho el privilegiado por naturaleza, el más diestro y el más dispuesto ante cualquier exigencia y aun mas en el momento de descansar le aportaban cierto descaro , cierta falta de pudor al estar echada , su tórax delgado y corto daba paso a sus brazos broceados y fuertes, su piel blanca ausente de cualquier presencia de maltrato por el sol que amenazaba con hacer perder el poco juicio que el verano eterno permitía tener.

Era una condena fatal, todo era eterno, todo era para siempre, nunca se acaba nada porque entre otras cosas nunca había nada. Su espalda marcada por una de esos lunares planos, oscuro, un circulo que vino con su nacimiento y que era un patrimonio familiar, unas los tienen por aquí y otras por allá, a ella le toco en el centro de su columna, lo llevaba con cierto orgullo, quizás con una tímida arrogancia, era la presencia de su lado maternal, todas los poseían.

Echada de bruces sobre un lecho sin pretensiones pero con una seguridad que se mesclaba con su sudorosa silueta. Eran las tres de la tarde, la hora en que se decía habían matao a Lola, ella respetaba y mucho esas historias que nunca se han comprobado, pero que son parte de la mala suerte con que algunas mujeres son bautizadas. No había que tener reloj para saber la hora que era, los rayos caían de puntas, como dardos sobre aquella dizque ciudad donde por amor hasta se dejaba de amar. No era ni fin de semana, ni día entre semana, era cualquier momento sin fecha exacta, ni marcada en el almanaque, ella y todos se refugiaban justo a esa hora fatal, las tres de la tarde. Hora que dividía la vida de la muerte. No se podía esperar nada bueno cuando se aproximaban las manecillas a ese número impar para las Lolas, para todas las féminas estuvieran donde estuvieran, se llamaran como se llamaran estaban amenazadas mortalmente.

Le gustaba remolonear, disfrutaba fantasear y quedarse un poco mas escuchando los ruidos tan familiares que llegaban con la brisa, era dormilona por excelencia. Descansaba sobre sus harapientas sabanas, medio amarillentas de tanto uso, su cuerpo relajado disfrutaba de su posición favorita, boca abajo , su pierna , brazo y todo su lado izquierdo muy pegado a su sudada ropa de cama, su pierna derecha flexionada formando una perfecta ele , su mano derecha bajo una almohada suave, sus senos pegados y transpirados , medios aplastados pero con suficiente espacio para permitirle sentir que ese era su sitio ideal , su cabeza ladeada buscando la presencia de la vida , su vista perdida por aquella ventana, que le permitía visitar un cielo claro y juguetear con las nubes, su cabello topaba un cuello corto que sostenía una melena medio rojiza que le distinguía desde su niñez entre todas. No necesitaba mucho para ser feliz, solo un marco que acogiera a cualquier ciudad propia o ajena para sus devaneos.

La ventana totalmente abierta permitiendo entrar una ligero vientito con sabor a juventud que llegaba justo a tiempo para sofocar una ausencia eterna. Que privilegio el de aquella criatura que no temía ser vista por un par de ojos indiscretos, se vecino más cercano era el infinito, el horizonte, su más cercano asechador era una música suave, pegajosa, rítmica que la abrazaba y le llevaba en brazos hasta donde ella decidía. Siempre había sido así. Ella era una mujer firme de ideas y aun de carne. Esta ultima comenzaba a tener una que otra grieta por aquí y por allá, pero sus pensamientos, no eso sí que no. Era libre, volaba, viajaba, se daba cita con el bien y con el mal en cuestión de un suspiro. Sus suspiros le delataban. Sus pensamientos le guiaban.

Tenía su sexto sentido bien ejercitado, entrenado, sus premoniciones daban fe de ello. Conocía a su corazón intuitivo y le obedecía, era una brújula que hasta ahora le ayudaba a sobrevivir a cuanta desdicha o dicha le sorprendía, gozaba de buena salud y sus cinco sentidos le funcionaban a toda hora, especialmente cuando Morfeo le poseía , había sido dotada con unas fosas nasales a prueba de olvido. Su nariz le llevaba por caminos insospechados. Era su aliada. El olor al amor lo había descubierto y perdido al mismo tiempo. La esencia del amor perdido es inconfundible. Solo existe en tus remembranzas, en tus recuerdos, el olor amorfo. El cómplice perfume propio de cada quien.

Sabía que estaba condenada a morir de amor. Ese diagnostico se lo había dado a su madre una santera una mujer regordeta que echada sobre su corpulento cuerpo y con un montón de caracoles en las manos que lanzaba y tenían el poder de intuir el mal ajeno entre una chupada y masticada a un tabaco que olía a rayo mientras su entrecortado mal presagio salía abrumando el ambiente. Oler a rayo era lo peor que le podía pasar a uno en su puñetera vida. Para evitarlo había que frotarse fuerte con una tal agua bendita no se sabía por quien, pero a toda costa había que conseguirla, el agua era una de las ausentes más queridas de aquella historia.

El azar quiso que desde pequeña supiera su dolencia exacta, por casualidad había ido con su madre y su tía a este barrio famoso por sus brujos o chamanes, en busca de un remedio para el mal de amores de las mujeres mayores en su familia. Y de refilón como se dice ella también salió con su alma en pena. Y dando sus primeros pasos por la vida aprendió a cargar con semejante susto. Un mal presagio. Con semejante augurio comenzó a no querer a amar. Era cuestión de sobrevivir al embrujo. Al menos así le gustaba creer. Todo lo que amaba de alguna manera lo perdería. Sus seres queridos iban y venían, morían y nacían.

A él lo estaba esperando, llevaba mucho tiempo así, no tenía prisa, sabía que los días y las noches ya no le pertenecían, era solo cuestión de perseverar y mantenerse ahí, firme, echada, estaba pendiente de cualquier sonido, movimiento que penetrara por las dos hojas abiertas de par en par, su vida se reducía a esperar. Era buena en eso. Tenía una buena dosis de paciencia, o como algunos le gusta llamarle, tenía FE. O mejor aún era positiva. Era su esperanza vestida de ensueños. No necesitaba ni moverse, podía permanecer ahí para toda la vida, con total seguridad, en algún momento el entraría, si la vida le había ensenado algo era justamente que todo tiene su momento. Que para morir de algo primero había que padecerlo y ella estaba dispuesta a padecer, a sufrir, a que la dolencia de amar le arrancara de cuajo su condición de amante fiel.

Y cantaba mientras esperaba. La melodía le era tan conocida que podía danzar sin que ningún musculo de su cuerpo se moviera, se entregaba de una, la música le acompañaba desde siempre, en todo momento, en toda ocasión, no se necesitaba estar feliz ni mucho menos para tararear, silbar e ir al son de lo que sonora. El dolor se canta, la pena se viste de ritmo y ella sabía desde siempre que eso le reconfortaba. Se estiro, su cuerpo se curvo y se adueño de todo espacio existente. Era un sitio para dos, pero ahora solo había un cuerpo, solo estaba ella y su dichosa predilección por la ventana abierta.

Nada que el viento le produjera maluqueras gripales, nada que le temiera al silbido estremecedor de los vientos de la ciudad que la envolvía, nada de alergias de eso nada. Muchos más miedo le tenía a las ventanas cerradas, no podía estar sin ver para afuera, la vida le entraba a toda hora por aquel agujero, era cuestión de vida o muerte. Nunca había sonado ni en tener cortinas, no quería tener obstáculos entre ella y los fieles testigos del amor que en aquella desvencijada habitación se encontraban. La noche, la madrugada fresca que le amaba, los amaneceres no deseados porque con ellos llegaba la hora de ponerse juiciosa, levantarse y toda esa fachada formal que la adultez tiene que asumir.

No era ni joven, ni vieja, estaba detenida en una edad en que ya no era visitada por nada ni por nadie, la vida le había dado de todo en recompensa a su pujanza bronca eterna con lo posible e imposible. Salto de la cama, camino descalza, sus pies aun no conocían las huellas de un maltrato añejado. Eran agiles ,tersos y meticulosamente limpios siempre listos para seguirla por senderos empedrados. Ella presumía entre otras cosas de tener buenos pies, fieles a sus andanzas, los había entrenado en un trote interminable, nada de detenerse, de tomar aliento, nada de eso, les cuidaba, eran sus consentidos pero les exigía un buen desempeño. Con lo cual estaba vestida para vivir, así de simple. De pies a cabeza.
Se lanzaba a la vida como aquella mulata habanera que ella vigilaba desde su ventana, al inicio sintió que moviéndose atrevidamente se salía de ella misma ,entraba en otra dimensión , ganaba otro espacio no tenía buenas curvas, pero tenía un buen culete . Y eso era ya un buen precedente en el barrio. A escondidas y frente al espejo ensaya la mejor manera de sacarle partido a su cuerpito de mujer iniciada en tales menesteres. Desplegaba uno que otro paso orquestado por aquella bendita música que salía de todas partes, que salía de aquella ciudad que tronaba a toda hora. Con facilidad remedaba a aquella silueta color café con leche que ya era ducha en menearse al compás de los muchos ojos buscones de decenas de tipos apostados por los portales de su pedazo de pueblo.
Siempre vestida para vivir, lo había conseguido a punta de golpes, eso que su madre le cantaleteaba a toda hora: los golpes ensenan. Había aprendido. Nunca se perdía, eso de no saber quién es uno, o tener que salir a encontrarse con uno mismo a ella nunca le había pasado solo lo veía en libros y películas, ella siempre sabia quien era, y como era, se conocía. Lo de mal parecida era congénito, lo de su decisión a enderezar su ruta era cuestión de los golpes. La letra entra con sangre. O con nostalgia, pero entra. Su cabeza era bien dura. O al menos siempre se lo habían dicho.

El nunca llego, ella tuvo que salir en su busca. Era una certeza, que para ella era más que una realidad, porque era un mazazo que le golpeo, una idea fija, de esas que vienen acompañadas de fiebre y reiterados sueños, una vez y así, mas de mil noches y días, y medios días y medias noches, se fue sin ella, la abandono pero dejo en la ventana su olor, sabia rastrearlo, estaba impregnado en su mucosa tras años de convivencia.

Aunque el olor se confundía con el de la gasolina que subía hasta el tercer piso donde vivían, abajo estaba esa desgracia de dispensador publico del combustible tan escaso y que amenazaba en darle fuego a sus noches pasionales, era un olor mezclado con todo, la calle donde vivían, esa esquina bulliciosa vivía a golpe de frenazos, sirenas, música, voces, gritos, tristeza y alegría, latía día y noche y ella detrás de su ventana existía a la par de esta. El salió para siempre, nunca regreso. Así paso con todo y con todos, unos para allá (obviamente al norte donde mas) y otros para el más allá. Ella se quedo hecha pedazos y como muestra de una amistad clandestina la mulata le regalo uno de esos pasos que nacen en el Caribe bajo los bongos y los habanos a modo de consuelo. La peste, el tufo maloliente de esa calle hirviendo a tiempo completo y que ella llevaba a todas partes se fundió con la añoranza hecha presagio.

Finalmente lo encontró, lo hallo después de muchos encuentros ensoñados para entonces ya no era el momento de reclamar lo no vivido, pero si el momento del reencuentro, su aspecto envejecido el resultado del paso del tiempo. Su olor el mismo. No se trataba de volver a ser feliz o de volver a amar, el punto era saber que su recuerdo no era invención de su perturbada imaginación, de su fantasía olfativa, no, el no era fruto de su vida predestinada a terminar como la niña de una poesía que en su infancia sabia declamar, esa niña de Guatemala, a las que todos conocían y que murió por causas como las que le habían pronosticado años atrás. Tenía testigos de su espera y fidelidad, lo llevo y levaba a todas partes. El ir y venir de su mente fantasiosa le daba la oportunidad de congelar y descongelar lo acontecido. Se abandono en cuerpo y alma en su ausencia.

Y cuentan que el abatimiento la trago y sucedió lo inevitable delante de los ojos de cuantos conocidos les conocían , simplemente retando al tiempo se tomaron de la mano, avanzaron hacia el abismo, la ventana como siempre, como de costumbre, totalmente abierta les abrazo , se olvidaron de todo y de todos , solo ellos pendientes de ellos mismos. Perdidos entre las estrellas, agazapados en los apagones, y enajenados por las circunstancias. Dos siluetas fundidas desafiando el presagio que se había hecho realidad, mas separados que nunca y más unidos que en cualquier situación vivida. Estando muertos pero viviendo de amor.