jueves, 25 de agosto de 2011

¿Y yo quién soy?

Cuenta la leyenda que un hombre salió a pasear por el bosque y se perdió. Daba vueltas y más vueltas tratando de hallar la salida, pero no la encontraba. De pronto vio a otro caminante y se llenó de alegría. “¿Podría indicarme el camino de regreso al pueblo? Le preguntó. Y el otro le respondió: “No puedo, porque yo también estoy perdido. Lo que sí podemos hacer es ayudarnos el uno al otro diciéndonos que caminos ya probamos sin resultado, hasta que juntos encontremos el de salida” Harold Kushne.

Corrió una vez más hacia su infancia, atravesó su propia imagen traviesa e ingenua que en sus días no la libró de un entorno de insatisfacción emocional. Se detuvo en un momento dramático, aquel que torció la vida de su familia, sus padres se habían separado. Su madre y hermanos dejaban la casa donde ella había dado sus primeros pasos. Serian recibidos con los brazos abiertos por tu tía preferida, la hermana menor de su madre. Aún podía viajar por las estaciones de su vida que ya tenía más de cincuenta y seis décadas recorridas.

La imagen infantil iba y venía de forma recurrente y así pasaba con prácticamente todas las fases de su vida. De ahí en adelante podía dar cita a casi todos sus momentos vividos, y a los más significativos obviamente. Se le oía decir que de su candidez e intrepidez juvenil la separaban una veintena de años, su primavera se hacía presente cuando escuchaba sus canciones preferidas por eso le gustaba poner la música que sonaba entonces , esa que le abrazaba desde siempre. La melodía llegaba manteniendo l a poesía de Machado y Hernández a prueba de olvido y entre risas , lagrimas e imágenes significativas que reforzaban su identidad se mantenía viva . No estaba mal de vez en cuando darle una alegría al cuerpo como decían Los del Río. Y la música era milagrosa.

La música tenía ese poder terapéutico. Colocó el cd y el ambiente se vio visitado por aquellas canciones de moda que evocaban sentimientos memorables con lo cual su expresión cambió y se vio un poco más animada, podía tararear las letras , especialmente aquellas que eran sus preferidas , la pegajosidad le hizo dar un paso por aquí y otro pasillo por allá, las letras le venían a la punta de la lengua con facilidad, hacía un buen coro con la melodía que alegraba el ambiente.

Cada día se alistaba para salir a caminar le gustaba el modo en que se ganaba la vida, escribía historias, recopilaba relatos, confesiones, secretos de personajes cercanos, lejanos, ficticios, ausentes, que no podían hacerlo porque entre otras cosas subestimaban sus experiencias , le restaban importancia, y para variar ella tejía cuentos a partir de hilvanar lo que le llegaba en forma de recuerdos, la actualidad de ellos y de otros eventos tenían la caducidad a la vuelta de la esquina. Era una cuentista. Era una guionista.

Vivía de las experiencias ajenas. Amasaba sus ideas, les daba forma, mezclaba fantasías, ensoñaciones y de todo un poco, sus dedos ágiles daban cuerpo a los textos que brotaban de una mente donde las huellas aún estaban frescas, anotaba cuanta idea podría sacarle partido, exprimía hasta sacar el jugo a situaciones cotidianas, rutinas y comentarios insospechados y así recreaba pasajes , relatos cuyos contenidos formaban narraciones como el patrimonio, el legado que estaba construyendo. Se apropiaba de algo que no era suyo, algo muy valioso que las personas dejaban flotando en el ambiente cuando charlaban reunidas en festejos familiares, sociales o simplemente al tomar un café en las tardes.

Ella asechaba, prefería estar callada, oculta en su silencio y no levantar sospechas de que se alimentaba de los RECUERDOS de otros. Tenía la certeza del peligro que corrían ella y miles de personas que habían visto irse junto con la muerte de sus seres queridos también la posibilidad de revivir los hechos compartidos , el nombre de calles, plazas, iglesias, el nombre de sobrinos, hijos, nietos, e incluso el nombre propio. La belleza y la tristeza de los momentos captados por una cámara oportuna que al final del camino nos dejaba una imagen impresa, a colores o no delo acontecido un día casual donde nos juramos amor eterno, una día puntual donde el agua bendita bendijo al benjamín de la familia, una torta hecha por la abuela donde las velitas no ocultaban el cumpleaños de una de sus hijas. Una imagen que para suerte de todos ayudaba a que nuestra memoria tuviera un punto de apoyo grafico para combatir la imposibilidad de dar cita , de testificar mas allá de la evidencia física que nos delata el hecho dando fe de que han sido reales.

Viajó una vez más por las más de ocho décadas que lucía su piel manchada y seca, sus pliegues huesudos y una sonrisa de satisfacción endulzó su rosto octogenario. Frente a ella esa joven hermosa le devolvía otra sonrisa juguetona y se dijo cuanto se parecía a alguien que le era familiar, pero no le venía el nombre de aquella linda criatura a la boca. Su presencia evocaba una plantación de Alta-Provenza, donde las semillas de la auténtica lavanda regalaba una visión mágica de felicidad sensorial como recién salida de un catálogo de L’ Occitane con un ramo de violetas con esa fragancia salida de sus campos. Lucía el cabello atado sobre su nuca, y una inocencia a prueba de un verano ardiente.

A quien tenía delante, entrecerró sus ojos que aún tenían una tenue brillantez, una fugaz llama de lo ardiente que había sido sirvió para darle fuego a sus noches de insomnio. Deslizo una pierna sobre la otra, delgadas, largas, ambas entrelazaron y se columpiaron en la mecedora que le permitía salir a ratos de su cama, cambiar de posición y recibir el calor de aquella mano que le pasaba los dedos por sus cabellos cobrizos y escasos. Se detenían y hacían presión en forma de una caricia intensa y prolongada, ese gesto le reavivaba el flujo sanguíneo y sentía que la vida le visitaba nuevamente. ¿Quién eres? La vergüenza le hizo callar. No quería equivocarse y no llamar por su nombre a la mujer que le leía tan amenamente. ¿Cómo llamarla? Podía resentirse y no volver a visitarlas. Fingió interesarse por la foto que estaba colocada en la mesita auxiliar y que veía con dificultad, la acercó y se confundió aún más, se restregó los ojos una y otra vez y ahí estaban ambas, la misma cara frente a ella y la misma en el marco de plata que tenía entre sus manos.
Estaba segura que era ella misma con muchos años menos, pero ¿sería? Y se preguntó cómo era ella.

Se oyó una voz que le decía lo linda que había sido, lo presumida, coqueta, la buena figura que había tenido, lo bien amada por todos, lo trabajadora y fiel a sus seres queridos y así mil cumplidos como flores silvestres le llegaban unos tras otros. No se reconocía. No sabía dónde buscar, que hacer para darse cuenta quién era y quién la visitaba y mucho menos quién había sido.

Sentía como si flotara, pesaba poco, su ligereza le llegaba acompañada de una ausencia de recuerdos, algunos episodios se repetían de forma vaga, remota, ya no reconocía ni a la pena, esta la visitaba cada atardecer pero ella no le abría su corazón, no la recibía. Uno no se puede apenar de lo que no recuerda.
Dejó de escuchar esa voz cálida que le hablaba sobre su vida, o algo parecido, un papel estaba en el piso, una hoja de papel blanco entre sus pies y los de aquella chica resplandeciente que no lograba ubicar ni de aquí, ni de allá. Se levantó para ir al baño y al pasar recogió la hoja, no leyó nada, hacia mucho que no leía, colocó sobre la mesilla aquel formulario en cuyo extremo derecho se venía dos letras juntas, en mayúsculas: EA

Olvidó lo que no recordaba. Y no podía recordar lo que había olvidado. Sintió que la tomaban del codo y la guiaban evitando par de muebles entre ella y la puerta del baño. Entró, y a solas se encontró con la cara que le devolvía un espejo ennegrecido que reflejaba una imagen rota, una figura donde las partes ya no encajaban y que encajarlas exigía como en esos rompecabezas infantiles de una destreza cognitiva que había desparecido . Sonrió una vez más, todo el tiempo lo hacía, ligeramente, calladamente. Eso de quien sonríe de sus maldades se acuerda no iba con ella. Era una de las muchas excepciones a la regla. El toque de la puerta le exigió salir y volver a sonreír.

La esperaba para nuevamente llevarle a su sillón, estaban muy próximas la una de la otra y la ocasión permitió que sus miradas se encontraran, una chispa de amor filial calentó un abrazo necesario, el amor todo lo puede, los labios tiernos toparon la frente árida y una ola de ternura hizo renacer un abrazo que a modo de puente daba paso a la esperanza entrelazada para un adiós físico cada día más cercano.

Era la hora de tomar uno de sus medicamentos, la tarde se despedía y eran noches de luna llena, la luz lunar nunca le había gustado, de niña su madre pasaba las cortinas en las ventanas de los dormitorios dizque para evitar que los sueños se fueran tras esa pelota encantada que jugueteaba en el cielo de su isla querida. Cielo caribeño donde sus hermanos y hermanas la habían amado y protegido aún más por ser la más pequeña de los seis. Había sobrevivido a todos ellos. Su dulzura la ayuda a tragar la píldora pequeña y mágica que le ayudaba a dormir como un recién nacido.

Y así fue, se arropó, su cuerpo se deslizó entre las sábanas y sus mantas, una sensación de descanso la cubrió vio ese camino delante de ella que la invitaba a pasear, a ayudar al otro a encontrar el sitio final para un descanso eterno. La mano extendida le dio seguridad y sin dudas partió. Dejando tras ella una tristeza infinita y una alegría inconmensurable, gracias a esa manía de escribir historias propias y ajenas, ficticias, mágicas, atrapadas en el tiempo o libres en el espacio. Gracias a esa tendencia de ir por la vida escudriñando el pasado y mezclándole con el presente su hija heredaba sus manuscritos, una de las formas más tangibles de atrapar lo vivido, una saga de textos escritos por ella desde una lucidez perturbada solamente por el deseo casi febril de contar y contar lo que ahora no lograba traer a su memoria en forma de palabra escrita, hablada o dibujada.

Nota : Para aquellas personas que ayudan a sus seres queridos cada día a vivir sin recordar. Para todas las familias que sobreviven ante el dolor de saber que el otro no sabe quién es. Para todos aquellos que visitan, cuidan, protegen y padecen de EA. En este Año Internacional del Alzheimer, donde la amenaza de perder la memoria nos asecha. Para el Banco de Recuerdos de la Fundación Reina Sofía.

Para mi tía, la hermana más pequeña de mi madre, su presencia en mi vida es uno de mis mejores recuerdos infantiles. Nosotros, sus sobrinos la hemos amado y nuestros hijos la aman y la recuerdan hasta que los recuerdos den paso a otras vidas y estas pasen sus historias a otras generaciones que no permitirán que una familia quede sin sus vivencias más valiosas, donde los personajes den fuerza y valor para enfrentar semejante amenaza.