domingo, 27 de marzo de 2011

C’ estfini

Se murmuraba que entre todo lo que había perdido estaba su sentido común. Algo irrecuperable según los entendidos. No había vuelta atrás, los ingredientes de este extra aliado no estaban al alcance de cualquier hijo de vecino, de eso nada. Era una mezcla tan ansiada, tan evidente que de hecho se presumía que con un poco de su presencia en nuestras vidas era suficiente para que el cartelito de madurez se nos colgara o no en nuestro peregrinar.

Se recostó y una vez más se sumergió en una meditación sanadora. Sonrió entre dientes, mantuvo su sonrisa dentro de su cavidad besucona, dándole vuelta entre sus mandíbulas, presionándola, antes de tragársela le dio varios mordiscos y se aseguro de que el bocado estuviera lo más blando posible, semi disuelto entre sus momentos buenos y los menos afortunados. Trago en seco y la sonrisa fue devorada por una marea desoladora.

No podía precisar cuándo comenzó a tener la certeza de sus continuos atragantamientos. Todo se le quedaba atorado justo entre el alma y el corazón. Se pasaba día y noche tragando en seco como habitualmente se describe a esa sensación de no poder bajar las malas noticias con nada y menos con la ayuda de la saliva porque esta salió espantada junto con el vomito que la partió por la mitad la noche de la muerte de su esposo. Hasta el día de hoy seguía sin poder tragar su deceso.

Pero no estaba para contar historias y menos este amanecer, tenía una cita, tenía un encuentro de esos impostergable. Se dio prisa, el silbido de su vieja tetera le avisaba que ya el agua estaba lista para tomar su aromática taza de manzanilla. Era su aliada, su cómplice, la manzanilla le había sostenido a largo de su existencia, le había restaurado y regenerado su manto digestivo y espiritual. Y de hecho esta afamada agua milagrosa acompañaba a sus sinsabores a bajar la zona de sus estancamientos.

Desde que se recordaba lo hacía con una taza de este elipse como testigo de su azarosa cabalgata. Era una de sus pocas adicciones. Se detuvo y con la mente a todo vapor sostuvo la ennegrecida vasija donde las llamas del gas habían dejado sus huellas en forma de una costra que lejos de deslucir el metal, le daba cierto aire de abandono. Y con total dejadez dejo que el liquido humeante corriera junto con su congoja y ambos se mezclaron con la bolsita de frutas secas y flores amarillas que yacía en las profundidades de una porcelana rasguñadas por tanto ir y venir.

Sostuvo la jarra de fondo blanco con una de esas imágenes fotográficas que invita a recordar un día feliz que había sido prisionero en una imagen que hoy le daba la posibilidad casi remota de tenerlo junto así como en una peli con happy end , con banda sonora y todo, la voz de Michael Buble la envolvía y protegía del murmullo interno que amenazaba con destruir su lucha por recuperar lo perdido. El sentido común. El asa de la jarra querida la libro del calor intenso que salía de la foto que le decoraba.

Había sufrido un corte profundo, sus cicatrices dejaban al desnudo una brecha abierta, un boquerón, un hueco, una boca abierta por la cual salía el dolor a mares, como uno de esos tajos en la corteza de un árbol que provoca el escape de la savia adolorida, lo de ella era una especie de tajo sangrante de esos que te hace perder el eje en la búsqueda de tu ángulo perfecto. Odiaba desde siempre las matemáticas, tenía todo en contra de ellas, la exactitud entre otras. Prefería y amaba el desliz permitido por las letras. La interpretación libre del pensamiento escrito le sabía a gloria. Pero si algo tenía claro es que había aprendido a mantenerse girando en una posición cerca a los trescientos sesenta grados, era más cómodo, le aterraba ser devorada por una perpendicular y muchos menos ser cortada por una hipotenusa, así pudo prepararse para esos cuestionarios que miden rectas, puntos y demás. Se sostuvo, se agarro y se aferro a ese juego infantil de nunca convertirse ni en algo común y mucho menos con sentido. Así que por voluntad propia había dejado partir algo que nunca tuvo ni soñó.

Movió la cabeza varias veces, de un lado al otro, indicando una sacudida, un gesto de ahuyentar a toda costa lo no deseado. Giro la cabeza una vez más y ahora hacia atrás, haciendo que la nuca topara prácticamente con la base del cuello, justo en el sitio donde se suponía se dieran encuentro la razón y el buen juicio. Reviso la hora que era, llegaría tarde a su cita.

Tendría que apurarse, le quedaba bastante lejos el sitio elegido, se dijo a si misma que le esperaba una negociación fuerte, dura de pelar. Iba detrás de una de las musas más alabada, aclamada por presidentes, monarcas, eclesiásticos y pueblos enteros se pagaba cualquier precio con tal de lucirse a costa de su tenencia. Todo un desafío evocando sus poderes de sanación física y espiritual.

Se bebió el último trago de su reconfortante bebida y tomo la decisión de llegar tarde. Tampoco era cuestión de mostrarse muy interesada, últimamente había notado que unos minutos de espera, quizás unos quince o un poquito más despertaban un interés más perdurable en las relaciones. Así que decidió sentarse, remolonear un poco sobre su propia imagen y verse a sí misma bajo la luz verde que su don proyectaba. Estaba segura que muchas veces sobrevaloraban la mistificación de su potencial. Dándole un crédito que ella por sí misma no creía tener, pero bueno en todo caso, era presumida. A la fuerza de tanto batallar se había hecho, y ahora alardeaba de levantar corazones en estado de emergencias. Se perdió en la búsqueda de una imagen sobre él, últimamente lo veía poco, mejor dicho, casi nunca. El era muy cotizado, andaba haciéndose el difícil, asumiendo esa actitud de galán total.

No podía negar que hacían una buena pareja, que se les veía bien, los dos tenían buena pinta, eran hechos el uno para el otro, él era su media naranja. Se animo y comenzó a dar los primeros pasos hacia el lugar acordado. Su memoria le fallaba, no recordaba a casa de quién iban, qué se festejaba, por quién habían sido invitados, era un problema eso de recibir tantas llamados al mismo tiempo, el clamor era general, mundial y ellos poco podían hacer por llegar al mismo tiempo y en hora. Así que habían decidido que para tenerles juntos, haciendo un dúo, una pareja, había que demostrar mucho pero que mucho interés. En este caso puntual creía que valía la pena, el “SOS” era sosegado, el pedido lo había recibido a través de una mirada hacia aquella visión perdida que tuvo y que venía envuelta en una congoja densa. Si, definitivamente irían juntos, y se apresuraría a llegar justo a la hora acordada.

El como siempre le estaba esperando, recostado a una señal de esas que anuncian que la vía va en una sola dirección, the one way lo que se tiene por delante. Así ellos se tomaban la vida. Tomados de la mano, harían lo posible por ayudarle a recuperar tanto lo común como el sentido a su cliente. Su diestra era cálida, amplia, dispuesta a extenderla y mantenerla pegada a la de ella, coqueteaba y se las daba de ser ya casi un latin lover. Y de repente le vio, venia doblando la esquina, radiante, porque siempre sus apariciones marcaban un antes y un después. Sus miradas se cruzaron.

Su historia era conocida, compartida y vivida por muchos. El abrazo les fundió, ambos se conocían desde siempre, eran parte del día a día de muchos mortales enfrentando las tragedias que la madre naturaleza y la esencia humana les ponían a prueba. Nunca antes se les había visto tan dispuestos a darlo todo a cambio de un buen esfuerzo por parte de la anfitriona. Asistían a una fiesta para celebrar lo vivido, ahora pensándolo bien, recordaba la invitación, se festejaba tanto la perdida como el aliento para seguir buscando lo anhelado.

No tenían que ser anunciados, nada de formalidades, ella había sido bautizada con bombas y platillos. Su nombre sonaba en todas partes, era llevado con cierta elegancia por algunas: Doña Esperanza. Sonaba como a algo celestial, toda una deidad en cambio el de él, era fuerte, masculino, al pronunciarlo la boca se llenaba de cierta fuerza que salía como el sol en la opera prima: Don Optimismo.
Y ahí parados en cualquier calle de cualquier ciudad se produjo el encuentro, caminaron juntos, tocaron a la puerta, entraron y le tomaron en brazos a la señora Manzanilla. Nada había acabado, nada estaba perdido, lo vivido abrazo a lo por venir. Así de simple, como de costumbre, sin grandes pretensiones, como todo lo genuinamente valioso, que palparlo no es muestra de su existencia, sino llega a través de lo más preciado, ellos formando una gran pareja, la del momento. La Esperanza y el Optimismo.

Este “par” diluidos en su brebaje preferido. Tomo un sorbo pequeño, se deleito con su sabor a logro, trago con facilidad y sintió como el liquido calentito le iba reconfortando su área de difícil acceso, sintió que lo peor había pasado y se dispuso a seguir hirviendo agua para tomar su segunda tila, mientras la melodía mitigaba el ruido de la lluvia cayendo sobre los vidrios, de lo llovizna helada bañando esta parte de la cordillera andina. Donde pareciera que la tierra se tragaría tanto a la esperanza como al optimismo. Pero a ella no. Sus ojos esperanzadores se hundieron en unas cuencas profundas y oscuras, doce meses después, un año después, un once de marzo diferente la envolvió.

Cerró su cuaderno, tapa contra tapa, todo quedo bien guardado, protegido, las letras pegadas contra sus sueños y proyectos. Todo terminado. Y se repitió una vez más: C’ estfini por esta noche, mañana será otro día y seguiré poniendo en blanco y negro lo verde que hay en mi vida.