domingo, 6 de diciembre de 2009

Como piedra en el zapato

Usualmente así solemos diagnosticar a alguien que se asoma a nuestras vidas para torcerla y hacerla más difícil de lo que es, también así solemos llamarle a los obstáculos, experiencias, desdichas, desgracias o generalizando al mosaico de ingratitudes que pensamos que la vida nos ha zumbao tal jarro de agua fría sobre nuestra realidad.

Con cuántas piedras he tropezao en mi vida, cuántos zapatos he dañado al ir zapateando por los empedrados trillos que han dado paso a mis días. He tenido todo tipo de especies rocosas: piedritas, adoquines, ladrillos, seborucos. Que uno sobre otros, así amontonados haciendo pilas, montículos se han empeñado en ponérmela difícil. El asfalto no ha sido mi alfombra gris, mi tapete color plomo, nada de eso.

Con la perseverancia en mi morral he ido superando mis choques con el concreto duro y sólido de estas majestuosas moles que entre mis sueños, mis esperanzas, mis ansias me han ido sacando ese “coñooo” que al tropezar con ellos ha salido y sale de mi garganta. Como al sacar un boniato (camote) de la tierra y así se suele decir entre mis paisa cuando producto de un mal paso casi nos matamos al andar.

Y así entre un Ñoo!! bien fuerte he ido transitando las etapas de mi cincuentona vida, y como en las comedias siempre a última hora aparece un jodido ejemplar que viene a hacerte la vida un yogurt, así ácida, rancia, que te provoca un reflujo endemoniadamente gástrico . Así como se suele decir aparece un o una mala leche en el final de un proceso en el cual vos pensabas que te declarabas invicto te mete un nocao.

Y en esa estoy, con mis zapatos bien lustrados, de buena marca bien calzados para mi tropezón. Eso sí, declaro la incapacidad total de lidiar con los pedrucones que he tenido como guardianes al mal presagio sino fuera por mi familia y amigos. Esa mano solidaria, esa mano tendida para que la caída sea menos dolorosa. Para que el aterrizaje sea menos forzoso. Mi tren de aterrizaje.

Cómo sobrevivir al mundo pedril sin una diestra a la vuelta. Hay amigos y parientes constantes, esos que se declaran parte de tu parte, que trascienden cualquier caída. Los que se hacen presentes a lo largo de todo el camino empedrado. Y que su mano se hace callosa unida a la tuya de tanto romper la dureza del mármol. Otros los circunstanciales, los que no pasan más allá de la situación que originó la relación., que te acompañan no más en las buenas, con las risas, en las abundancias donde las piedras no aparecen, sino que están disfrazadas de buenaventura. Y los satélites. Cuyas órbitas de repente tocan tu planeta.

Afortunadamente los brazos de mis familiares y amigos han sido como grúas, son de hierro fundido que cargan mis penas y mis sinsabores a la par mío. Sus extremidades se extienden hacia mi colocando sus oraciones entre grieta y grieta , entre pena y penita.

Por eso en mis últimas compras me he asegurado de que mis “shoes” vengan a prueba de un resbalón fatal. Que su diseño contribuya a una buena patada que lance bien lejos de mi vía a esa piedrilla que se afana en que mis huesos terminen fracturados. Hecho talco, nada que para la etapa navideña que tanto estresa en todo sentido estaré lejos muy lejos de estas latitudes tan jodidamente empedradas. Y todos dan fe de que las caídas han superado los límites de los récords emocionales y que ellos con sus zapatillas puestas me han cargado literalmente en sus alas para cruzar la línea de la mala onda.

Y es que pensando y pensando confieso que ya de tanto tropezar con estos pedazos de material orgánico mi salud se ha visto fortalecida, he crecido, me he hecho una mujer adulta madura, así que no es que sea masoquista jiji, pero para darme cuenta de que tengo la mejor familia y los mejores amigos y amigas hay que tener piedras en los zapatos. Una buena cantera garantiza un excelente marmoleado.

Nada que para la próxima el Ñoooo será el definitivo adiós a esta explanada, este pedraplen que abandono con aciertos y desaciertos. Que me alejo de estas tierras tan bendecidas, tan empedradamente empedradas. Mi mayor logro es no quedarme debajo de las piedras que como abono fértil irrigan la sabia de esta ciudad.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Bon appetit!!!

Dicen que los niños nacen con un pan debajo del brazo, en mi caso no fue así. Yo no. Nací con una cartilla de racionamiento alimentario debajo de mis brazos. Como muchos otros. Es un hecho que marca una actitud hacia la compra, preparación, cocción e ingesta de alimentos tan necesitados por todos y tan racionados para muchos.

La cocina de la casa donde pasé mi infancia, adolescencia y juventud era muy pequeña. Un espacio donde con las justas se cocinaba y lavaban los platos. Un ambiente donde la plática obligada era qué poner dentro de las ollas en los horarios del caso.

Adolecí de entrenamiento culinario. La cocina era un espacio para mi madre y hermana mayor que eran las responsables de hacer estirar, de hacer rendir para que alcanzara para todos los pocos alimentos que constituían nuestra dieta básica. Nada de desperdiciar ingredientes, nada de ensayar algún platillo cuya receta les gustara. Se cocinaba arroz con frijoles y huevos fritos, revueltos o en tortillas o alguna vianda de la época y afortunados nos considerábamos cuando nuestra dentadura se fortalecía con un pedazo de pollo o carne. De cuando en vez y de vez en cuando.

Esta realidad marcó a toda una generación de mujeres como yo y las que me siguen. No puedo presumir de habilidades y destrezas fogoneras. El fogón y yo nunca hemos sido compinches. La cocina siempre ha sido mi materia pendiente.

Hoy día mi pisada es fuerte al entrar a cocinar. No siempre ha sido así, todo lo contrario he ido evolucionando, mis pasos inicialmente fueron muy cautelosos de la mano de mi comadre, amigas, programas televisivos y libros que me daban los mejores consejos para cocinar a fuego lento. Me considero una buena alumna y mi tenacidad se ha vestido con un mandil o delantal de alta cocina para alimentar a mi familia, amigos y a mi misma. Aún así me considero aprendiz a tiempo completo.

El no saber cocinar como dios manda, es lo que me permite no permitirme la osadía de ofrecer recetas, brindar procedimientos para saborear los sabores de la cocina típica de mi tierra e internacional de cuantas tierras me han ofrecido sus manjares. Eso sí me atrevo a tener un proyecto y compartirlo que se inicie por así decirlo en etapas o fases que establecen una rutina de chef amateur que para mí comienza la noche anterior al almuerzo del siguiente día. Nuestra carta gastronómica prácticamente la elaboro a la luz de las velas del anochecer en vísperas del siguiente almuerzo. No cenamos, hace años no lo hacemos. Nuestro bocadillo nocturno ha sido frugal para combatir los males de la altura en nuestra digestión.

Practicamos eso que se aconseja de: desayuna como rey, almuerza como príncipe y cena como mendigo.

Mi proyecto para cocinar es básico y lo constituyen gradas o escalones que comienzan simplemente por comprar, seleccionar o abastecerse de la gama de los grupos alimentarios existentes. La antesala de la cocina es el mercado. Es una visita, un tour obligado. Llegué a mi mayoría de edad sin saber comprar alimentos, sin disfrutar de tal experiencia sensorial. Amo los mercados, esos paraísos donde son exhibidos los productos en canastas de paja toquilla y que dan calor a cuantas especies son engendradas en las tierras más fértiles que ojos humanos hayan visto. Me hice madre sin visitar con mi madre un mercado. Mucho después de ser mujer me convertí en chef.

He degustado con una felicidad inmensa comprar y llevar a mi casa, a mi cocina, todo tipo de alimentos que como trofeos aparecen en los mercados de nuestras capitales y ciudades centro y sudamericanas. He entendido ese lenguaje de esos rostros femeninos
surcados por la experiencia al sacar de sus tierras los preciados frutos y ofrecerlos a sus habituales compradoras. Confieso que al inicio puede ser una experiencia no muy agradable al olfato cuando el olor fuerte a sangre de res, aves y otras carnes se mezclan con olores humanos, y de otras especies, quizás sea una experiencia que de a poco se va como todo interiorizando, en mi caso sucedió así. Inicialmente con un poco de rechazo o repulsión hasta que mi ser aprendió a moverse, mis sentidos entrenados en la búsqueda del mejor y más preciado bocado y hasta que mi ángel de la guarda me premió con una de las mejores caseras que había en Achumani, el mercado de la zona sur de la capital boliviana.

Una mujer regordeta, pequeña, joven, con un cabello atado siempre, trenzado, sin estudios pero con las matemáticas a prueba de examen. Llegamos a querernos, a esperarnos la una a otra, ya que no le compraba a ninguna otra, le fui fiel durante seis años, una vez a la semana y días fijos, le visitaba los viernes , me esperaba con la trucha fresca recién salida del Lago Titicaca y lista para llevar a mi parrilla, Rosa mi caserita me mostró y me enseñó con orgullo desde su forma de preparar y adobar su lujoso platillo andino hasta otras reglas de oro del mercado, nada de tarjetas de créditos, cheques u otra forma de pago, al pan pan y al vino vino. Unas manos entregan el alimento y otra el dinero, tan simple como desde sus inicios. Un trueque. Como en los tiempos
prehispánicos.

No hay experiencia más sublime que perderse en esas pasarelas y con las manos en la masa palpar la sanidad de los ejemplares en venta. Regatear los precios, los costos, nunca pagar la primera suma que te pidan, ir por una segunda o tercera, es una aventura que he aprendido y que es todo un arte mercantil.

Las canastas son un accesorio que le dan un aire folklórico a mi look de ama de casa latinoamericana. Con ellas en mano y mis sentidos alerta me he perdido en la búsqueda de frutas frescas, verduras, vegetales, y donde nuestros sentidos nos dieran luz verde en la compra de lo buscado. No hay mejor pasarela que esa que nos regalan los mercados al poner a prueba nuestra paleta culinaria.

No tuve tardes de lluvia horneando galletas, pan o algún pastel que mi abuela legara la receta como parte del patrimonio familiar. Los hornos para mi eran un depósito donde se guardaban enceres viejos que habíamos heredado de tiempos que hablaban de un mejor paladar. No teníamos combustible para que estos funcionaran. Teníamos el justo para que la luz brillante durara treinta días en las hornillas de las cocinas que habían sobrevivido a la decidía doméstica.

Nuestras papilas gustativas estuvieron por décadas sentenciadas a no degustar ninguna exquisitez, ningún platillo ni típico, ni exótico, ni volador. Ni de ninguna otra categoría.
Desde muy joven mis almuerzos se limitaban a una dieta de pequeñas porciones y lo peor no era la poca generosidad con que me la ofrecían sino su presencia absolutamente prosaica. Servida en una bandeja metálica de esas diseñadas para los comedores obreros, con varios orificios para colocar el vaso, los cubiertos y el pan nuestro de cada día.

Los cubiertos otra historia, de metal noble tan noble que quedaban doblados al ejercer la fuerza necesaria para cortar una papa o algo parecido a un boniato (camote). Los accesorios como manteles, servilletas y otros nunca formaron parte del escenario. El acto de comer nunca rebaso los límites de engullir y rápidamente aquel menú que en forma de chiste nos lo tomábamos cuando nos ofrecían el mal llamado arroz con pollo. Y nosotros le rebautizamos como el arroz con suerte porque había que tener de ella y mucha para encontrar alguna parte de la tan ansiada ave. El clásico “tente en pie”

Crecí cantando esa ronda infantil de: arroz con leche se quiere casar con una viudita de la capital, que sepa coser, que sepa bordar, bla bla bla. No sabía coser, bordar y menos cocinar.

Para mil novecientos ochenta y ocho se inauguró una tienda de productos alimentarios donde antes existía una de ropa en el sector de Centro Habana, llamada Sears . Ese año yo estaba embarazada y afortunadamente este establecimiento gubernamental ofrecía a precios de locos cumplir el sueño de los sueños cubanos: comprar comida. Abastecerse.

Las filas, colas, o la sucesión interminable de personas unas tras otras esperando horas interminables pasaron a formar parte del paisaje urbanístico fundiéndose con el parque de la Fraternidad, que afortunadamente quedaba frente a esta y brindaba la posibilidad de pescar un asientillo para un descansito. Mi condición de gestante me permitía entrar más rápidamente al Gourmet Center.

Así lo recuerdo, fue mi primera experiencia de consumidora por partida doble. Siempre tenía hambre y mi condición de embarazada añosa pues me hacía comer con más seriedad, siempre pensando en el desarrollo embrionario.

Para cuando mi hija abría la boca ya el período especial nos hizo cerrarla. Que paradoja, qué tenían de especial aquellos años. Eran especiales por bueno, por excepcionalmente rebuenos . Parecería que el término especial nos encerraría una sorpresa para agradarnos, sorprendernos de forma agradable. Pero no. Nada que lo de especial venía a jodernos aún más.

Con estos bueyes tuvimos que arar, como decía mi madre al referirse a lo impostergable de la desgracia, a lo inevitable de la desdicha. A las certezas, a lo negro de la realidad. Y no es que el hambre fuera una visita que llegara a hogares donde el desempleo y la falta de futuro fuera el plato fuerte. No nada de eso. El hambre visitaba al hombre del futuro. Al hombre del mañana. A las familias que eran proclamadas progenitoras de un nuevo modelo de ser humano.

El acto de comer y de buscar alimentos, de cazar, de sembrar, de utilizar el combustible para lograr el calor, el fuego para poder llevar a la boca un bocadillo es tan viejo como el hambre. Desde que el hombre tiene hambre así de simple. Al alejarme del período tan especial puse comida y no tierra de por medio entre nuestros estómagos y la maravilla del reino poblado de hombres nuevos que no podían saciar el hambre vieja. Matar el hambre del hombre.

Con toda esta historia en mi hoja de vida mi receta a compartir con ustedes no es en forma alguna el un, dos, tres de un platillo. No es el blablabla de este o aquel plato. Nada de eso. Mi receta para lograr un bon appetit es el resultado en buena medida de mi realidad de mi práctica cazuelera. Para arrancar el que rico!! Y que sabroso!! Lo primero es lo primero. Pisar fuerte. Ser chef todo terreno.

Comprar sí se puede productos o géneros alimenticios saludables. Cocinar a la plancha o al vapor. Balancear el menú atendiendo a las necesidades según edad, talla, peso y estado de salud. Lograr un ambiente agradable en los horarios de alimentación. Y utilizar en lo posible accesorios con diseños agradables donde serán servidos los alimentos. En lo posible acompañar nuestros almuerzos y cenas con música que ambienten nuestras charlas.

Y como idea final, si se trata de una invitación, de una reunión en nuestra casa de amigos o colegas, la mejor forma de consagrarnos como buenos anfitriones créanme no es lo ostentoso de lo servido, es a mi manera de pensar la lista de invitados, es el lograr que las personas invitadas se integren y que la charla fluya como lo hace el buen vino al ser catado. Una buena plática es la mejor forma de digerir cuanto manjar podamos ofrecer.

Dicho esto espero coincidamos en que a la cocina como a todo hay que cogerle el
Tumbao. Y que como a la buena música se le disfruta llevando el ritmo a las ollas. Que el calor, el amor, el olor, el color y el sabor se fundan como la leche y el arroz en la tonada infantil.

Para que los niños y niñas se den sus manos haciendo una fuerte ronda alrededor del mundo y que el derecho a comer, el derecho a alimentarse sea una prioridad social y familiar y que las promesas de lo especial sea especialmente el bienestar ciudadano.

domingo, 8 de noviembre de 2009

El Flautist@ de Ciberni@

Internet y yo somos inseparables. Aliadas. Estamos ligadas. De los servicios que pago mensualmente este es el más valorado. De cara a la crisis creo prescindiría de cualquier otro menos de este. Y entre otras cosas es que mis afectos entran a mi vida, embellecen mi realidad, penetran en mi corazón a través de este escenario cibernético que ha llegado para tender puentes, redes que como mallas nos entrelazan burlando cualquier obstáculo, fronteras y dictadura.

Las redes sociales son para muchos incluyéndome una gran plaza expuesta al mundo, donde sus portales dizque como balcones floridos nos permiten asomarnos a plataformas multi temáticas que coadyuvan al lanzamiento a cuanta oportunidad se cree y se quiera explotar. Para explorar y explotar hay muchos destinos turísticos y en la lista de los tops se destaca uno del cual ya prácticamente la visita es más que obligada. No hay guía que no le ofrezca al visitante menos osado que navegue sus caudalosas corrientes.

Ciberni@ una de las ciudades más visitadas y pobladas de nuestros días que con sus ventanas abiertas de par en par muestra los rostros de miles de navegantes que con los remos en mano hacemos de nuestras entradas a esta capital la aventura más arriesgada. Me tomo el internet como un energético cóctel vitamínico que ingiero como parte de mi dieta emocional al abordar el crucero más movido que haya surcado los mares.

Pero no siempre ha sido así. No siempre lo he tenido tan a la mano. Guardo la imagen de mi madre siempre con una sonrisa en su dulce rostro esperando la visita dominical de su hermano menor o a su hermana mayor siendo portadores de cartas de su hermana menor. Mi tía dejó su terruño tras su única hija. Era la menor de seis hermanos, muy pero muy querida por ellos y por todos sus sobrinos. La llegada del cartero a la puerta de nuestra casa familiar era un momento de tanta felicidad que siempre lo tengo conmigo. Su presencia era anunciada con un silbato ya muy conocido y que era todo un símbolo voceando que llegaban noticias del norte.

Las novedades eran escoltadas por un caballero de sudada estampa. Con muy buena pinta y que sin ser jinete llegaba literalmente galopando. Las altas temperaturas del siempre caliente Caimán lo ponían a cabalgar. Así caminando y trotando recorría las callejuelas de barrios, pueblos y ciudades.

Cumpliendo un recorrido dictado por las coordenadas que aparecían como veletas en los sobres. Todos mezclados y que alborotados yacían en su morral descolorido. Un conocedor de cuanta dirección le exigiera dar sus recorridos y buscando la acera menos caliente, siempre buscando la sombra refrescante así se le pillaba. Ajustándose su clásica boina que le cubría el rostro de los rayos caribeños. Este gentleman aceptaba el reto de los retos: “una entrega a tiempo y en manos del destinatario”. Orgullosamente mostraba sus trofeos al tocar de puerta en puerta. De flor en flor.

Todo un personaje querido y ansiadamente esperado. Se le veía con su bolsa a cuesta o sobre uno de sus hombros , donde cargaba literalmente las penas y alegrías de muchos desconocidos que confiaban en que el correo entregará en manos propias sus misivas. Viajaban millas y millas, hacían un camino largo y sometido a un escrutinio gubernamental que violaba una de las leyes más legendarias del sistema postal: La correspondencia es privada, personal. No se profana.


Para muchas familias este servidor público formaba parte del entorno, de la rutina barrial y que decir de ese bolso con toques mágicos donde dormían hecha un amasijo la correspondencia de color esperanza y olor nostálgico que muchas familias esperaban con ansiedad compartida. Sudoroso, cansado pero sabiendo que su presencia era muy querida así llegaba uno de los servidores públicos más antiguos al servicio de la comunidad.

Mi madre lo premiaba como los cubanos reciben a sus visitas más queridas , con un vaso de agua y una taza de café recién colao!!. Y un rotundo agradecimiento. Una bienvenida humilde pero emocionada.

Una cierta complicidad, una alegría compartida delataba su llegada. Mi mamá y mi cartero hacían una pareja que de cierta forma hablaban de un secretillo al compartir vivencias de formas diferentes, sentimientos surgidos de papeles, de hojas, de noticias censuradas. Todos sabíamos de la revisión a que eran sometidas las cartas , era un secreto a voces, lo decía la “radio bemba”, así se le ha llamado al infalible sistema de comunicación que de tú a tú aún circula entre mis paisanos , el ir y venir de boca en boca de cuanta noticia o rumor circulara que como se sabe vuela o corre como la pólvora. Considerado el órgano comunicativo no gubernamental del chisme, del cotilleo, el eco bembal ha burlado al látigo oficial.

Y con un apretón de manos y el deslizamiento entre ellas del preciado tesoro así se cerraba el encuentro entre mi vieja y nuestro amigo. Nada casual ni fortuito. Todo lo contrario.

Y acto seguido entre las manos de mi madre danzaba su particular partitura, un pergamino con aroma norteño que devoraba con avidez página tras página. Ella me contaba y nos contaba a todos las buenas nuevas, la dejaba en su mesita para que la leyéramos amén de que no hacerlo era un acto de desamor, cosa que no sucedía en nuestra familia. Compartíamos el pan y las epístolas.

Atesoro esa sensación olfativa que inundaba los ambientes y que se hacía presente desde el momento en que abría el correo y ese olor se expandía, enriquecía la atmósfera, no era cualquier aroma. Era una fragancia especial, impregnada en un papiro nuevo, amarillo con líneas medio verduscas, eran aires frescos. Escrito por ambas caras, con la letra pequeña de mi tía. Por un grafito de color azul fuerte. Que bañaba de ilusiones, cariño y amor el texto. Mi madre y mis tíos intercambiaban sus cartas, unos leían la de los otros, y nosotros la de todos. No había secretos, no había falsa privacidad, era un patrimonio del clan González Cabrera.

Las cartas venían acompañadas generalmente de regalos, de fotos familiares a colores,
páginas de revistas con modelos de ropa infantil especialmente para mí. Y hojas de acero marca Gillette para afeitar los rostros varoniles, el regalo más esperado por sus hermanos. Desafortunadamente no siempre llegaban a nuestras manos tales cosillas, al ser violado el sacro sacramento de la inmunidad epistolar también era violado el derecho a la propiedad privada viniera en sobre o salida de la campiña cubana.

De siempre he amado al cartero, siempre hombre, hoy pienso por qué y no tengo respuesta, nunca una de las nuestras, una cartera. Su ausencia nos arrancaba desde una jaqueca materna hasta una que otra lágrima pensando que algo había sucedido y nosotros aún no lo sabíamos. Un mes o algo más se necesitaba para recibir noticias. Y qué decir de los famosos cables, así llamados esos textos breves, concisos que generalmente traían malas noticias.

Nada que mi cartero no tenía nada que envidiarle al del Poeta , al de Neruda. Era tan afamado y simpático como el que más. Mi cartero llamaba una , dos o más , llamaba las veces que fuera necesario. Mi cartero llamaba más de dos veces.

Mi infancia estuvo marcada por este personaje que hacía tan feliz a mi madre. Y por ello monoblogueando hoy día es mi manera de explorar, excavar en mi misma y dignificar este oficio . Me considero una mujer de letras y para las letras. Muchos años después supe en primera persona el valor de la palabra escrita, de la palabra que traía de alguna forma incrustado el salitre familiar , de mis amigos y amigas.

Cuando salí de Cuba justo en este mes de septiembre, mi aniversario de independencia, mi Grito Libertario, el cartero cobró una magnificencia en mi vida afectiva imposible de superar. Vivía en un edificio en un cuarto piso, sin ascensor, vivía en un departamento cuyas ventanas iban desde el techo hasta prácticamente el piso. Eran amplias ventanas, amplias salidas hacia fuera, un buen puesto de observación, un ojo extra para espiar la llegada de mi tan esperado flautista. Poco me faltó para salir danzando tras él degustando la dulzura de su fugaz aparición.

A veces le veía otras no, así que bajaba literalmente volando los escalones , aquellas gradas me parecían un obstáculo infinito entre las casillas y mis anhelos. Mi ansiedad era inmensa por tener entre mis manos esos sobres con los sellos que anunciaban su procedencia: un camino recorrido entre mar y tierra , desde el Caribe a los Andes. Y ahí delante de mis ojos, el papel, un papel sin olor, un papel muchas veces o casi siempre de muy mala calidad, sin líneas, de color café oscuro, grueso, ordinario, pero que la letra de mis seres queridos lo hacían hermoso, lo hacían de un valor a prueba de reciclaje.

Mi frustración era absoluta cuando al buscar en mi depósito lo encontraba en soledad, ese sentimiento de pérdida que despertaba en mí la absoluta ausencia de tan soñada visita, en muchas ocasiones solo me esperaban cuentas, pagos por hacer. Nunca sometí a mi voluntad a un ejercicio tan duro como en aquellos tiempos, me negaba la posibilidad de revisar mi casilla más de una vez al día, sabía el horario de visita del cartero, así que me hacía trampa pensando que quizás él había olvidado mi carta, y la traería más tarde.

Y otra parte de mi me decía: baja , baja. Ve en su busca. Y la otra luchando contra la primera me ordenaba déjate de tonteras y nada de bajar. Acá te quedas hasta mañana, que será otro día.

Teniendo todo esto tan presente y a la vez tan lejos, me permito declarar, me permito considerar mi adicción al internet como una terapia de auto relajación emocional. Considerar mi evolución epistolar a la nueva era de los mensajes, o a la nueva era del skype. Ser autodidacta en diferentes áreas del saber con el soporte de google y otros buscadores, es la alternativa para satisfacer cuanta interrogante que en cualquier tema me ronde.

Me niego a los análisis epidérmicos, superficiales, creo que la retrospectiva como el método de los métodos ayuda a que se profundice en los recuerdos y que el recurso del blablabla cibernético que tenemos en la actualidad no pierda su valor por su uso cotidiano. Todos los días de mi vida serán insuficientes para agradecer a los hombres y mujeres que dedicados al área de la tecnología computarizada hacen posible que la comunicación trascienda los límites impensables.

Mil gracias a que hoy día sentada cómodamente, disfrutando de mi intimidad , hablo, charlo, viajo por todos los continentes prácticamente, alabo mis encuentros, mis citas, mis oídos se regocijan cuando el sonido del skype anuncia que una persona me busca, piensa en mi, me recuerda, entra a esta pequeña habitación donde la felicidad se concretiza entre mi voz y en la de mis seres queridos.

Donde la voz da forma a los sentimientos, donde la alegría, la pena, la tristeza, la risa, las buenas y malas noticias son bienvenidas, ya no en manos de mi personaje místico, sino en mi bandeja de hotmail.com o yahoo.com

Estas bandejas, de plata , oro o cualquier otro metal. Un metal fuerte y brillante son portadoras de los andares más andariegos que el mundo ha conocido, andan, recorren y se hacen presente a una velocidad de vértigo. Llegan con banda ancha y sonora, con imágenes , con textos o sin ellos, andares que son portavoces de nuevos diseños. Encuentro respuestas a todas mis inquietudes. Encuentro en google desde la clásica pregunta de por dónde le entra el agua al coco hasta esa que aún me ronda.

Me permite hacerme presente en mi banca, ir de compras , columpiarme en portales políticos , informativos, culturales, deportivos y me ha dado la posibilidad de lanzar a su universo blogueriano mis cantares.

Y exigen que a mi edad y a otras más avanzadas hagamos los deberes, que el internet no sea una materia pendiente, todo lo contrario. Que sea nuestra mejor puntuación. Nuestra herramienta más aceitada. Solo pienso en mi madre en noches como las de hoy y cuanto le sorprendería las destrezas que su hija, las habilidades que yo su peque he desarrollado y que me permiten tener noticias frescas y libres.

Mensajes de paz y amor en cualquier tierra donde me encuentre, se sorprendería de ver como su niña, la niña de sus ojos tiene IL POSTINO EN CASA.

lunes, 12 de octubre de 2009

AZUCAR!!!!

Los carruajes van arrancando a las empedradas calles habaneras un gemido , el mismo que la fusta silbante le roba a los esclavos . La sangre en hilillos desgarradores ha surcado sus espaldas, sus almas, ha surcado los campos y plantaciones de la Mayor de las Antillas.

Es el grito de miles de voces que se hacen presente y aún más en el mes de octubre, especialmente en el Día de la Raza. Es la historia de nuestra Cecilia Valdéz. Es la historia en común de los pueblos de Ibero América.

Qué celebramos hoy vísperas del doce de octubre me pregunto? Qué se celebra en plazas y calles coloridas, donde la lengua de Cervantes baila con trajes multiculturales. Tenemos motivos para festejar? Hoy he despertado con mi taza de café colado a la habanera y con la voz e imagen de Luis Carbonell, el Acuarelista de la poesía antillana deleitándome con su arte.

De niña lo veía por la televisión nacional pero no ha sido hasta mi madurez intelectual que he entendido que su poesía es parte de mi identidad. Que su poesía me ha permitido una mejor integración a diferentes culturas. Hoy disfrute una vez más pero con mayor gozo esa rima que dice: “Y tu abuela dónde está?

Califico a todas las formas habidas y por haber para engrosar las llamadas filas de las minorías , califico por mi genero, por ser inmigrante, por ser ama de casa, califico por ser hispana y otras. Mis andares me delatan. Ah!! Y : “ no hablo inglé ''. Como dijera el Acuarelista.

Mañana doce de octubre. Columbus Day. Sigo preguntándome, no me doy tregua, tengo motivos para sentirme orgullosa de mis raíces ?: El sí es definitivo. La presencia festiva de nuestra paleta racial que arrasa en cualquier rincón de nuestro planeta es válida.

Soy Cecilia de nacimiento. Mi sangre es caliente y aunque blanca es mi piel se dónde está mi abuela. No permito que el rencor y el resentimiento triunfen sobre mi alegría y felicidad de ser quién soy. Soy las artes, las letras, la música, los deportes, soy la ciencia, soy el orgullo latino. Soy lo que soy. Donde quiera estemos, nos hacemos presente en cualquier escenario. Vivimos hasta debajo de las piedras. La tierra nos quedó pequeña y la luna visitamos.

No practico lo del ojo por ojo. No quiero quedarme cegata. Conozco la historia. Nuestros indígenas quedaron literalmente exterminados. Los descendientes de Hatuey somos nosotros. Escribo el presente y lucho por el futuro. El pasado es premisa para luchar por nuestros hijos.

Soy el Manicero. Soy el Caballero de Paris. Soy el Amadeo Roldán. Soy la Bayamesa. Soy la Franja azul y roja. Soy Pilar . Soy el Malecón. Soy Yemayá. Soy la Caridad del Cobre. Soy Carlos F. Finlay. Soy Kid Chocolate. Soy lo que quiero ser.

Soy AZUCAR!!!

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Bloghoroscopiando

Tengo dos Venusinos en mi vida que como astros la iluminan y orientan. Estos dos libranos me libran de cualquier exceso.

Tener balanza por partida doble en casa ayuda y mucho. El equilibrio entre onzas, gramos, kilos, calorías y otras hacen que nuestra canasta afectiva se vea surtida de especies que apuntan a un buen cosido astral. La pesa en casa te garantiza que el grano se cueza con cucharadas personalizadas.

Nuestra cazuela librana ofrece regularmente la mezcla de ingredientes ricos en arte, intelectualidad, buen genio, mesura, neutralidad , y buen oído entre otros. El aire como su elemento regente airea la cocción de este platillo dándole un gustillo que invita a invitar.

El día cuatro y el dieciséis de octubre son festivos en nuestra familia, ambas fechas las hemos declarado feriados. Días en que estos ejemplares del zodiaco nacieron , en años distantes. Para encontrarse, para darse cita en una dimensión que va más allá de las predicciones más acertadas.

Nacidos en el mismo siglo lo cual ya es una condición, en años pares , ella en mil novecientos ochenta y ocho y él en mil novecientos cuarenta y ocho. Ella lista para celebrar sus veinte y una primaveras y él sus sesenta y un otoños. Nacidos en la misma ciudad, ella en las primeras horas de la mañana y él en las primeras horas de la noche.
Compartiendo ambos sus orígenes caribeños y astrales.

Ella engalanando a la mujer del décimo mes del calendario, una joya , una gema esculpida sobre cobre con diamantes y ópalo. Irradiando la tranquila energía femenina del azul. Dada a las artes y lenguas. Es una cara de la libra más apreciada en cualquier bolsa de valores.

El dignificando las filas de los octubrinos. Cobrizo desde su alumbramiento. Sin joyas pero enjoyado por mérito propio. Dado a las letras y al pensamiento científico. Es la mejor cara de la libra, de esa moneda que al lanzarla nos ofrece alternativas ante nuestras indecisiones.

Ambas partes de mi vida me permiten dar fe de lo buenas perlas que son los nacidos por estas fechas, que están por llegar. Pero que desde ya estoy lista para festejarles. Feliz cumpleaños!! que la vida les ofrezca las oportunidades y que sus virtudes engalanen el club de los zodiacos más preciados del horóscopo aún no vaticinado.

Estoy totalmente segura que al lanzar mi penique al aire en algún momento de mi vida, éste al elevarse tocó el cielo y Dios me premió con estas dos caras de mi moneda.

Mi hija y mi marido.

martes, 15 de septiembre de 2009

Obligada Camisa Negra

Hay escenarios y escenarios. Hay colores y colores. Hay opiniones y opiniones. Esa es una realidad.

El tan sonado concierto del Sr. Juanes y demás cantautores a celebrarse en una plaza, que emplazada desde los inicios del proceso revolucionario a ser tribuna gubernamental y a la cual desbautizaron con tales fines y que paradójicamente delante de los ojos del monumento más emblemático a la independencia, el del Apóstol José Martí, en ese escenario la libertad ha quedado atada a los mismos grilletes que encadenaron a Martí en su época. Nuestro Poeta ha sido testigo del sometimiento a sus Ismaelillos durante más de medio siglo.

Sabe esto el Sr. Juanes? Estoy acá una vez más monoblogueando, una manera de vivir a través de las letras, una forma de expresión literaria que narra experiencias propias y mi visión actual sobre este tema en particular. No se vivir sin comprometerme con los sucesos que definen y marcan mis días.

Nací en mil novecientos cincuenta y cinco. Fui bautizada y cuatro años después esclavizada de pensamiento, acción y oratoria hasta mucho después de mi mayoría de edad. Hay exilios y autoexilios. El primero impuesto por los regímenes y el segundo aquel que nace del miedo después de haber padecido el primero. He sido víctima del primero y padezco aún el segundo.

Imposible siendo ciudadana o ciudadano cubano no opinar sobre el tan comentado espectáculo musical. Según dicen a favor de una armonía nacional. Esta que simbólicamente se ha vestido de blanco. Y que el vuelo de palomas ha sido su mayor expresión artística.

Ya que inevitablemente los cantares se harán presentes, quisiera al menos que los matices blancos se tiñeran de negro. El negro que es y será el matiz de la pena, del dolor, del luto y de la pérdida. Cuando mi madre murió no le pude acompañar, el permiso para entrar a la tierra donde había nacido y que por derecho constitucional no necesitaba me fue negado.

La lloré y lloro como muchos otros desde otras tierras. El vestuario de miles y miles de familias cubanas es negro. La separación y el desarraigo se han tinturado en una oscuridad perpetua. Eterna.

Se me ha negado y me he negado el derecho a vivir en mi ciudad, en mi país, disfrutar de mi familia, no he asistido a muertes y a nacimientos, me he perdido el crecimiento de una primera generación de sobrinos que ya disfrutan a mis sobrinos nietos. Perdí mi entorno y mis amigos. Mi hija creció lejos de su cultura y sus raíces. Pero aun así, con todo esto en mi alma blanca mi decisión de ser libre exige lo perdido. Septiembre es nuestro aniversario de independencia, así me gusta llamarle al mes en que cumplimos una década y ocho años de nuestro vuelo. La factura la hemos pagado con altos costos.

Dicho esto, Sr. Juanes lleve puesta su camisa negra, su tan sonada canción . Cántele a los muertos, hágalo en mi nombre y en el nombre de otras muchas familias, cántele a los silenciados, a los oprimidos, a los ausentes, cántele a la memoria de muchas cenizas que esperan a que la libertad ilumine a Cuba para regresar como polvo a la patria que les vio nacer.

Todos por favor vistánse de negro. Que sus camisas negras representen la solidaridad ante una de las comunidades golpeadas por la anti democracia más controvertida de todas las épocas.

Así y sólo así quizás para mí y para otros muchos cubanos este cantar sea algo más que un momento musical, algo más que una hora de cantar y escuchar canciones, porque los que las oyen quedan allá mucho más allá de la plaza, quedan en sus calles, en sus rutinas, en sus prisiones. Porque no solo de canciones vive el hombre.

Quizás sólo así este cantar simbólicamente la memoria histórica de mi pueblo lo relatara sabe dios cuándo, como la ópera prima clamada a la musa más anhelada de todas. La PAZ LIBERADA!!

Muchos testigos tendrá este show político musical y el más importante sin duda alguna será uno que no podrá opinar de palabra , pero su obra lo hará . Porque los poetas mueren y su obra habla por ellos. Es un legado que tenemos todos sus hijos y me atrevo a citar uno de sus sencillos para que nadie lo dude que la historia se encarga ayer hoy y siempre de poner los sucesos en su sitio.

“Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.’’

“Yo sé de un pesar profundo
Entre las penas sin nombres:
La esclavitud de los hombres
Es la gran pena del mundo ”

José Martí

domingo, 6 de septiembre de 2009

Catando Mares…

He ido detrás del mar desde niña. Vivíamos muy lejos de los balnearios habaneros. Hacíamos el viaje de los viajes, más de tres horas en bus. Era mi ilusión, mi ansiada aventura infantil. El plan familiar veraniego de mis hermanas, mi hermana mayor casada y con su hijo en brazos, mis dos hermanas solteras y yo de pequeña. No era que me gustará mucho la playa donde mis hermanas se empeñaban en bañarse, Guanabo al este de la ciudad de la Habana dizque porque el mar no era tan traicionero como en Santa María del Mar al cual se le acusaba de tener unos profundos huecos y resacas que ponían a prueba la natación que digamos no era el fuerte en mi clan familiar.

Guanabo no era santo de mi devoción, siempre andaba rezongando en contra de su fondo sucio, su oleaje amenazante y su arena medio enlodada. Pero aun así no me perdía el paseo, me gustaba saborear una fruta tropical pequeña con corteza verdusca, redondita , carnosa, de color amarillento en su interior que te dejaba la boca apretada por su sabor medio agrio. Llamada mamoncillo. Ese era nuestro bocadillo veraniego.

Al fin llegábamos literalmente pidiendo agua por señas. Una vez vencido el camino, un trayecto hecho casi siempre de pie en un bus repleto de personas de todas las edades, pegadas unas contra otras, compartiendo desde el aliento y los sudores hasta las ganas infinitas de refrescarnos de pies a cabeza. Sometidos a un calor infernal y atravesando pueblos rurales como Campo Florido y otros. Hasta hoy tengo esa sensación de ir atravesando matorrales interminables horas eternas en aquella travesía donde irremediablemente yo sufría y mucho de mareos, padecía de esas revolturas donde las tripas se te suben y quedas blanca como papel de seda. Ya era un mal conocido y, el remedio muy común, pero no abundante en los meses de julio y agosto: aire fresco.

Me obligaban a sostener mi cabeza bien en alto y pegada al vidrio de las ventanillas que casi siempre no abrían porque estaban dañadas ante la falta de mantenimiento en aquellas guaguas que eran más esperadas que la mismísima esperanza.

Las filas para tomar las guaguas ponían a prueba la voluntad y los deseos más ansiados de las familias por llegar al tan anhelado paisaje marítimo. La perseverancia se veía coronada al llegar y sumergirnos en las aguas achocolatadas de Guanabo. Nunca me gustó esa playa, pero siempre la recuerdo como mi primer romance marítimo. Un idilio que nos dejaba la piel a punto de ebullición. El tan socorrido vinagre que las madres cubanas usan como champú, como crema humectante y como bálsamo ante las insolaciones que se pescan pescando nos esperaba como remedio santo de mi madre al regreso de semejante quemazón.

Con mi independencia juvenil llegaron mis amores más hermosos, mis relaciones con la tan super de moda playa de Santa María y especialmente el área top del Hotel Atlántico y su pizzería, cita obligada para mi grupo de amigos. Y el famoso balneario de Varadero. La primera al este de la capital habanera y la segunda lejos de ella, en la provincia de Matanzas. Hay amores y amores, estas aguas traslúcidas , cristalinas, generalmente mansas, acogedoras que te arrullan y embelesan al contemplarlas te hacen inevitablemente un adicto a semejante placer , te niegan la posibilidad de disfrutar a plenitud otros mares que no se asemejen a estas bellezas naturales caribeñas. Descubrí el buen vino marino a la par que descubrí a Goethe.

Hoy por hoy sigo perdidamente atada a mis sentimientos de pleno amor cuando disfruto de la salinidad de los mares. Hoy por hoy mi destino preciado son los océanos. Y como en la tonada bolerística que dice: Le canto al viento por todo el que perdió su desaliento, le canto al mar por todo aquel que tuvo que olvidar para empezar. Camino cantándole.

Definitivamente tener un lugar para perderse y encontrarse es más que necesario. Todos los que me conocen saben que cuando me pierdo estoy frente al mar, a sus pies, en las crespas de las olas, en la intimidad de su majestuosidad, y que cuando me encuentran o me encuentro lo traigo conmigo, en mi piel, en mi iris, en mis entrañas.

A los mares hay que catarlos como a los buenos vinos, lentamente a través de una larga y plácida mirada, con una ojeada no es suficiente, con un vistazo tampoco, los ojos deben adentrarse en la búsqueda de su apariencia. La mirada debe ser larga y profunda, entrecerrar los ojos y abarcarlo lo más posible. Precisa de una olfateada, una aspiración reposada , penetrante, que su olor inunde nuestra mucosa olfativa y nos provoque una salinidad espiritual. Que nuestros pulmones se deleiten con la mezcla marinada de cuantas especies lo habitan. Y finalmente que entre a nuestros fluídos, a nuestra cavidad bucal como una buchada sanadora que el enjuague bucal sea la prueba definitiva que estamos en presencia de un buen pedazo de mar!!.

Acabo de regresar del mar, y me lo he traído conmigo. No puedo dejarlo. Este verano se vistió con sus mejores mareas para darme la bienvenida . Un traje de alta costura, su diseño a franjas vaporosas, que van mostrando un celeste que va degrádandose desde el horizonte a la costa, la primera franja la del infinito más cercano de un azul marino oscuro, que oculta las curvas de semejante belleza, la siguiente de un turquesa verdusco que relata ya las formas, los secretos tan profundos que guarda celosamente. La siguiente de un azul espumoso blanquecino, transparente que descubre las ondulaciones de sus profundidades, sus internos habitantes, sus inquilinos. Y acariciando la orilla esas franjillas, esas estelas tráslucidas, donde el sol penetra con total impunidad mostrando su ingenuidad.

Como no caer rendida de amor, ser presa de este amante que me penetra sin tapujos y me devuelve la alegría a mi espíritu oceánico. Amarlo es poco, deliro y confieso mi éxtasis ante este latin lover , mi inquietud total ante nuestros encuentros, no cabe la traición, no lo abandono, mi fidelidad me convierte totalmente ciega a otros filtreos. Nuestro coqueteo es mutuo. Le ofrezco lo mejor de mi cuerpo, le visito y me echo sobre él con la seguridad de que seré acogida , de que seré consentida con su calor, su olor, su pasión, mi amante me somete a su temperamentalidad, eso sí, su fuerza es superior a la mía. Nada de engaños, no lo hago, soy esclava de su virilidad. Y ante su traición repentina cabe recordarle que: Marineros somos y en el mar andamos.

Somos pareja desde hace mucho tiempo, nos conocemos, nos cachamos yo a él y el a mi, el uno al otro, sus movimientos rítmicos en ocasiones dejándose acariciar y amar. En otros distante, alejado, retándonos a redoblar los esfuerzos para llegar a su corazón. Otros enojado, haciendo gala de su furia y poderío exigiendo un respeto y una cautela al ser visitado. Entrarle con pie de plomo porque no se anda con chiquitas, te traiciona y se apodera de algo mas que de de tu vida. Te veranea.

Como os confieso mi primer amante fue el Caribe, nací rodeada por sus aguas, le tenía hasta en la sopa. Un caldo caliente, lleno de buenas especies, sazonado con la desfachatez de la rumba y la cadencia del danzón. Lo amé y le temí, le vi apoderarse de las calles, penetrar y robar metros y metros a mi ciudad en un despliegue de poderío. Jugué en su cancha durante mi infancia, adolescencia y juventud, le visité llevando en mi adultez a mi hija en brazos y se la ofrecí para que sus aguas le bañaran y purificaran. Fuimos abrazadas y bronceadas por su generosidad.

El Caribe es un amante juguetón, travieso, cariñoso, hasta una siesta puedes pescar sobre sus tibias aguas. Es manso, se deja querer en verano, cuando un sol le cae como un veinte de mayo y te pone la carne como azúcar morena . La sal se mete en todos los huecos posibles de tu geografía. Tus pies se pierden en una arena blanquísima que ciega y que produce alucinaciones de todo tipo. Mi primer amor es colorido, alegre y deseado por todos.

Hace muchos años no me encuentro con el Caribe. Mis amantes posteriores no se parecen en nada a él. El Pacífico me mostró sus garras. Y con esta etiqueta por nombre cabe recordar que de pacificidad adolece. No es una de sus características. Su frialdad. Su carácter bravucón atemorizan. Aún así de a poco me ha ido ganando y aunque hoy dia despierta en mi un sobresalto cuando le huelo y veo, aun así le amo con locura. Porque los amantes que hacen temblar nuestras más íntimas fibras tienen ese encanto al despertar pasiones intensas. Como esa que desata la bruma al bajar a la costa de Miraflores en Lima, Perú que lo oculta pero su olor me muestra el camino, intrépida le visito y descubro o como en Viña del Mar , Chile su potencialidad al chocar en las rocas que como grandes pilares sobresalen de sus profundidades. Un mar de contrastes, violento y a la vez meláncolico , apesadumbrado, engaviotado.

Aun guardo el recuerdo de mi primera cita con el Pacífico, allá en Salinas o en , Ancon , Guayaquil, Ecuador, no sabía como aproximarse, mi cautela le producía risa, me frenaba la textura árida de su cuerpo, lo negruzco y fangoso de su interioridad. Era más fuerte que mis deseos, me sobrepasaba la mala impresión ante su viscosidad, mis pasos, mis primeros pasos fueron lentos, cautelosos, no le veía su banderín blanco, lo ocultaba. Lo he navegado, lo he surcado admirando sus orígenes volcánicos allá en las Galápagos.

La sinfonía del Atlántico es otra, en las costas de Miami, en Clearwater, Tampa, en el estado de la Florida, sus notas entraron a mi vida con sol, sin él, huracanado, empelicanado, de dia, de noche, con luna , sin ella, sus amaneceres me acompañan en mis desayunos. Me animan porque ese mar conoce de mis penas, de mi dolor y de mis alegrías, ese mar fue testigo del infarto y este verano ha sido partícipe de nuestra lucha por seguir caminando con el corazón en la boca.

El crepúsculo es mi cita preferida, mi hora inspiradora con mi trago preferido en mano, ese que preparo con cuatro líneas de zumo de naranja y dos de amaretto, ese licor italiano almendrado que adicionándole dos cubos de hielo y usando un vaso pequeño de cristal doble te permite quedar embobada ante los últimos rayos del sol poniente. Cuando los últimos rayos enrojecidos penetran las irregulares formas de las nubes y arrojan el espectáculo mas sobrecogedor que se haya presenciado. Y entro en sus aguas cálidas, tibias , calentitas en las primeras horas de las tardes veraniegas y me dejo llevar por su sonido monótono, sordo al chocar sus crestas con la orilla. Y el placer es digno de recordar por siempre. Es la hora de mis confidencias, de mis confesiones.

Hay mares que acarician a las ciudades y dicen mucho sobre ellas. Las bendicen. Dicen que las ciudades más prósperas son aquellas que son bañadas por las aguas. Prósperas y felices con sus habitantes llenos de energías como los cariocas. Caminar por el malecón de Río y ver la simbiosis de las montañas con el océano es un paisaje de las grandes ligas. Las ensenadas de las playas de Buzios rompe el record de los paisajes paradisíacos que afaman esas latitudes.

Hay ciudades, países que no tienen salida a los mares, como Bolivia. Mientras vivíamos en la Paz, viajando por el altiplano boliviano íbamos al encuentro del Lago Titicaca nuestro refugio marino a esas alturas a vuelo de cóndor, de una magnitud imposible de abarcar con la mirada, bajando al pueblo de Copacabana y rodeado por la cordillera real aparece como una ensoñación plácida, helada. Los lagos le dan a esas tierras y a otras muchas como el Lago de Atitlán en Guatemala o la laguna de los dioses de Cuicocha o los Lagos de San Pedro y San Pablo en Ecuador, el toque acuático que le dan la abundancia a sus tierras y lugareños.

Y ahora alejada de la copa de la cual he bebido hasta perder la cordura me digo que todos los mares, lagunas y lagos tienen en mi persona a una mujer que los degusta en su presencia y en su ausencia, en su lejanía y en sus armonías. Que se impone un brindis en su honor, que honrarlos es menester. Que cantarle, escribirle y amarle es el mejor tributo a este patrimonio de la humanidad.

Y evoco uno de los versos sencillos de José Martí que dice: “Yo visitaré anhelante los rincones donde a solas estuvimos yo y mi amante retozando con las olas.”


Chin, chin Brindo por @mar ¡!

sábado, 15 de agosto de 2009

Catando mares



Coqueteando con el mar. Amante o amado? Como se entrega. 

domingo, 12 de julio de 2009

Happy Birthday Donald Duck

Happy birthday to you, happy birthday to you. Happy birthday Duck Donald, happy birthday to you.

La torta está servida, luce setenta y cinco velitas invitando a un gran soplo que llegue de todas partes del mundo. Un aplauso para festejar la vida del pato más pato del universo palmípedo. Muchos nacieron antes, otros con él y algunos como yo nacimos para cuando ya Mr. Donald Duck era mayor de edad.

Para cuando yo gateaba y daba mis primeros pasos él disfrutaba de los privilegios de su fama que llega hasta los días de hoy.

Todos recordamos nuestra primera vez. Mi primera vez. Mi primera cita fue a ciegas, el encuentro del signo de dólar ($), la representación gráfica del billete verde del norte y yo fue muy animada. Fue salida directamente de las pupilas tilitantes del tío Mac Pato a mis pupilas infantiles. Mi iris quedó donaldzado.

Tuvieron que pasar muchos años en mi vida para que tuviera en mis manos los tan ansiados papelitos verdes. Para ser más exacta en mil novecientos ochenta y ocho, aún cuando la tenencia de esta moneda era ilegal en mi tierra. A escondidas tuve por horas unos quince dólares, mi gran fortuna, mi corazón latía a ritmo de una caja registradora salida de las páginas de mis queridos cartones que producía un sonido mágico con sabor a Orange Duck.

Hoy mis recuerdos se asemejan a una movie de ficción. Al igual que la Cucarachita Martina me senté a pensar qué me compraré, qué me compraré. Mis titubeos no pasaron de ser una quimera. Nunca pude comprar nada, tuve que ceder mi fortuna a una amiga para que la pasara a su vez a otra y así entrara a la cadena del mercado negro y ahí cambiarla por un par de artículos de higiene de primera necesidad que me hicieron la mujer más feliz de la Vanidad Martina.

No tuve educación ni instrucción financiera, mi mirada en esa área del desarrollo humano fue de ceguera absoluta . Era miope en el tema. Mi relación se limitaba al final de cada mes a recibir al contado un sueldo en efectivo y en moneda nacional, el peso que no equivalía ni a un dólar. Esas fueron literalmente mis entradas por más de treinta y seis años. Afortunadamente mi visión mejoró y hoy por hoy tengo veinte veinte.

Disfruté muy poco de las imágenes televisivas de los muñequitos occidentales.
Nosotros vimos desaparecer los tradicionales personajes dizque acusados de portar mensajes dañinos, tildados de pequeño burgueses. El Arca se fue a pique, con ratones, elefantes, perros, gatos, venados, peces, osos, cangrejos, pingüinos y cuanta especie del reino animal amenazara con dar el grito de la selva.

Nosotros fuimos testigos de la transformación de la ternura, la belleza y la originalidad de los cartones clásicos a formas de madera, a dibujos de palo prácticamente inanimados que contaban relatos de países de Europa oriental. Nosotros todos odiamos los muñequitos de palo como se conocían e incluso había un chiste que contaba de una madre que castigaba a su hijo por portarse mal y lo mandaba a ver los de palo.

Y así como el que vive de cuentos muere de desengaños, nuestro espíritu e imaginación infantil fueron a parar a la hoguera de la incredulidad. Nada de fantasías, nada de finales felices, nada de nada.

Vivíamos del cuento eso sí. Y sin darnos cuenta unos, y otros dándose perfecta cuenta comenzamos a escribir la fábula más increíble que el récord Guinness ha registrado: Un relato congelado en los tiempos, varado sobre un caimán, recreado en una extensa plantación y donde el personaje principal fue proclamado de caballo y el resto de los animales de camaradas. Así como en la Rebelión en la Granja.

Los siete mandamientos de la Rebelión en la Granja entraron a mi vida pasada mi adolescencia. En pleno desarrollo juvenil y con una parcial meridiana claridad (remedando al texto) y que es una expresión que durante años el hípico castrense relinchó en la explanada mayor. Los siete enanos han mandado y mandan aún en la granja menos cultivada de todas las conocidas. Y al son de los siete me hice mujer, sabiendo que todos los animales somos iguales, pero hay unos animales más iguales que otros. Yo era de las menos iguales.

Y así en esa ecuación de equidad hípico camaraderil unos no teníamos dólares y otros sí, porque todos éramos iguales, pero siempre había y hay unos animales que son más iguales. Y al final seguimos diciendo: C’est la vie.

Perdimos todo y la memoria aún más, no recordábamos, las imágenes iban alejándose cada vez más, parecían perderse entre telarañas, parecían fantasmas que se empeñaban en regresar pero que eran ahuyentados por los siete mandamientos. Todo se fue transformando, pura decadencia y los siete se multiplicaron una vez y otra y otra hasta convertirse en una lista interminable de prohibiciones para los menos iguales. Y privilegios para los más iguales. Y el carrusel dando vueltas, en su tarima solo un ejemplar relinchando y el resto de los más de diez millones de especies ahogando sus protestas onomatopéyicas.

Y aquí estoy disfrutando de una de mis imágenes preferidas , una capturada por mi cámara de fotos, que documenta que todo llega, que todo tiene su día, que mis brotes verdes florecieron . Es una foto familiar en Magic Kingdom en Disney World dándole la mano al Pato más viejo del mundo. Que no por viejo deja de ser travieso tiene una banderilla en su pata que dice: Prohibido prohibir.

Post-it La fábula que nunca debe dejar de leer a sus hijos: “ Rebelión en la Granja.” Autor : George Orwell, 1945. Para que nunca sus hijos al escuchar cuentos sufran de desengaño y que jamás sean menos iguales a los más iguales.

domingo, 28 de junio de 2009

Sonriéndole a Benedetti

Ha muerto Benedetti. Hagamos de su Himno a la Alegría nuestra melodía. Sigamos defendiéndola. Era y soy por naturaleza una mujer alegre poniendo pie en tierra y desde mi trinchera he defendido mi derecho a la felicidad.

Definir la alegría me es díficil, defenderla mucho más. Cuando pienso en ella lo hago en términos de algo fugaz y efímero. Su temporalidad es una de sus características que más me cuesta manejar. Durante mi vida la alegría me ha visitado y la he recibido como Benedetti manda: con los brazos abiertos.

La alegría y la sonrisa no necesariamente van de la mano. Aunque por así decirlo la sonrisa sería una obvia expresión de la alegría. Podemos ser felices sin sonreir, tenemos otras formas de expresar la contentura Y lo escribo porque hay quien exige como
prueba de amor un happy face. Ser obvio en ocasiones puede dejarnos sin reir.

El paso de la sonrisa al llanto y de este a ella suele ser prácticamente simultáneo. La transformación de una carcajada fuerte y estrepitosa a una cascada ocular salada es en cuestión de segundos. El dolor y la pena se conocen muy bien muy de cerca y saben coexistir con la sensación de tener el mundo a nuestros pies. Van de la mano y sin lugar a dudas esto es una premisa para la comprensión de uno de los teoremas cardinales de la vida: La vida es como es.

Beber del pozo de la tristeza y de la alegría es una práctica natural. Obligada. Son caras de la misma moneda. Tratar de mantener un estado feliz permanente es una utopía, e incluso algo sin sentido. Si no fuera por la tristeza cómo sentirnos felices y si no fuera por la melancolía cómo deleitarnos con los momentos de alegría en nuestras vidas. Entendido así se hace más llevadero. Y más fácil de incorporarlo a nuestro abc.
E incluso se va más allá cuando se dice que: “Los pueblos felices no tienen historia”
La euforia nace en lo más profundo de nuestro abatimiento. Este da paso a las más increíbles sensaciones gloriosas.

Quizás quien mejor lo expresó fue Benjamín Franklin: “ Nuestra limitada perspectiva, nuestras esperanzas y miedos, se convierten en nuestra medida de la vida, y cuando las circunstancias no se corresponden con nuestras ideas, se transforman en nuestras dificultades”

Todos buscamos la felicidad. El camino hacia ese sentimiento dulce, agradable y tan ansiado es difícil de andar. Es un sendero que más nos vale emprenderlo con grandes dosis de voluntad. Más nos vale que temprano en la mañana le demos los buenos días a la tenacidad y la perseverancia que como barricadas nos protejan de nuestras flaquezas.

En la época actual cada vez más la seriedad se apropia de nuestros rostros y corazones. Alegrarnos es un reto. Quiero que mi respeto, admiración y agradecimiento a Benedetti sean de alguna manera mi compromiso a luchar por mi alegría, la de mi familia y la de mis amigos. Combatir la frustración, el miedo, el estrés, las tensiones, centrarme en ser una mujer, una madre, una esposa, una amiga y una ciudadana proactiva hacia la producción de ideas y pensamientos optimistas. Documentemos nuestra alegría, seamos testigos de que sí se puede ser feliz, construyamos nuestra apología en pos de ella. Que quede reflejada en nuestras fotos, historias, y filmes familiares y personales. Que nuestros hijos hereden y reciban como patrimonio a padres capaces de sacar del sombrero una amplia y y genuina sonrisa. Mostrémosle las cosas tal cual, enseñémosle a convivir a ratos con una de ellas y a ratos con la otra. “No debemos buscar la felicidad a lo grande, no existe. Lo que existe es la felicidad a ratos” –Carmen Maura-

Y en esta ocasión mi buceo monologámico, mi chapuzón en aguas nacionales me obliga a lanzar mis redes en busca de una filosofía propia que rija mis actitudes afectivas. Y fiel a mi tendencia me gusta pensar, me gusta fantasear con ilusiones que giren alrededor de convertirnos en una banca afectiva. Es por eso que he hecho este ejercicio que en mi condición de amateur financiera me permito esbozar en una dizque carta de navegación. Con la ilusión de embotellarla y lanzarla a que navegue cual tesoro a compartir con todos los navegantes que surquen estas pantallas bienaventuradas.

Hagamos un giro de cuatro grados latitud familiar y otros diez grados latitud social e izar velas hacia un océano amoroso. Que nuestra política bancaria nos demande ser generosos entregando afectos declarando abierta una línea de crédito afectiva. Abramos nuestra línea de crédito emocional a nosotros mismos y a los demás. Que nuestros depósitos afectivos eleven las cifras de nuestros fondos emocionales.

Convirtamos nuestra bolsa crediticia en un escenario activo. Donde tomemos riesgos filiales y sociables que permitan que los flujos de importaciones y exportaciones de buena onda diversifiquen nuestras carteras afectivas.

Que nuestros saldos y dividendos repercutan en ganancias saludables a nuestra banca emocional. Y que nuestras inversiones sean seguras y confiables generando redes de socios activos capaces de que el tipo de cambio de sus relaciones sea favorable en ambos sentidos. No nos declaremos en bancarrota emocional. Generando emociones, sentimientos y estados de ánimos que contribuyan a una práctica del uso positivo de las relaciones humanas. Que el pago de nuestras cuotas de impuestos den fe en la construcción de escenarios felices. Que al girar nuestros cheques o nuestras transferencias emocionales estas vayan acompañadas de mensajes de apoyo y solidaridad hacia nuestros seres queridos. Que las remesas cálidas vayan al alza del producto interno bruto de cada cual y de cada quien.

Plantearnos el compromiso de que nuestros préstamos afectivos al ser cobrados no incluyan porcentajes en el uso de nuestro amor. Y que este que lo puede todo nos permita pagar nuestra deuda externa e interna. Y con la mano en nuestro corazón declaremos a Afrodita o Venus un astro que brille en nuestro firmamento para decir con toda nuestra pasión al César lo que es del César.

sábado, 20 de junio de 2009

El que quiera celeste que le cueste

Había una vez una niña que danzaba sobre el mar. Tenía el celeste rendido a sus pies y cuando alzaba sus ojos le saludaba con un guiño pícaro el celeste de su cielo, un pálido azul que la tomaba en brazos y la balanceaba en su trenzado columpio sujeto a su cabello humedecido que se enredaba a las cuerdas de su calidoscópico cometa.

Hubo una vez una niña que soñó que volaba sujeta a su papalote. La brisa veraniega era su cómplice. La tomaba en brazos y sus bocanadas de aire fresco la empujaban hacia el horizonte.

Y cuentan que con los ojos cerrados y el olor a salitre penetrándole la piel horneada en el horno materno, humeando a madre le vieron perderse más allá del aro iris.

Y que fue acunada con un manto de arena fina, blanca, suave y prometedora. El oro blanco siempre caliente y resplandeciente a punto de quemar sus pies, pero estos no dejaban huellas al danzar porque literalmente volaba atada a su barrilete.

Susurran por ahí que su abuela y su madre se lo habían construído a escondidas allá en una casucha medio desvencijada, más vieja que la propia vejez y que sólo la esperanza hacía mantenerse en pie. Las algas les habían ayudado a atar los chuecos pedazos de tabla enmohecida al tul celestial y con sus manos de mujeres pescadoras cosían sus sueños puntada tras puntada a los tejidos ensoñados.

Fue el regalo para su hija, llegaba su cumpleaños y soñaban hacer el viaje de sus vidas, enredarse en un fuerte e indestructible nudo y perderse en el infinito en pos del celeste. Teñirse de turquesa, refrescarse serenamente, quizás lograban con sus manos curtidas y sus manos nacientes atrapar ambos tonos sí ese decía la niña: el de arriba y la madre le respondía: sí ese el de abajo, fundirlos, pegarlos así no más, y correr, volar, danzar, dejando tras ellas una estela aguamarina arrastrando sus cuerpos desnudos, sin atavíos desgarrantes entrelazados a una pompa de crespas marítimas como único accesorio.

Cuentan que una vez se les vio a la madre de la madre de la hija, a la madre y a la niña desaparecer danzando sobre un desierto de sal, el agua había desaparecido, el agua se había ahogado, se había salinificado dejando como testigos de su presencia eterna profundas grietas salinas que lloraban su ausencia. Que clamaban la humedad, las lágrimas que se habían juntado así una con otra, y esta con esta, y aquella con otra y que de tanto llorar seco se había quedado.

Un océano se había esfumado, el adiós era para siempre. Ya no llegaría con sus encantos a alimentar las noches de aquellos que tenían por cena sus ensoñaciones encantadas. Dicen que reían muy unidas, que el compás de su baile lo marcaba un sonido fuerte, rítmico que en sus inicios se escuchaba como el de las olas al acariciar la orilla y que en su segundo acto llegaba como ese que produce la retirada del agua hacia lo más profundo de la noche.

Y cuchichean que quedó cosido con hilos salinos el dios de los cielos al de los vientos con el del bramar oceánico y que de ahí de esa unión nació el matiz tan ansiado que llegó arrullado por el volador más grande nunca antes visto. Que se vieron unas manitas traviesas tomadas a unas huesudas agarradas a otras regordetas que aferradas a la cuerda mágica daban altura al más preciado de todos los regalos:

La niña y la hija de la abuela y la madre de la madre de la niña se habían dado las unas a las otras: “el color de la perseverancia.”

Y colorín colorado este cuento se ha acabado, pero el tuyo no ha empezado.

jueves, 18 de junio de 2009

sábado, 13 de junio de 2009

Haciendo zapping

Con total seguridad tener el control remoto o el mando es un placer que produce las más placenteras sensaciones. Desde esa que nos viene al entrar en contacto nuestra mano con su forma rectangular que se adhiere a nuestra palma diestra así como anillo al dedo. O al sentir que es todo nuestro y por lo tanto podemos retenerlo, hacerlo prisionero y doblegarlo a nuestros deseos. Hasta la satisfacción de ir presionando botón tras botón, pasando cuanta imagen posibilite nuestro programa de TV cable sin detenernos en nada especial, mientras nuestros pensamientos danzan al ritmo de nuestras retinas tele expectativas.

Y ni hablar de esa sensación liberadora que nos posee al decidir qué vemos, qué elegimos, cuánto tiempo le damos de vida a tal o cual imagen y cuándo pasar de canal sin darle la mínima posibilidad al resto de los mortales de procesar lo que desfila delante de sus narices y que entra directamente del plasma televisivo al plasma humano. En todo caso aún recuerdo qué hacíamos antes del alumbramiento, antes de que viera la luz este facilitador del cambio por el cambio. Este pequeño objeto que su tenencia proclama a los cuatro vientos un máximo de status hogareño.

Nací iniciados los cincuenta y ya para esos abriles se disfrutaba de la presencia de la televisión en nuestro terruño, de este descubrimiento tecnológico que vino para quedarse y ser un miembro protagónico de todas las familias, que llegaba para ser muy querido, valorado y en muchos momentos portador de las más apasionadas disputas caseras, este trasmisor de las más ardientes imágenes que desatan lágrimas, risas, cólera y felicidad.

Como ningún otro aparato electrodoméstico logró desde sus inicios hasta nuestros amaneceres reunir a su alrededor a todos sus tele maníacos, bien juntitos los unos de los otros, pendiente del reloj como nunca, retando los límites de la democracia interfamiliar de decidir qué programas ver o cual no. Suscitando una votación difícil de consensuar Cuestión que era más fácil en aquel entonces cuando sólo la oferta venía en un paquete de cuatro canales. Y los controles formaban parte del diseño intrínseco a su modelo.

Permitiendo hacerse presente todo tipo de gentilezas que daban paso a actitudes más amables y que permitían que la armoníavisiva visitará la atmósfera doméstica. Se cedía a los mayores el privilegio de disfrutar de sus programas favoritos y los más jóvenes quedábamos en los segundos puestos para una espera que se hacía eterna con el riesgo total de perder la cita tan ansiada. Y los peque éramos los llamados a adelantarnos hacia la pantalla hacer el cambio manual amén de recibir por agradecimiento un buen cocotazo.

Y sin darnos cuenta este anfitrión, este dueño de casa repentinamente se fue apropiando de cuanto espacio físico y emocional le fue permitido y negado. Se ha vestido de muy diferentes galas y con una amalgama de diseños ha ido ocupando sitios muy diferentes, desde la sala originalmente cuando era compartido y mostrado como el trofeo más valioso de todos, hasta llegar a los rincones más íntimos y con los vientos que corren ha llegado a tener un ambiente propio, que la sala familiar, que el florida, que el estar son algunos de los títulos honorarios que denominan el altar para tan ilustre patrimonio familiar.

Pocos escapan a sus encantos, es un fenómeno que atrapa con sus ofertas a todos los grupos etáreos, con horarios que privilegian a unos y a otros, que hablan a favor de una tele audiencia infantil, otras más joven y otros a grupos más adultos, en todo caso su menú nos llega en una carta bien diversa que satisface a paladares multiculturales y que sus alternativas en última instancia nos ofrecen la posibilidad de elegir o no degustar sus manjares.

Y así vamos por la vida haciendo zapping, que tres enter, que veinticuatro enter, que sesenta enter, que noventa y ocho enter, y así dale que te pego. Y esta multiplicidad de variantes me lleva a pensar en un pasado no muy lejano donde personalmente sólo mi opción eran dos entradas ,seis enter, y dos enter, dos vías de acceso a programas que ya venían etiquetados, de esos prefabricados, totalmente diseñados cuyo texto, imagen y sonido hablaban del sistema y prosistema. No tuve alternativas , no tuvimos prestaciones, nada de deleitarnos primeramente con un exuberante appetizer, un apetitoso plato fuerte y un excitante postre. Y ni soñar con un refrescante cuba libre.

Al dar las seis de la tarde, hora oficial en que la programación televisiva entraba al compás de nuestra marsellesa quedaba claramente expuesto que los intereses, tendencias, inclinaciones, preferencias individuales o como nos guste llamarles quedaban sin ser saciadas, el hambre, nuestra hambre quedaba tan hambrienta que no nos quedaba otra que echarle mano a eso que dicen que a falta de pan casabe. Comí pan de yuca por treinta y seis años. Por eso hoy y todos mis días rindo homenaje a todo lo que me haga saborear la libertad que en muchos casos nos ha costado un Potosí.

Se dice que más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita. No puedo evitar que mi reflexión introspectiva se incline a celebrar todos los adjetivos que visten y dan alas a esta categoría o concepto, a esta estatua, a esta mujer que en sus primeros pujos nos tuvo a todos, somos sus hijos libertados, unos que han podido ejercerla desde sus primeros llantos y otros que la hemos conocido sin represión mucho después de haber gritado por vez primera. Y ahora con mi control remoto en mano decidiendo qué ver y que no, una acción tan simple, tan de rutina es a mi modo de ver un primer ejercicio democrático, son los cimientos para ir zapping tras zapping construyendo la coordinación pensamiento-acción que como un abanico de opciones, posibilidades, alternativas, variantes, ofertas o cuanto vocablo hable a favor de aires y vientos liberales y que permita que una vez paladees tu salto anfibio nunca más dejes de croar.

Y como la comida entra por los ojos, según dicen es menester poner ojito y cuidar de nuestra dieta mediterránea perdón batracia, que exige entre otras cosas no consumir “censura ” un ingrediente que según los especialistas entra al fluido sanguíneo produciendo los niveles altos del LDL ( colesterol malo) y de los triglicéridos.
Vaya que digo yo que estar free informado es como estar bien alimentado. Crok, Crok, Crok cantaba la rana, crok, crok debajo del agua………..

sábado, 9 de mayo de 2009

Como Agua de Mayo

De toda la vida las aguas de mayo han sido muy esperadas. Antes mucho antes que surgieran los institutos de meteorología ya existían los sabios agricultores, los patriarcas en las comunidades multiculturales que con los sentidos en alerta como cualquier otra especie hacían los incipientes pronósticos climatológicos que dan testimonio de una sabiduría que atravesando las Puertas del Sol de las Ruinas de Machupicchu , en Perú y las Ruinas de Tiahuanaco en el Altiplano Boliviano hasta hoy día, dan fe del beneficio ancestral que en la vida animal, vegetal y mineral ha tenido el milagro de la lluvia.

De esta sapiencia prehispánica hasta hoy la cultura humana ha ido reflejando en el lenguaje más popular de cualquier idioma que son los proverbios la recurrencia de las manifestaciones lluviosas apuntando frases como estas: en abril aguas mil y en mayo hasta que se pudra el sayo. Prácticamente en todas las latitudes por estas fechas llueve, rellueve y recontrallueve a tal punto que siempre pensamos época tras época que nunca va a cesar el diluvio. Hasta la próxima caída. Nuestros mayores anhelos y ansías han quedado expresados en la clásica y conocida frase “como agua de mayo.”

La lluvia que viaja desde mares, ríos, océanos, lagunas, de nuestros pulmones verdes y es recibida en nuestro domo más universal y celestial y que nos es devuelta dando paso a esos ciclos naturales, ha sido y es un preciado regalo, que recibimos todos sin distinción. Dirigida a nosotros los habitantes de esta gran casa; a todas las especies que degustan y se benefician de sus bondades. Gratitudes especialmente gratas que se hacen presente en el quinto mes de cado año y que ya sabemos que nos traen. Somos un destinatario privilegiado: Hijos de la Pasha Mama.

Y paradójicamente este regalazo no viene empapelado, no existe empaque alguno que pueda engalanar a tal obsequio, este nos llega en su forma natural, en su máxima expresión como un manantial sanador. En ocasiones se hace presente de manera juguetona, traviesa, así como dando brinquitos o saltillos en el pasto otras, en forma de apasionadas caricias que nos abrazan y nos dejan empapados de su pasión. Otras, amenazante en gotas fuertes que van ganando en fuerza y que cuesta abajo nos hablan de un peligro inminente. Otras, nos visita así como quién no quiere las cosas, tibia, breve, triste dejando sus huellas en los vidrios de algunas ventanas nostálgicas.

Mis aguaceros se veían agasajados por risas y travesuras infantiles, de aventuras veraniegas. Mis amigos y yo salíamos a los patios y calles a recibir con los brazos abiertos el baño de los baños, a chapoletear y disfrutar de los charcos que el aguacha dejaba como muestra de su brutal presencia. Y cuando estas demoraban en caer hasta con canciones infantiles eran llamadas y aclamadas y los pequeños cantábamos: que llueva, que llueva la virgen de la cueva, los pajaritos cantan las nubes se levantan o algo así, se acuerdan ? Yo digo que sí.

Y así entre canto y canto nos empapábamos mientras nuestras madres toalla en mano nos perseguían. Y acá estoy recordando lo que no olvido, mis recuerdos son mi vida, son un diario, son mi hoja de ruta y reviven en tardes como las de hoy donde recibimos nuevamente las cascadas que me traen imágenes tan queridas. No tengo que recordar porque nunca he olvidado, todo lo contrario disfruto y comparto a manera de prosa la gratitud hacia la madre naturaleza. La naturaleza que tan sabiamente ha ido colocando los tesoros amados en los rincones más arrinconados de mi mente, en esas esquinas de mi pensamiento donde coexisten las remembranzas que las circunstancias y años han idealizado.

Nada de lo que he vivido se escapa a la idealización. Es un hecho y yo atesoro mis hechos idealizados que se entremezclan y son mi identidad, mi inventario antropológico que me permiten encontrarme con el ayer y en el hoy, con lo que viví y vivo porque las aguas siempre han sido aguas y nos han bendecido de toda la vida , no tienen pasado y siguen haciéndose presente.

Como mi madre y mi tía que amanecían mucho antes de que el astro rey les diera los buenos días, aún no aclaraba y las tinieblas eran testigos en el patio de aquella casa de cómo este par de hermanas, este dúo de madres cubanas atrapaban el preciado líquido en sus tinajas que llegaba por sorbitos sacándole ese sonido seco como un ronquido fuerte a las tuberías, a los canales de esa ciudad que había sido en sus buenos tiempos la reina de las reinas. La Villa de Guanabacoa, fundada en el siglo XVI, al norte de La Habana, fue testigo de un desarrollo económico- cultural que enorgullecía a los guanabacoenses. Pero para los sesenta ya ni este líquido quería visitarle, como todos, se había ido.

Esta ciudad donde sus casonas hablan del esplendor de días mejores. De callejuelas estrechas donde sus nombres rinden homenaje a los próceres de la independencia, de fachadas que ocultan las intimidades de una señorona ataviada con puertas y ventanas coloniales que al traspasarlas te sumergías en amplios corredores, espacios frescos. Concebida en forma de ele o de escuadra donde sus ambientes se daban cita en un patio sevillano y sus frutales llenaban de aromas las siestas de obligado disfrute. Llegaba mayo y con este el olorcillo a tierra húmeda que se colaba por las altas puertas que alegraban las tardes de verano, mientras las canaletas en los aleros de los techos se doblaban ante la fortaleza de esta ilustre visitante que quedaba presa , atesorada en cuanto balde familiar apareciera a la mano.

No se daba abasto, no alcanzaban los cubos ,ollas , baldes y todo tipo de depósitos para atesorar las lluvias, que eran utilizadas para mil menesteres y nada como una buena lavada del cabello con este champú orgánico que garantizaba el brillo en las encrespadas malezas infantiles como la mía.

Por estas fechas todo florece, los suelos se alimentan y son sembrados, las semillas nos traen esperanza de una vida, de un nuevo comienzo, las especies se reproducen, regresan a casa los trinos cantores que revolotean y con ello llegan nuevos bríos para festejar a la patria que nos enraizó, a la ciudad que nos “ciudadanizó”, a la casa que nos cobijó, a la tierra que nos sembró, al agua que nos hidrató, y a la madre que nos parió, para agasajar a la mujer que nos alumbró, que nos dio la vida a partir de algo tan valioso como una célula. Y en vísperas del segundo domingo de mayo, día que se festeja el Día de la Madre en mi querida isla y en otros lares, mi reflexión monologámica es mi tributo a las mamás de mi familia, a mis amigas, madres biológicas o adoptivas, a las solteras que han asumido la maternidad. Y más que todo es mi agradecimiento absoluto a las células madres, a las bien llamadas semillas mágicas.

A esas semillas que permiten que la luz ilumine los rostros de hijos e hijas, madres y padres que sufren enfermedades como la leucemia, el cáncer de mama o testículos, diabetes, de huesos fracturados, a los trasplantes de corazón y otras, esas semillas que regeneran órganos, que curan enfermedades, que prolongan la vida de nuestros seres queridos. Esas semillas que se crio - preservan al ser extraídas de la sangre del cordón umbilical. En este segundo domingo del quinto mes del año es a mi modo de ver justo y necesario rendir homenaje a todos aquellos que en los laboratorios hacen posible dar vida a partir de la vida. Al nacimiento que no conoce de género, de riquezas, pero que sí conoce del dolor al no tener recursos para preservarla.

A los que apuestan al debate, al riesgo, a las contradicciones, a los que apuestan que la moral y la ciencia no son antagónicas, sino arena del mismo costal, que de toda la vida la ciencia ha roto y romperá los paradigmas de sistemas enajenados por el poder que niegan la posibilidad de ir en la búsqueda de nuevos horizontes médicos que siembren de verde el pasto humedecido de todos que según dicen nacemos con el pan bajo el brazo.

Que el trigo dance como oro en la germinación, en los bulbos de oportunidades a libertades en todas las áreas de la expresión humana, y que al ser la salud el patrimonio más valioso de los seres humanos, cabe entonces dejar al margen el protagonismo de los de siempre tan conocidos opuestos al descubrimiento y a la utilización de las células embrionarias. Que vale mojarnos, comprometernos, opinar y tener opciones sobre este tema tan polémico y de poco dominio, que preocuparnos no es suficiente. Nos tenemos que ocupar. Apoyar a aquellos casos que como en España están utilizando estas semillas para tratar a pacientes con cáncer hereditario (en la web del caso) y en fechas como éstas donde homenajeamos a todas las que potencialmente de hecho y de pecho nos han dado la vida, permitamos que cultiven y crio-preserven las células madres embrionarias para que sean tan esperadas y esperanzadoras como el Agua de Maius.

Que muchos enfermos y sus familias reciban sus regalos envueltos de amor y solidaridad, bien sujeto a un lazo que los ate a la vida, a una vida sin enjuiciamientos y que sean arropados por la comprensión que sale del dolor de aquellos que padecen enfermedades terminales. Que todas las aguas, que todas las lloviznas de cualquier mes irriguen a las semillas para que broten y coadyuven al renacer.

Y, canturreando como en mi infancia cuando queríamos pasear y los torrentes lo impedían esa tonadilla que dice: “San Isidro Labrador quita el agua y pon el sol” , que queden bronceadas la patria, las ciudades, las casas, la naturaleza, las aguas, y las células madres para que la magia las hechice y se cumpla eso de que “lluvia en mayo pan para todo el año”.

lunes, 27 de abril de 2009

Que me digan fea: epa!!

Las lágrimas de emoción que brotaban de los ojos de Miss Susan Boyle me las creo. La cara de asombro del jurado es arena de otro costal. Su falsedad es parte del show. Y la perplejidad del auditorio una evidencia de que el talento humano no es afortunadamente una consecuencia de la belleza. Y las personas que como yo hemos visto por la tele o hemos navegado en busca de la noticia más comentada tenemos nuestra opinión. Y aquí la cuelgo.

Que me digan fea en cuanto me vean, si la dicha de ser fea las bonitas la desean, fea, la, la, la, así es la letra de una guaracha que sonaba en mi infancia en boca de Pacho Alonso y sus Bocucos, y que hasta hoy recuerdo como un himno en defensa de nosotras las que andamos desde siempre sin las medidas tan cuestionadas 90-60-90, sin botox, sin silicona y demás remiendos en cada costura, en cada puntada de nuestro feístico glamour, porque dejémonos de vainas, las feas tenemos nuestro sex appeal.

La fealdad ha sido y es tema recurrente reflejado en todos los planos de la vida ha sido cantada, teatralizada, poetizada, televisada y llevada a la pantalla grande. Las feas hemos sobrevivido a todo, a las risas, a las bromas, a las cirugías, a los concursos y hasta las crisis. Hemos sido representadas de mil maneras, una de las más aplaudidas y querida Betty la Fea, batió los records feonovelísticos.

Ser fea ha sido y es una condición difícil de llevar con alegría por así decirlo, ha sido más llevadero para ellos, para el bando opuesto, e incluso no ser lindo es algo que da hombría, como sello acreditativo de ser macho men. Pero para nosotras combatir esta condición y hacer las transformaciones que nos garanticen calificar a la categoría de pretty woman es prácticamente un acto de femineidad obligada.

Y me pregunto qué sentiría esta mujer de cuarenta y siete años cuando al abrir su boca y dejar que su talento brillara con tal fuerza que su fealdad quedará eclipsada por su voz logrando que miles y miles de personas en el mundo confirmaran una vez más que toda regla tiene su excepción. Que los sueños no son patrimonio del bisturí. Que la distancia más corta entre dos puntos es la voluntad.

Que al deshojar la margarita pétalo tras pétalo y preguntarnos una y otra vez durante toda nuestra vida: soy fea me quiero, tan fea me quiere, requetefea me requiero, feísima me he querido, refea me querré y nos digamos epa, epa!!

Con total seguridad a muchas preguntas Susan Boyle nos dirá simplemente: Anda, que las feas también cantamos!!

lunes, 20 de abril de 2009

SPA, a por ellos

Están tan a la moda que es imposible prácticamente no saber esta sigla a dónde nos lleva. “Salute per aqua”. La promesa de armonizar el cuerpo a través del agua ha sido toda una leyenda, hemos sido favorecidos unos más y unos menos, ricos y pobres, sanos y enfermos, chicos y grandes, y como todo ha ido transformándose y tornándose en servicios más sofisticados y lamentablemente costosos. Me refiero a estos SPA de última generación por así llamarlos que han florecido y sus ramas se extienden hacia nosotros como paraísos invitándonos a visitarles solos o en parejas. El compromiso de dejarte como nuevo tras algunas sesiones es su crédito más aclamado. Todo un happy tour.

Cuántos de nosotros hemos deseado sumergirnos en las esencias de eucalipto, violetas y otras, mezclarnos en esa brumilla vagabunda, que va en puntilla bailoteando por los corredores que nos transportan a ambientes místicos o mágicos acariciados por esos olores vaporizados, humedeciendo las túnicas que envuelven nuestro santuario y que como copos de nieve van cayendo en las gradas de mármol italiano quién sabe, que nos reciben dizque para abrazarnos y exprimir nuestras amarguras, absorber nuestros jugos naturales más ácidos, más rancios y llevarnos al éxtasis de las sensaciones más placenteras. Os invito a abrir los ojos, así poco a poco, sin prisas, como pétalos en primavera y dejarnos arropar por la brutal necesidad de saborear nuevos placeres policromáticos.

Inclinarnos ante tamaña ensoñación puede ser un excelente ejercicio para permitir, amigos míos, expulsar fuera de nuestro hábitat más sagrado: nuestro “yo”, nuestro zumo agrio y abriéndonos paso en estos templos queden neutralizadas sus enzimas, queden allí embebidos de estas fragancias naturales y nos ablanden las armaduras de jinetes daltónicos con las cuales cabalgamos en estos tiempos.

¿Cuánta imaginación derrochamos al sentirnos a las puertas de las mismísimas columnas griegas con nuestros laureles enmarcando nuestra expresión deseosa de sentirnos otros?

¿Otros física, espiritual , emocionalmente? Otros u otras más jóvenes, más sanos, menos abrumados, más activos, mejores personas, menos estresados, más valorados, menos rechazados, más productivos?. ¿Superarnos como individuos, traspasar los umbrales de nuestras limitaciones en los muy diversos roles que asumimos? ¿Con cuánta insatisfacción lidiamos a diario, somos conscientes de ello o no?

Estos SPA aparecen por todas partes, se han multiplicado y proliferado, ofrecen un menú muy variado en sus servicios, sus ofertas garantizan llegar a renovar esos puntos neurálgicos de nuestro universo, traspasar las órbitas de nuestro sistema existencial y detenerse, regenerando cada constelación de nuestra galaxia. Hay unos más osados que hasta convertirnos en estrellas prometen. Que tentación, dejémonos llevar, abramos nuestras cuencas más luminosas y sintamos que nuestra luz estelar irradia los planetas más cercanos. Pero la realidad es otra, es que asistimos al siglo no de las luces como escribiera Carpentier, sino al siglo de las luciérnagas.

Esas luces fosforescentes de color blanco verdoso que pretenden guiar a muchos en la búsqueda de lo divino, en la búsqueda de lo lunar y que fuera de su propia órbita carecen de valor galaxial. Hay quien brilla con luz propia y quienes necesitan generadores o la combinación de ambas opciones, en ambos casos las facturas a cancelar son elevadas y nos exigen doblar el lomo. El sentido ecológico nos demanda una actitud que nos pone a prueba en el uso y desuso de nuestras fuentes de abastecimiento energético. En la renovación de estas riquezas. Son renovables? Apuesto al sí!!

Una buena fuente de energía es degustar los sabores familiares y amistosos y el valor de esta energía es que no daña la capa de ozono ni contribuye al maltrecho deterioro de nuestro querido clima. Esta veta de riqueza se autoabastece por así decirlo de forma independiente, porque dicen que “la única manera de tener un amigo es siéndolo”. Descubrir la mina que nos hace prósperos en nuestro propio entorno nos garantiza ese éxito tan mal buscado en canteras vecinas. “El secreto del éxito es lograr que tu vocación sea tu vacación” - Mark Twain

En lo personal tenemos nuestra cantera con los filos a flor de piel, y no me apetecen las siglas, es más reducir a tres, cuatro o algunas consonantes y vocales una expresión me produce prácticamente alergia, estoy segura que si me hacen las pruebas para buscar las causas de la misma, éstas estarían en el esfuerzo intelectual que he sufrido al interpretar, decodificar y hacer demás operaciones, hasta dar por ensayo y error prácticamente con el significado de ellas, en otras palabras qué caramba quiere decir tal y más cual sigla. Y aquí me encuentro tratando de llevar a mi rutina monologámica la simplicidad de estas tres letras: ese, pe, aaa. SPA Juntitas y tomadas de la mano para mi son elementos que podrían formar una ecuación directamente proporcional. Salud, Prosperidad y Amor.

Conciliar estas tres musas, divas en la vida es cosa de película. Poetas, cantautores, escritores y casi todas las manifestaciones artísticas han representado en sus lienzos las imágenes de esta gran combinación que todos queremos disfrutar, queremos acreditar a nuestro record emocional. El amor que alimenta una buena condición física y que la prosperidad abraza dándole el encanto que muchos aún no degustan. Entonces vale
decir : “a por ellos” a todo galope en busca de los recursos que nos permitan sostener y hacer sostenibles nuestros tesoros más valiosos.

La próxima vez que decidas darte una vueltita por los SPA en busca de ese elixir mágico asegurate que antes de beber de esos licores prometedores que purificarán tu aspecto físico, abren tus poros y ojos, aceleran tu bronceado, moldean tu tonicidad muscular etcétera, etcétera, etcétera ten las garantías del caso de que antes mucho antes, día a día, cada minuto, cada hora de tu vida hayas endulzado tus zumos con el preciado guarapo, ese extracto dulzón extraído de la caña de azúcar que según los que han tenido un buen amigo o amiga se hace presente en las buenas charlas, provoca que la sonrisa visite tus dioses faciales, que te premia con un apretón a tus cinco diestros y así sólo así podrás tirar por el piso eso que dicen de que la mona aunque se vista de seda mona se queda. La buena pinta viene desde adentro y se viste de Prada o de Pirata.

Y lanzarte a una buena zambullida en los telares filiales ayuda a una buena puntada. A llevar recién salidos de los talleres spamados nuestras mejores galas. La alta costura se hila en casa. Bienvenidos todos aquellos bien vestidos, por dentro y por fuera. Salud por un happy end, días sí y otros también.

viernes, 10 de abril de 2009

Nanas antillanas

Para la época en que mi hermana mayor noviaba yo escuchaba nanas, no me cantaba mi madre sino ella. No todas las noches, sino aquellas en que se le permitía recibir a su enamorado en casa. Noches fijas en la semana de tal hora a tal hora, siempre bajo la supervisión de mi padre. Uno frente al otro, sentados lateralmente con las manos tomadas y yo sobre ellos dos. Durante esas noches de encuentros permitidos según recuerdo, yo llegaba, subía a sus piernas, me dormitaba y oía esas cancioncillas, el repertorio no era muy extenso, generalmente dos cánticos breves y con un estribillo tan pegajoso que su melaza me endulza hasta hoy en mis noches de mujer cincuentona.

Me las cantaron y las canté, se las canté a mi hija todas las noches muy lejos del mar y estoy segura que de tanto entonarlas su letra entró a nuestro torrente marítimo digo a nuestro torrente sanguíneo. Esos estribillos me gusta pensar fueron embelleciendo mi partitura oceánica como perlas marinas, noche sí noches no, días sí y otros no. Fueron creando las imágenes náuticas de mis primeras travesías.

Mis primeros viajes fueron en brazos de la fantasía infantil, se sabe que no hay que tener alas para volar. Y afortunadamente navegué y volé con mi imaginación como combustible. Sin saberlo me fui preparando para mi viaje sin retorno. Y sin saberlo, mi hermana también fue regando en mi caldo de cultivo las burbujas de la inquietud del más allá del horizonte.

Fui acunada por canciones cuyas letras recreaban la partida, el adiós no sobre ruedas, sino sobre el oro blanco de nuestra madre naturaleza, los mares me acunaron desde que nací. Morfeo me recibía ya no envuelta en líquido amniótico, yo llegaba a mis sueños vestida de sal y con los sonidos de un vapor al zarpar. Y la voz de mi hermana clamando por un barco donde se iba un ser querido y mis lágrimas ya prematuramente tenían ese sabor al Caribe, y la canción sigue que sigue mirando como dice a ese barco entrando a la bahía ahí se va, se va la novia mía…. Había una vez un barquito chiquitito, había una vez un barquito chiquitito que no podía que no podía navegar, la, la, la, y pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas, pasaron una , dos tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas y el barquito y el barquito no podía navegar, y si esta historia no te parece larga y si esta historia no te parece larga, volveremos, volveremos a empezar. Y ahí va de nuevo la melodía pegajosa que por sí misma invitaba a dormir y dormir y así en mis noches infantiles comencé a disfrutar del agua no potable, no apta para consumir, pero que los isleños hemos bebido hasta en sueños.

Mi familia, todos nosotros nacimos en una ciudad abrumadoramente salada, transpira y respira sodio. Rodeada por un mar que ha sido su mayor encanto y a la vez su peor verdugo. Una ciudad que como ninguna otra anuncia la llegada de las nueve de la noche al son de un fuerte cañonazo, el sonido del bommm y el olor a pólvora se mezcla con el sudor de esta mujer que ha visto a sus hijos irse y llegar más de lo que ella ha deseado.

Los que se fueron, los que nos fuimos, los que se irán. La mayoría de los que se embarcaron lo hicieron sin ser aclamados como dios manda: reconocidos y despedidos. Sus familias quedaron en vilo, rezando y esperando noticias de su llegada a otras costas, unos llegaron mojados y otros nunca se secaron. Los que nos fuimos mucho después de los primeros, de los pioneros que convirtieron su cuerpo en torpedo, nos transformamos de presentes en ausentes, somos un híbrido, inicialmente dijimos adiós desde casa, y ahora el bye bye es desde el new home.

Nacimos en una isla y esto es una condición que nos ha marcrucificado. No tener vecinos a la vuelta marca la diferencia y de que manera. No tener fronteras, no tener líneas divisorias, de esto es mío y esto es tuyo, hasta acá estamos unos y para allá están los otros, acá una bandera izada y allá la otra más lejos clavada pero ambas hablan a favor de cantares colectivos, de intercambios en todo sentido, de alegrías, guerras, penas y libertades unas luchadas y otras violadas. Pero en todo caso me quedo con la opción de la vecindad. Asumo sus riesgos.

De toda la vida el cubanhello ha tenido ese gustillo de quiéreme pero no me toques, o tócame pero no me quieras. Nuestro neighbour más cercano está a noventa millas, que total no es nada, pero la nada se convirtió en nada de nada. No hay sinónimo para la nada, los he buscado en mi mataburro pero lo que he encontrado no satisface mis necesidades de expresar lo que encierra este vocablo, porque francamente la carencia es absolutamente irrelevante al lado de la nada. Así que me quedo con la nada de la nada. Peco en ser reiterativa. El océano ha sido nuestro guardián, es nuestro centinela, es nuestro único vecino. La decisión de visitarlo y tocar a su puerta, de sumergirse o no es cosa de cada quien.

Afortunadamente nos alejamos de la Perla de las Antillas en alas de un gran pájaro, el hierro frío y gris nos cobijó desde el Caribe hasta los Andes. Desde las alturas se ve muy diferente el mar, la mirada es a vuelo de ave. Y el agua se ve milagrosamente hermosa. Te embruja, caes prisionero en sus mareas, te abandonas a sus caricias, al susurro de su llanto, su cólera y su alegría porque el agua llora, enfurece y ríe como cualquier mortal. Ese líquido declarado transparente, sin olor, color y sabor por definición química tiene por definición personal el olor de mi tierra, el color de la esperanza y el sabor de los amores lejanos. Y por si fuera poco tiene la inocencia de la infancia, la rebeldía de la juventud y la sabiduría de la adultez. Es intrépida en sus amaneceres, confidente en tardes nostálgicas y las noches cual amante pecador va y viene, llega y se va dejándonos cegados con semejante espectáculo de esplendor cuando la luna le baña y ella se abre como orquídea en floración mostrándonos lo más sensible de su sensibilidad.

Como no amar al H2O, es uno de nuestros recursos más preciados y poco valorado sobre todo para aquellos que lo disfrutan como algo intrínseco a sus vidas, algo intrínseco al sistema del servicio natural. En lo personal este líquido ha sido y es algo mágico; de pequeña, en mi infancia isleña me llevaban a Cojímar a dejar los mocos verdes de mis catarros en las olas de esta playa. El agua lo cura todo, crecí con esa certeza, la convertí en filosofía de vida, cura las calenturas tanto las de las gripas como las de las pasiones, cura las tristezas y espanta a los espíritus. Ella atrae las buenas vibras, atrae las alegrías y se apodera de todo nuestro ser por dentro y por fuera. No hay nada como un buen baño!! Los poros agradecen y le dan una bienvenida con bombas y platillos a semejante caricia, hay leyendas que hablan a favor de calentarla o enfriarla a favor de colocarlas en paños tibios o helados para mitigar cualquier maluquera. Los chamanes o brujos te despojan con agua de quién sabe dónde, pero basta creer para crecer. Fui santiguada y bautizada.

El agua puede llegar de diferentes formas a nuestras vidas, una de ellas decidió imponerse al resto, se presentó ante nuestros ojos como torrente pujante con tal fuerza que abrazó por los cuatro costados a nuestro preciado pedazo de tierra y se fue solidificando y sufrió una de sus peores metamorfosis como esos primeros amores que hablan dizque nada de ataduras y terminan con la soga al cuello. La tragicomedia a la cual hemos asistido durante más de medio siglo ha puesto en escena, ha puesto en cartelera la obra más comentada por la crítica especializada y no por ello menos condenada.

El auditorio ha sido testigo del cambio sufrido metafóricamente de cascada en una especie de gran muralla de piedra sólida, una tapia dura e infranqueable que emergió rodeándonos, aislándonos. Creo que de ahí me viene la fobia a los muros, a las paredes. Nuestro caimán quedó varado y está anclado, sus cálidas aguas le acarician como a mi me acariciaron mis nanas, esos cantos infantiles que hicieron mis surcos trazando mis senderos buscadores de otras tierras, buscadores de vecinos, de fronteras y si estas son triples mucho mejor, como las que te llevan a Iguazú. Canto para no olvidar, canto para acunar como mi hermana lo hizo conmigo, yo con mi hija y mi hija lo hará con su hija, para que los barquitos puedan navegar en los sueños infantiles, zarpen de puertos libres, seguros y trasladen su carga, la más preciada de cuantas hay : a los hombres a donde el alma les guíe.

Cierro mis ojos y con mi brújula guiando mis pupilas, mis nanas queridas, acuno hoy y siempre a la niña que fui, a la que llevo dentro, a la que me permitió cantarle a la niña que alumbré y que cuya luz como un faro en medio del mar guiará a nuestra familia al retorno, al regreso cuando una lluvia de hilillos liberadores acaricien la muralla donde llora la niña más consentida de todas, La Habana: la niña que nos alumbró.