sábado, 14 de mayo de 2011

Las Divas de Botero



Había regresado de su viaje a Medellín con la moral alta, como quien dice con la autoestima en su punto máximo de ebullición y todo gracias a Macarena que le comento que ella no estaba gorda, nada que ver, era una idea que se había hecho, que habían otras mucho más y que en su caso conserva sus buenas formas y valla que tipo lucia , y con estos cumplidos, así uno detrás de otros, dicho con vehemencia y amor de amiga le vino el alma al cuerpo y ya saben eso de “ mal de muchos consuelo de algunos”, funciona y siguió habla que habla, dale que dale con todo el empeño de quien tiene como misión hacer que su amiga querida se sintiera mejor a sabiendas que no era del todo cierto lo que ella charloteaba. Y la conversación tomaba por caminos desconocidos: el arte, ella sabia poco de esas finuras, esos son temas de gente educada, de personas con dinero. Por esas tierras cafetaleras donde se trabaja de sol a sol y que el canto del gallo endulza la primera colada no se habla otra cosa que como dice la canción de ese dominicano alto y simpático: que llueva café en el campo y el costo de la vida.

Se distrajo cosa nada rara en ella y dio rienda suelta a su madeja de pensamientos, en un ir y venir sin tema definido, y desde lejos llegaba un susurro a modo de una rica conversación algo sobre unos murales, unas acuarelas de mujeres desproporcionadas mucho mas rellenas que ella y que eran muy afamadas , así que tomo la palabra de Maca como de cariño le gustaba llamar a su amiga no como un cumplido, sino como un de esos licores bajativos que se ingieren después de una gran comilona y que ayudan a no pescar una indigestión y a disfrutar de una sobremesa más amena . Acepto este viaje para conocer unas gordas tan célebres. Eran siluetas, cuerpos fantásticos emergiendo de lienzos donde la fantasía y el erotismo se daban cita en forma de una gran fiesta donde el anfitrión y su buen pincel regalaban una ilusión al buen lucir.

Seguía pensando en las musarañas mientras comentaban sobre este buen señor que se ha hecho famoso pintando y esculpiendo mujeres y otras figuras que están llenas de llantitas por aquí y por allá, grasa acumulada y que gracias a esas llantas el nombre de Colombia ha rodado por todo el mundo y es si se quiere más aclamado . Este Don Botero tenía el “don” de que lo desproporcionado luciera proporcionado y de que sus esculturas y cuadros rindieran homenaje de alguna manera a las féminas que van por ahí de pueblo en pueblo costumbrista rodando por el exceso de sus curvas. Así es, tan simple, una visita al museo y se animaría le decía una vez más la Maca.

Ella no había ido a un museo en su vida, por eso no titubeo al decir: “SI” y ponerse su ropa de domingo, la de ir a misa y a tomar el helado preferido. Además su prima mayor, hija de su tía preferida, hermana menor de su madre que en paz descanse le había susurrado en el bautizo del pequeño Sebastián de ir a esta exposición que aparecía como la gran cosa en el suplemento cultural del fin de semana en el Colombiano. Y ella respetaba mucho a la mayor de las sobrinas de su madre porque ella si había estudiado y además había viajado mucho.

Dicho y hecho ya era cuestión de fijar el día, hacer los arreglos y serian un plan con merienda incluida Tomarían el bus que hace el camino del sur al norte de la gran ciudad y tiene su parada a pocas cuadras muy cerca a esa casa estilo colonial donde habitan obras que este colombiano ilustre llamado Fernando Botero había donado, o sea, había regalado y que se decía las gordas lucían estupendas e incluso provocadoras. No podía negar que estaba muy nerviosa, ella quería ser una mujer educada y según sabia sus vecinas que estaban alborotadas con su viaje a la ciudad Antioqueña en esas salas dizque llamadas museos, no se puede hablar, hay que susurrar. Haría un gran esfuerzo, su voz era fuerte y de tanto llamar a sus hijos que jugaban en la calle y nunca le oían, su llamado era todo un pregón especialmente en las horas pico, esas donde la comida se enfría y ella ya está loca por comer y no engullir la cena para no engordar y el balón baila de pie en pie descalzos, pateando lo sueños de sus hijos por darle un gol a sus vidas.

Lo recordaba muy bien, había sido un paseo bien saboreado. Con gusto, y bueno , bueno, bueno se dijo a si misma ya están a la puerta de la casa de las gordas y tocaba entrar, su pecho explotaba, y su blusa no podía guardar el par de tetas que le jugaban una mala pasada, luchaban entre ellas por salir disparadas rompiendo el botón que amenazaba con salir e incrustarse en uno de esos cuadros de una súper gorda desnuda, Jesús, María y José se dijo una y otra vez, cogidas de la mano avanzaron ella y la Maqui por aquel corredor que exhibía a ambos lados mujeres alegres, felices, sus miradas y sus poses eran desafiantes y sus sonrisas eran de total satisfacción. Nada de dieta, no parecían que pasaran hambre y menos hicieran esas dietas que tan de moda anunciaban en la tele. Ella quería parecerse a esas lindas y guapísimas señoras con todo un estilo que aparecen a las ocho de la noche en las telenovelas que ella no se pierde ni muerta. Lindas y sabiondas, porque sabían engatusar hasta embobar a medio país.

Ella hacia toda su faena nocturna rápido, se daba una ducha porque el calor ardiente de su ciudad natal la freía en vida, ella toda perfumada con esa colonia que le regalaron cuando compro su último juego de ollas para el nacimiento de su noveno hijo. No tenia estudios, no había ido a la universidad, pero eso si, ella hacia los deberes con sus hijos y aprendía junto con ellos. Le repetía día y noche lo juiciosos que debían ser.

Por eso había aceptado esa invitación, a ella la razón le había acompañado durante los nueve meses de embarazo de sus nueve hijos. Iría a aprender y ver con sus propios ojos a mujeres que como ella estaban pasada de libras. Había aprendido en un programa radial sobre cocina que oía entre oficio y oficio y de los consejos de su comadrona que lo mejor era no comer cosas fritas, nada recalentado y entonces una noche así estrellada allá en su pueblo le pregunto al resto de amigas como preparaban sus comidas sin freírlas. Y algunas le respondieron que el secreto era entre otros usar solo aceite extra virgen de oliva. Tomar par de cucharaditas diarias y nada de frijoles y todas esas cosas ricas que a ella le gustaban. Sonaba con volver a usar aquel vestido de lunares blanco y negro nuevamente que era un recuerdo lejano de cuando su cintura había hecho perder el poco juicio que tenía su marido, y juntos había huido en busca de un amor que no conocía de fecha en su ovulación. Entre risas leyeron en el periódico local que esta exposición era llamada de Arte Erótico. Le sonaba raro ese nombre, como a algo vergonzoso, algo que para una mujer como ella que no se desnudaba ni ante la luz solar podía ponerla en apuros. Sus cachetes enrojecieron ante la idea de compartir con desconocidos algo tan privado como el cuero de Venus.

Estaba boquiabierta mirando esas pinturas donde la carne aparecía firme, estas regordetas desnudas ante miles de bombillas amarillas, donde el amor estaba presente en cada trazo, en cada pincelada ahora si estaba segura de lo milagroso de esa esencia hecha de las olivas, seguramente estos tintes habían sido mezclados con ese aceite tan divino, tan caro pero que ella quería comer a toda costa. En la tienda de su pueblo no lo había, ni en el mercado, pero acá en la ciudad seguramente lo encontraría y tenía todo el dinero que le habían dado sus vecinas para que les llevara frascos de ese estrato mágico que venía de España, Italia, de tan lejos. Estaba decidida a lucir mejor, a entrar al club de las “Boteranas” como acaba de decidir llamarles a estas diosas nacidas como dios manda.

Eran rostros pudorosos que ella conocía muy bien, le eran conocidos, eran desnudos tímidos y a la vez desafiaban cualquier comentario o mal entendido de cómo puede la belleza verse reflejada aquí y allá. No estaban allí para matar el tiempo, en su vida no había matado ni a una mosca, quería alimentar sus días y su vida. Se detuvieron frente a una de estas figuras que de espaldas, medio de lado y con sus carnes al aire libre hacia un llamado a los visitantes a disfrutar ese cuerpo bajo y regordete que rinden tributo a la pose en cueros y con pies calzados.

Quedo presa de esa visión, quedo enamorada del erotismo y decidió comprar una de esas litografías que vendían en la tienda, era una reproducción de esas divas y llevarla a casa, la pondría justamente en su baño, sobre su tina, necesitaba de una compañía que le hiciera sentir amor por sí misma, cariño por sus rollitos, nada mejor que ver a alguien peor que uno para sentir que el mundo está de madre, pero que uno aun no ha llegado al límite. No se iba a dar por vencida, seguiría buscando un peso ligero para ganar la batalla contra su colesterol y sus triglicéridos que andaban por las nubes. Caminar , caminar y caminar le había dicho el médico era el remedio para todo, y en eso se pasaba todos los santos días, quería dictarle al mayor de sus hijos unas anotaciones un poco borrosas que guardaba como su tesoro, eran recetas que había heredado, las recibió un día de agosto que su abuela Candelaria murió y le entrego hecho un manojo de papel amarillento paginas tras paginas lleno de borrones y que ella con total dedicación había pasado en limpio , con su ortografía medio chueca debido a que escribía con su mano izquierda y que toda su familia se empeño en cambiarle a su derecha. Era bien dura de cabeza y nunca cedió, a escondidas seguía haciendo sus trazos a su manera. Se festejaba el segundo domingo de mayo y ese sería su regalo, regresar a casa el día de la Madre sin sentirse que estaba de madre.

A las mujeres de mi familia a las vivas, a las muertas, y a las muertas en vida, a mis amigas, a las amigas de estas, a mis vecinas , a las primas de mis amigas, a las amigas de mis primas y a sus hermanas , a las cuñadas de mis conocidas, y especialmente a mi hija. Feliz Mes de la Madre.
Sra. Julia Botero

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