viernes, 10 de abril de 2009

Nanas antillanas

Para la época en que mi hermana mayor noviaba yo escuchaba nanas, no me cantaba mi madre sino ella. No todas las noches, sino aquellas en que se le permitía recibir a su enamorado en casa. Noches fijas en la semana de tal hora a tal hora, siempre bajo la supervisión de mi padre. Uno frente al otro, sentados lateralmente con las manos tomadas y yo sobre ellos dos. Durante esas noches de encuentros permitidos según recuerdo, yo llegaba, subía a sus piernas, me dormitaba y oía esas cancioncillas, el repertorio no era muy extenso, generalmente dos cánticos breves y con un estribillo tan pegajoso que su melaza me endulza hasta hoy en mis noches de mujer cincuentona.

Me las cantaron y las canté, se las canté a mi hija todas las noches muy lejos del mar y estoy segura que de tanto entonarlas su letra entró a nuestro torrente marítimo digo a nuestro torrente sanguíneo. Esos estribillos me gusta pensar fueron embelleciendo mi partitura oceánica como perlas marinas, noche sí noches no, días sí y otros no. Fueron creando las imágenes náuticas de mis primeras travesías.

Mis primeros viajes fueron en brazos de la fantasía infantil, se sabe que no hay que tener alas para volar. Y afortunadamente navegué y volé con mi imaginación como combustible. Sin saberlo me fui preparando para mi viaje sin retorno. Y sin saberlo, mi hermana también fue regando en mi caldo de cultivo las burbujas de la inquietud del más allá del horizonte.

Fui acunada por canciones cuyas letras recreaban la partida, el adiós no sobre ruedas, sino sobre el oro blanco de nuestra madre naturaleza, los mares me acunaron desde que nací. Morfeo me recibía ya no envuelta en líquido amniótico, yo llegaba a mis sueños vestida de sal y con los sonidos de un vapor al zarpar. Y la voz de mi hermana clamando por un barco donde se iba un ser querido y mis lágrimas ya prematuramente tenían ese sabor al Caribe, y la canción sigue que sigue mirando como dice a ese barco entrando a la bahía ahí se va, se va la novia mía…. Había una vez un barquito chiquitito, había una vez un barquito chiquitito que no podía que no podía navegar, la, la, la, y pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas, pasaron una , dos tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas y el barquito y el barquito no podía navegar, y si esta historia no te parece larga y si esta historia no te parece larga, volveremos, volveremos a empezar. Y ahí va de nuevo la melodía pegajosa que por sí misma invitaba a dormir y dormir y así en mis noches infantiles comencé a disfrutar del agua no potable, no apta para consumir, pero que los isleños hemos bebido hasta en sueños.

Mi familia, todos nosotros nacimos en una ciudad abrumadoramente salada, transpira y respira sodio. Rodeada por un mar que ha sido su mayor encanto y a la vez su peor verdugo. Una ciudad que como ninguna otra anuncia la llegada de las nueve de la noche al son de un fuerte cañonazo, el sonido del bommm y el olor a pólvora se mezcla con el sudor de esta mujer que ha visto a sus hijos irse y llegar más de lo que ella ha deseado.

Los que se fueron, los que nos fuimos, los que se irán. La mayoría de los que se embarcaron lo hicieron sin ser aclamados como dios manda: reconocidos y despedidos. Sus familias quedaron en vilo, rezando y esperando noticias de su llegada a otras costas, unos llegaron mojados y otros nunca se secaron. Los que nos fuimos mucho después de los primeros, de los pioneros que convirtieron su cuerpo en torpedo, nos transformamos de presentes en ausentes, somos un híbrido, inicialmente dijimos adiós desde casa, y ahora el bye bye es desde el new home.

Nacimos en una isla y esto es una condición que nos ha marcrucificado. No tener vecinos a la vuelta marca la diferencia y de que manera. No tener fronteras, no tener líneas divisorias, de esto es mío y esto es tuyo, hasta acá estamos unos y para allá están los otros, acá una bandera izada y allá la otra más lejos clavada pero ambas hablan a favor de cantares colectivos, de intercambios en todo sentido, de alegrías, guerras, penas y libertades unas luchadas y otras violadas. Pero en todo caso me quedo con la opción de la vecindad. Asumo sus riesgos.

De toda la vida el cubanhello ha tenido ese gustillo de quiéreme pero no me toques, o tócame pero no me quieras. Nuestro neighbour más cercano está a noventa millas, que total no es nada, pero la nada se convirtió en nada de nada. No hay sinónimo para la nada, los he buscado en mi mataburro pero lo que he encontrado no satisface mis necesidades de expresar lo que encierra este vocablo, porque francamente la carencia es absolutamente irrelevante al lado de la nada. Así que me quedo con la nada de la nada. Peco en ser reiterativa. El océano ha sido nuestro guardián, es nuestro centinela, es nuestro único vecino. La decisión de visitarlo y tocar a su puerta, de sumergirse o no es cosa de cada quien.

Afortunadamente nos alejamos de la Perla de las Antillas en alas de un gran pájaro, el hierro frío y gris nos cobijó desde el Caribe hasta los Andes. Desde las alturas se ve muy diferente el mar, la mirada es a vuelo de ave. Y el agua se ve milagrosamente hermosa. Te embruja, caes prisionero en sus mareas, te abandonas a sus caricias, al susurro de su llanto, su cólera y su alegría porque el agua llora, enfurece y ríe como cualquier mortal. Ese líquido declarado transparente, sin olor, color y sabor por definición química tiene por definición personal el olor de mi tierra, el color de la esperanza y el sabor de los amores lejanos. Y por si fuera poco tiene la inocencia de la infancia, la rebeldía de la juventud y la sabiduría de la adultez. Es intrépida en sus amaneceres, confidente en tardes nostálgicas y las noches cual amante pecador va y viene, llega y se va dejándonos cegados con semejante espectáculo de esplendor cuando la luna le baña y ella se abre como orquídea en floración mostrándonos lo más sensible de su sensibilidad.

Como no amar al H2O, es uno de nuestros recursos más preciados y poco valorado sobre todo para aquellos que lo disfrutan como algo intrínseco a sus vidas, algo intrínseco al sistema del servicio natural. En lo personal este líquido ha sido y es algo mágico; de pequeña, en mi infancia isleña me llevaban a Cojímar a dejar los mocos verdes de mis catarros en las olas de esta playa. El agua lo cura todo, crecí con esa certeza, la convertí en filosofía de vida, cura las calenturas tanto las de las gripas como las de las pasiones, cura las tristezas y espanta a los espíritus. Ella atrae las buenas vibras, atrae las alegrías y se apodera de todo nuestro ser por dentro y por fuera. No hay nada como un buen baño!! Los poros agradecen y le dan una bienvenida con bombas y platillos a semejante caricia, hay leyendas que hablan a favor de calentarla o enfriarla a favor de colocarlas en paños tibios o helados para mitigar cualquier maluquera. Los chamanes o brujos te despojan con agua de quién sabe dónde, pero basta creer para crecer. Fui santiguada y bautizada.

El agua puede llegar de diferentes formas a nuestras vidas, una de ellas decidió imponerse al resto, se presentó ante nuestros ojos como torrente pujante con tal fuerza que abrazó por los cuatro costados a nuestro preciado pedazo de tierra y se fue solidificando y sufrió una de sus peores metamorfosis como esos primeros amores que hablan dizque nada de ataduras y terminan con la soga al cuello. La tragicomedia a la cual hemos asistido durante más de medio siglo ha puesto en escena, ha puesto en cartelera la obra más comentada por la crítica especializada y no por ello menos condenada.

El auditorio ha sido testigo del cambio sufrido metafóricamente de cascada en una especie de gran muralla de piedra sólida, una tapia dura e infranqueable que emergió rodeándonos, aislándonos. Creo que de ahí me viene la fobia a los muros, a las paredes. Nuestro caimán quedó varado y está anclado, sus cálidas aguas le acarician como a mi me acariciaron mis nanas, esos cantos infantiles que hicieron mis surcos trazando mis senderos buscadores de otras tierras, buscadores de vecinos, de fronteras y si estas son triples mucho mejor, como las que te llevan a Iguazú. Canto para no olvidar, canto para acunar como mi hermana lo hizo conmigo, yo con mi hija y mi hija lo hará con su hija, para que los barquitos puedan navegar en los sueños infantiles, zarpen de puertos libres, seguros y trasladen su carga, la más preciada de cuantas hay : a los hombres a donde el alma les guíe.

Cierro mis ojos y con mi brújula guiando mis pupilas, mis nanas queridas, acuno hoy y siempre a la niña que fui, a la que llevo dentro, a la que me permitió cantarle a la niña que alumbré y que cuya luz como un faro en medio del mar guiará a nuestra familia al retorno, al regreso cuando una lluvia de hilillos liberadores acaricien la muralla donde llora la niña más consentida de todas, La Habana: la niña que nos alumbró.

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