domingo, 30 de septiembre de 2012

Como un girasol



Cuando pienso en ti
El reflejo de tu flor preferida
Irradia tu imagen querida,
Y me recuerda la esencia de tu vida.

Tu cuerpo, 
Un tallo enraizado a tu eje librano  
Se yergue sobre un núcleo dorado,
Rociado por un octubre estrellado.

Tus veinte y cuatro pétalos danzan
Hoy en tu cumpleaños,
Giras, giras y sigues girando
Volteas, volteas y sigues volteando.

Tu centro vigoroso de miel juvenil
Salpica con gracia tu vivir.

La Habana, Quito, La Paz,
Tampa, Miami y NY.
Praderas que te han fertilizado y festejado 
En cada uno de tus aniversarios.

Curvas, rotas y sigues rotando
En pos de constelaciones
Que irriguen de pasión y arte 
Tu aura brillante.
     
Felicidades hija mía, girasol en mi jardín
Semilla convertida en espléndida especie
Espiga desafiante que retoñas,
Germinas y embelleces allá donde floreces.

Renaces entre hojas marrones, rojizas y carmesí
Tejiendo un otoñal tapete,
Y un lecho caliente,
En este happy birthday for you. 

martes, 4 de septiembre de 2012

TO NYC

http://www.lapatilla.com/site/2012/04/24/las-manzanas-mas-famosas-de-la-historia-fotos/ 

To NYC

Desde mis orígenes he sido una mujer tercermundista. No comí manzanas ni en las navidades. Entre otras cosas porque esas festividades quedaron fuera del calendario castrense. Y porque además el verano eterno y el sol que devora nuestra querida isla no permitían ni permiten que el fruto del pecado se cultivara en la tierra azucarada que nos vio crecer. Mis dientes nunca chocaron con la corteza jugosa de una Apple ni verde, ni madura, ni la mitológica dorada de la discordia ya que nunca mi belleza oculta ha sido motivo de riñas o disputas y para rematar mi espejo mágico se negó a responderme de tal manera que tampoco la envenenada ofrecida a Blanca Nieves he podido brindar. Eso sí, he practico a lo Guillermo Tell mi puntería y juro que he tensado mi ballesta todo lo que he podido poniendo a prueba mi puntería teniendo como blanco no la fruta mítica, sino las oportunidades y retos de mi vida.

Muchos años pasarían hasta que arribara a otras tierras heladas, andinas donde mi dieta diaria se viera enriquecida con los mordiscos que a diario le doy a la declarada reina de la digestión. Me tomo muy en serio el refrán gringo que aconseja: “An Apple a day keeps the doctor away”. Lo sigo al pie de la letra y he logrado llegar a mi medio siglo y medio fuerte y saludable.

Con mi salud de hierro a prueba de mi viudez he desafiado mi limitación e inseguridad al viajar conmigo misma y no hablar inglés. Este verano salí al norte desde mi Mitad del Mundo recordando a uno de mis pedagogos preferidos: Benedetti en su poema “El sur también existe”. Partí de este sur andino sin saber que sería devorada por la Metrópoli más apetitosa y deslumbrante que he visitado. Fui literalmente tragada durante las primeras horas por el Imperio.

Recreaba mis ideas que tomaban forma de texto, una vez más mono blogueando, mientras el tren se desplazaba a toda velocidad desde Scarsdale al mismísimo corazón de NYC. Mi destino final: Manhattan. Iba a pasar el día con mi hija entre rascacielos. Una vez más fuimos acogidas por una Mega City donde no habíamos nacido, una urbe que conocíamos en calidad de turistas y ahora llegamos para instalarnos. 

Organicé mi agenda ideal para pasar unos días relajados. Dos días a la semana pateando las transitadas avenidas, codo con codo sobre la cebra neoyorquina , un espacio seguro de protección de los autos pero todo un reto al enfrentar una multitud sedienta de vivencias que iban de un lugar a otro. Un ramillete multicultural que se mezclaba sobre las barras blancas pintadas sobre un asfalto hirviendo cruzando de un lado a otro la jungla étnica erguida más soberana que nunca una década después de tener sus heridas abiertas y sus cicatrices aún sangrantes. Un solo día, la mañana , la tarde, y el inicio de la noche suficientes para quedar extenuada, mi sensorialidad quedaba más que satisfecha a merced de tantos estímulos ofrecidos por los residentes y turistas que hacían particularmente atractivos y únicos los espacios públicos y privados.

El regreso a casa tenía sabor a victoria, sumergirse en la tranquilidad del pueblo donde me hospedaba, toda traspirada emprendía mi regreso, sudaba, arte, cultura y confianza en mis instintos que me guiaban. Padecía de una conmoción sensorial. A modo de chiste comentaba que la porción correcta de este manzaño para no sufrir una ingesta severa era: un día de ciudad y tres de suburbios.

Me acomodé, medio echado el cuerpo sobre el lado derecho pegada a la amplia ventana, disfrutaba ubicarme en un asiento frontal en la misma dirección que corría aquella flecha que hacía los recorridos distantes transportando todo tipo de personas y yo, entre un pequeño grupo que en aquella hora disminuía. Una vez pasado el horario pico (off-peak) era menos costoso y congestionado. Podía darme el gusto de sentarme donde quisiera, de frente y en el primer vagón, para así ser de las primeras en pisar la plataforma al llegar a la Estación Central y garantizar salir disparada olímpicamente hacia uno de los arcos de entrada a la estación. Ponía en práctica algunos tips que mi experimentada anfitriona me pasaba.

Disfrutaba del paisaje veraniego que a través del vidrio mostraba un junio y julio caliente y verde. Escribía mientras vivía mis experiencias diarias. Es una forma de evitar quedarme a solas conmigo misma. No huía del dolor, todo lo contrario, me lo bancaba en la misma medida que seguía viviendo. Reciclaba mis experiencias como una manera de combatir lo rápido que sucede la satisfacción de haberlas disfrutado en este universo online. Lo efímero de los momentos vividos.

El viaje lo iniciaba en el s/n Post Rd. donde me hospede, recorría aproximadamente una milla y media hasta la parada de Hartsdale, una agradable caminata sin prisas y disfrutando de las praderas extensas, frondosos jardines rodeaban las casas que durante este verano les pasaba por delante tanto a la ida como a la vuelta y que al cabo de varios viajes obviamente se me hacían más familiares.

Sudando la gota gorda llegaba tipo nueve y cuarto de la mañana hasta el punto donde tomaba el tren, pero antes me refrescaba y tomaba café en el Starbucks ubicado al pie de las gradas que daban paso a la vía ferroviaria. A las nueve y media en punto aparecían las luces de la locomotora y yo ya sabía donde pararme para poder tener acceso al primer vagón, mi preferido. Se detenía, se abría la puerta y con el pie derecho siempre listo lo abordaba. Se hace aproximadamente unos cuarenta y ocho minutos desde este barrio paradisiaco hasta la efervescente Casa Central de la calle cuarenta y dos.

Unas quince estaciones la separaban desde este suburbio neoyorquino al corazón de la Big Apple. Me gustaba disfrutar de esa sensación de libertad en movimiento acompasada por un meneo, un vaivén, pequeños empujoncitos un lado a otro que le eran arrancados a mi cuerpo, dizque un baile al ritmo de un rock metálico, duro que bramaba de las entrañas de aquel felino en constante recorrido; el desplazamiento de un gigante en las comunicaciones terrestres que en tiempos lejanos con sus calderas a todo fuego contaminaba sin aún saberlo los cielos y que su estela de humo y silbido inconfundibles anunciaban su llegada y partida a las comunidades. El progreso y la nostalgia sobre rieles.

La felicidad sigue siendo la misma al ver que modelos mucho más modernos, con tecnologías ecológicas atraviesan los rincones de la Nación y llega puntual con una majestuosidad digna de los grandes. Dentro de los más de diez vagones la monotonía del rock heavy adormecía a unos cual nana arrulladora, a otros los trasportaba a una intimidad total ante las historias que leían salida de sus tabletas o del Kindle, otros optaban por la música de sus Ipad. Y yo, que decir, yo quede presa para variar en mi monólogo perpetuo pensando que detrás de cada persona había tanta historia personal y familiar como la que yo escribía a modo de apuntes y frases sueltas en mi cuaderno de este verano del año dos mil doce.

Entrecerraba los ojos y me abandonaba a la idea de ser tomada en brazos y vagar al centro de mis ensoñaciones y fantasías, sentía la necesidad de dejar en manos del conductor mi destino. A mi edad ya se tiene mucho más pasado que futuro y asusta recorrer en solitario lo que quede. El ritmo del coche-vagón despertaba sentimientos de independencia, mis alas se fortalecían y volaba al ritmo de aquel ejemplar glamoroso que tragaba kilómetros por minutos y hacia la distancia entre los sueños y la realidad más desafiante. Veía desfilar ante mi mirada que para nada estaba perdida, una exuberante vegetación de la época, reconocía algunas especies de pinos, plantas florales y otros, pequeñas ardillas, y conejos apostados en el camino saludaban como en un cuento infantil a los pasajeros que distraídos no le prestaban atención. 

Lamentablemente la belleza cuando se convierte en cotidiana pierde esplendor para algunos. No era mi caso, yo necesitaba ser sorprendida con visiones como estas, las atesoraba en mi retina y las ponía en blanco y negro, los bosques se iban quedando atrás en un pestañazo y comenzaban aparecer las torres de viviendas, negocios y oficinas. Mi meta: La Gran Estación y a toda costa no perderme. Y lo logré. Entre mis manos mi Timetable toda subrayada a modo de amuleto y sin la cual orientarme hubiera sido imposible. Mi Schedule veraniego.

Sobreviví a la impresión tan abrumadora que me provoco aquel ir y venir, el hormigueo humano aquel tránsito incesante que circulaba por los andenes, entre los pasillos subterráneos, en los amplios e iluminados corredores donde conviven elegantes boutiques , joyerías, restaurantes y su mini mercado que te arranca un profundo “wow”. Centenares de huellas marcan un ritmo frenético a diario en su amplio hall donde la cabina del reloj de cuatro caras es sitio de encuentros, testigo de momentos afectivos entre amigos y familiares, la majestuosidad de la Terminal queda atrapada en miles de flash cegadores que prometen llevarse a casa en forma de imágenes nuestras vivencias para disfrutar en la intimidad de nuestros hogares el privilegio de haber estado allí. Y otros de forma inmediata compartirlas con conocidos o no en las redes sociales.

Grupos de personas de todas las edades, parejas, individuos, gente de todas latitudes, algunas con sus mascotas en mano. Personas de todas las razas y orientación sexual un mosaico generacional y multicultural, olas humanas visitan, pasean y viven en esta ciudad, hoy más que nunca el sentimiento de convertirnos en ciudadanos del mundo, y sentir el orgullo de residir aunque sea un día de nuestras vidas en La Capital de la Libertad nos invadió. Vivir en el Estado que más tributo históricamente le ha rendido a la Estatua de la Libertad. Antorcha en mano, erguida y desafiante. El Faro de NYC, dando la bienvenida como solo lo saben hacer las madres a su hijos, propios y adoptivos, abrazando a todas las etnias, culturas y religiones, y nosotras cobijadas bajo su manto esperanzador.

Para ser libres habíamos abandonado nuestro caimán cautivo y fuimos a parar al sur americano. Y por practicar el derecho a ejercer la soberanía sin condicionamientos de ningún tipo, nos habíamos convertido en trotamundos, dos viajeras incansables, viviéramos donde viviéramos. Ahora, en una Nación donde la esperanza y las oportunidades convertían los sueños en realidades. Por amor y la fe a la libertad dejaba a mi hija estudiando y trabajando al pie del monumento que representa uno de los valores tan anhelados por la humanidad. Este cuatro de julio el cielo brillo aún más, y desde Nueva York dos nuevos pares de ojos eran cegados por la emoción: Los nuestros.

Llega setiembre, el mes donde celebramos y rendimos homenaje al vigésimo primer aniversario de nuestra condición de ser una familia inmigrante. Nosotras, unidas por el amor filial, en la pérdida y aún más en la distancia entre el norte y el sur, cada una en ambos extremos del continente, puntos distantes y diferentes pero al mismo tiempo con tanto en común, iluminadas por los destellos del pensamiento de los hombres y mujeres que han luchado y luchan para una América Unida y Soberana. …“ Quiero ver a toda la población del mundo unida, reunida en el acto más simple de la Tierra. Mordiendo una manzana.” Neruda. Oda a la Manzana 1956.

Dedicado a Romy Roloff en el veintiún aniversario de nuestro Grito de Independencia.

Inspirado en el amor recibido de la familia Dawson. A mis anfitriones. Gracias por la hospitalidad que nos permitió una experiencia tan enriquecedora.

A la memoria de las víctimas del once de setiembre en otro aniversario. A los sobrevivientes, a sus familiares, amigos y amigas.